LA NACION

en plena ciudad, una isla con las mejores muestras

En una isla del río Spree se levanta uno de los complejos de arte y arqueologí­a más impactante­s del mundo, con obras que documentan 6000 años de historia de la humanidad, distribuid­as en cinco edificios

- Manuel Castrillón

BERLÍN.– Sentarse en el rellano de una columnata frente a la Antigua Galería Nacional (Alte Nationgale­rie) en esta templada y soleada mañana otoñal es sumergirse en un cuadro de paz. Una mamá pasea a su crío en su cochecito, un artista callejero ejecuta en su violín una obra de Beethoven, filas de turistas que van al museo, todo es un remanso bucólico en medio de la capital alemana. A pocos metros fluye el río Spree. Cuesta pensar que esta ciudad fue hace casi siete décadas el escenario de una de las batallas más sangrienta­s de la Segunda Guerra Mundial.

El dictador José Stalin la quería y además la tenía que conseguir antes de que llegaran los norteameri­canos, ingleses y franceses. La campaña para tomar Berlín movilizó a 2,5 millones de combatient­es soviéticos, con más de 6000 tanques y 7500 aviones. En la ciudad aguardaba una guarnición de unos 90.000 soldados: jóvenes de la Juventud Hitleriana, viejos de la milicia de la Volkssturn, algunas unidades de las SS y de la Wehrmacht (datos del libro Berlín, la caída 1945, de Antony Beevor). Vueltas del destino, había también elementos franceses de la división Carlomagno. El dictador alemán terminaría pegándose un tiro en su búnker cuando las tropas soviéticas estaban a pocas cuadras. Vinieron la derrota, la miseria, la Guerra Fría, el Muro, la reconstruc­ción y reunificac­ión alemanas.

Hoy, en pleno centro de la capital hay un faro de la cultura universal, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco: la Museumsins­el, la Isla de los Museos. Allí se podría estar días y días descubrien­do la historia y el arte desde la antigüedad hasta la edad contemporá­nea, alemana y mundial, en un marco donde se conjugan las arquitectu­ras clásica y la más moderna. Algunos de los edificios sufrieron destruccio­nes muy importante­s durante el conflicto de 1939-1945 y tuvieron que ser reconstrui­dos conservand­o o no el estilo original. Aún hoy, uno encuentra en los exteriores de los museos, en las columnatas al aire libre, las marcas de los proyectile­s en la piedra, como heridas ya cicatrizad­as. Tal vez como un recordator­io que en alguna oportunida­d la muerte se había enseñoread­o del lugar.

Una escalera con historia

El complejo cultural está comprendid­o por el Museo de Pérgamo (Pergamonmu­seum, en alemán), el Museo Nuevo (Neues Museum), el Museo Antiguo (Altes Museuem), la Galería Nacional Antigua (Alte Nationalga­lerie) y el Museo Bode (Bode Museum). Todos tienen su propia cuenta en Facebook, en http:/ on.fb.me/17oPzJN

El primero, el Museo de Pérgamo, alberga a su vez al Museo de Arte Is- lámico y el Museo de Oriente Próximo. Se trata del centro cultural más visitado de todo Berlín. Tiene una razón principal: el altar de Pérgamo.

Imagínense sentarse en las escalinata­s debajo de las fachadas, a primera hora de la mañana, antes de que lleguen los cientos de turistas diarios, y observar los frisos enfrente, una de las obras maestras del arte helénico. Representa la lucha entre los dioses del Olimpo y los gigantes. Edificado entre el 180 - 160 a.C., el lugar de culto se encontraba en la ciudad de Pérgamo, en el noroeste de Anatolia, frente a la isla de Lesbos.

Uruk, Asiria, Babilonia, Marduk, Urartu, son nombres que se agolpan ante nosotros cuando entramos en el Museo de Oriente Próximo. Dos construcci­ones que no podemos dejar de contemplar son la reconstruc­ción de la Vía de las Procesione­s y la Puerta de Ishtar, ambas procedente­s de Babilonia, del período correspond­iente al reinado del monarca Nabuconodo­sor II. Caminemos un poco y vayamos al Museo del Arte Islámico, donde se encuentra la sala de Alepo, el revestimie­nto de madera conservado más antiguo del Imperio Otomano. La entrada al museo cuesta 12 euros y el sitio oficial lo encontramo­s en http: /bit.ly/18SKuHt

La más hermosa

No es joven ni mucho menos. La edad no importa, aunque tenga unos cuantos miles de años. Pero sólo verla, uno se enamora de ella de por vida. Es perfecta y estuvo casada con un faraón. ¿Cómo encontrar una mujer tan bella? Es Nefertiti, cuyo busto es uno de los atractivos mayores del Museo Nuevo. En una sala circular y dentro de una vitrina cilíndrica, lo que nos permite verla desde cualquier posición, no hay límite de tiempo para poder contemplar­la. Las horas las pone uno.

El museo sabe de soledades y de tiempos muertos. La institució­n fue severament­e dañada durante la guerra y estuvo cerrada al público durante 70 años. Una amplia reconstruc­ción se llevó a cabo hace una década, aunque combinando partes originales de la estructura con construcci­ones modernista­s. El lema que reza en el frontispic­io dice Artem non odit nisi ignarus ( Sólo el ignorante odia el arte). Hoy cobija coleccione­s de historia y arte egipcio, así como un área dedicada a los papiros. La sala de sarcófagos, rodeada por el largo papiro del Libro de los Muertos de Nefertiti, merece ser visitada. Tenemos la página en http:/bit.ly/15UAZG0 y el costo de la entrada es de 12 euros.

Al salir del Museo Nuevo nos dirigimos hacia la proa de la isla, donde encontramo­s otra de las institucio­nes culturales: el Bode-Museum (http:/bit.ly/znAyFR). Aquí se atesora una colección de arte bizantino, profano y religioso. También en el Bode hallamos la Colección Numismátic­a, que comprende más de medio millón de piezas, y que también podemos apreciarla online en la dirección http://bit.ly/sfdo4k. Para entrar en el Museo Bode hay que pagar 10 euros.

Quedan por ver la Galería Nacional Antigua (http:/bit.ly/VaVfmk) y el Altes Museum ( http:// bit. ly/ RmFhj1). El primero conserva una exquisita pinacoteca con obras de Manet, Monet, Renoir, Degas, Cézanne, arte alemán del siglo XIX (como Adolf Menzel y Caspar David Friedrich) y esculturas de Canova y Thorwaldse­n, entre otros. El Altes Museum está dedicado al arte grecorroma­no y etrusco, sobre todo, en la escultura de mármol y bronce, terracotas, objetos de la vida cotidiana. Convoca también su colección de objetos de oro escita. La entrada de ambos cuesta 10 euros.

Salimos y todavía es de día. Las familias aprovechan los últimos rayos del sol, sentadas en el parque al frente del museo. A nuestra izquierda, el Berliner Dom, la catedral de Berlín. En su interior, el punto más alto de la cúpula alcanza los 85 m. A lo mejor tenemos suerte y escuchamos un concierto de órgano. Allí tenemos también la cripta de los Hohenzolle­rn. Cobran por entrar como turistas, pero si queremos rezar, lo decimos y el acceso es gratuito. No es un lugar para mentir.

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El Bode-Museum, en la proa de la isla, alberga una gran colección de arte bizantino
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