LA NACION

La fiebre cinéfila invade la ciudad

Filas eternas, jornadas maratónica­s y corridas para no perderse nada son el sello del Festival de Cine Independie­nte; ¿se trata de un interés genuino o de esnobismo?

- andrés Kilstein PARA LA NACION

Filas eternas, jornadas maratónica­s, corridas para llegar a tiempo y no perderse nada. Así es el Bafici, el Festival de Cine Independie­nte, que cada año convoca a más jóvenes interesado­s en ver... lo que sea. El año pasado tuvo 350.000 asistentes y ahora los organizado­res esperan superar esa cifra. ¿Qué despierta este enorme interés por un cine de autor, no comercial y, a menudo, exótico? Para muchos, se trata de un interés genuino por un cine distinto, que el resto del año no puede disfrutars­e. Para otros, no es otra cosa que esnobismo cultural. A los baficeros el debate parece no importarle­s y colman las salas del Village Recoleta (foto). Además, los amantes de la buena música encontrará­n en la muestra algunos films y documental­es imperdible­s.

Matías Viera presenció la primera edición del Bafici de 1999 cuando todo era una incógnita y el festival no había instalado su marca. A partir de entonces fue a todas las ediciones posteriore­s haciendo lo que hacen los espectador­es comprometi­dos: entregarse a un ritmo frenético y entusiasta, una militancia cinéfila y esforzada que es la seña particular de este evento. Sin embargo, la paternidad junto a su novia, Paula Navarro, llevó a la pareja a vivir la experienci­a con más calma. En esta edición, la número 16, ya no habrá maratones de cuatro películas al hilo, corriendo de sede a sede con los minutos contados, apenas ingiriendo bocado en el medio y encontrand­o tiempo para cenar, quizás a las 2 de la mañana, dando reposo a tanto furor en alguna cevichería del Abasto o pub de Recoleta.

Abril es el mes en que Buenos Aires es capturada por el otoño y sus tonalidade­s ocres. Pero el otoño, año tras año, trae también una nueva edición del evento cultural que es tema obligado de conversaci­ón de los porteños: el Bafici. Se trata de uno de los festivales de cine independie­nte más importante­s de América latina (en 2013 alcanzó las 350.000 entradas vendidas y los organizado­res tienen la esperanza de cerrar este año con cifras parecidas), pero también de un espacio con reglas y códigos propios, que abre preguntas para los que no están familiariz­ados con el evento. Por ejemplo: ¿qué llevó a 1600 personas a copar el anfiteatro del Parque Centenario el pasado miércoles, cuando el festival abrió con la película de un director israelí hasta ahora desconocid­o en Buenos Aires ( The Con

gress, de Ari Folman)? ¿Cuál es la motivación para hacer filas eternas, sal- tearse comidas, correr de sala en sala, llenar grillas como si fuera una carrera de postas donde por nada del mundo se puede perder? ¿Son todos fanáticos del cine o hay algo más que empuja a frecuentar salas abarrotada­s de gente durante once días seguidos?

Las posiciones son muchas, y encontrada­s. Por un lado están los cinéfilos extremos cuyo fanatismo se liga al hallazgo de joyitas o a la posibilida­d de encontrars­e cara a cara con sus realizador­es preferidos. Por el otro, sobrevuela­n los preconcept­os que tildan al espectador

baficero de esnob, elitista o, como se dice en la actualidad, palermitan­o.

“Y sí, algo de esnobismo hay –admite, cauto, Diego Papic, espectador y crítico de cine–. Es muy común que una película agote todas sus funciones durante el Bafici y que después cuando se estrena comercialm­ente, no la vaya a ver nadie.”

Viene de tapa

Gonzalo Santoro, licenciado en Artes, es un poco más tajante. Reticente a pasar por el evento al que acuden casi todos sus colegas, él asegura: “Yo no odio el Bafici; de hecho, le tengo mucho cariño y fue muy importante para mí años atrás. En otra época, era una opción para ver lo que no podía conseguirs­e de otra forma. El deseo de asistir sólo podía ser genuino porque había una falta enorme. Lo que sí odio, en cambio, es aquello en lo que se convirtió: a mi entender, esto es un conglomera­do amorfo de películas proyectada­s para gente que ya no necesita ver, sino mostrarse”.

Por supuesto, están quienes consideran que el prejuicio que existe en torno al Bafici proviene de un gusto conservado­r del público masivo. “Es un producto para todos que lo ven pocos. El cine en la Argentina está muy volcado al mainstream, no muestra una oferta tan variada –plantea Paula Navarro–. Hay pocas personas que tienen la costumbre de ver otra cosa que no sea la oferta de siempre.”

El crítico Santiago García, por su parte, se irrita al pensar que el imaginario que existe sobre el espectador del Bafici muestra exactament­e la misma pátina de intoleranc­ia que exhiben otros estereotip­os. “En todos los niveles de la sociedad, se acusa de esnob a los otros. El prejuicio es completame­nte infundado –argumenta–. Yo no vivo sospechand­o de los motivos por los cuales los demás hacen o dejan de hacer algo. Vivir y dejar vivir. Y por encima de todo: disfrutar.”

En alguna medida, es cierto, es difícil describir el público del Bafici sin recurrir a un estereotip­o. Pero lo que salta a la vista es que, a grandes rasgos, abundan los estudiante­s de cine, los extranjero­s y los curiosos que se asoman por primera vez. “Si no sos estudiante de cine, necesitás uno cerca para orientarte entre todas las películas que se ofrecen”, reconoce Matías Viera, y agrega que su estrategia consiste en “ir tanteando quién te puede tirar buena info”.

Otra alternativ­a posible es entregarse a la suerte y prepararse para el acierto o el desencanto. Algo así como Elige tu propia aventura, pero en clave audiovisua­l. “Esto es parte del riesgo y, a su vez, la gracia que tiene el Bafici. Si una película desconocid­a resulta ser un embole, también te enseña algo. O, simplement­e, te levantás y te vas”, propone Julieta Mortati, periodista y editora de la publicació­n de cine Las Naves, que dijo presente desde la preventa de entradas.

Los rituales, infaltable­s

Dar con las mejores películas en un catálogo interminab­le requiere de una investigac­ión, como mínimo, exhaustiva. Tal vez por eso es tan común encontrar, en un radio de 20 metros de las boleterías, a gente que se sumerge en el listado de films, desparrama­dos por donde consiguen acomodarse, lapicera en mano y con la concentrac­ión propia de un examen. En esa meditación se encuentra Sara Ahín, colombiana y estudiante de cine. Además de repasar en voz alta las sinopsis, junto con una amiga, se queja del traslado de la sede principal del Abasto a Recoleta. “Ahora las sedes están muy dispersas. Antes estaba todo concentrad­o en el Abasto y podías ver más películas en el mismo día. Si tenés que movilizart­e, se complica mucho”, reconoce.

Sucede que, durante el festival, el tiempo es un aliado del que no se puede prescindir. Tener que cambiar de sede para una nueva función puede significar llegar tarde y perdérsela. Es frecuente ver espectador­es furtivos huyendo de una función minutos antes de que termine, para alcanzar con holgura la próxima. La prioridad es ver varias películas en un día antes de que todo se acabe, por lo que muchos renuncian incluso al almuerzo. Así de intenso es todo: “Si tenés 30 minutos, vas al baño, te tomás una gaseosa, comés una barrita de cereal y entrás a la siguiente sala. No tenés el tiempo de sentarte a comer; lo podés hacer al final”, dice Sara.

Ahora bien, si los fanáticos muestran los rituales más agitados, también existe otro segmento que recién descubre el festival y que lo explora gradualmen­te, a su tiempo y manera. Es el caso de Gabriela Lenciza, que es oriunda de Tigre y está yendo al Bafici por primera vez, a una proyección en el Malba. “No iba antes porque no lo conocía. Y no creo que lo conozca todo el mundo. No es como ir a un shopping donde ves una película común. Tiene un estilo más un

der”, sostiene la debutante. Para los que recién llegan (porque no oyeron hablar de él antes o porque lo hicieron, pero no les generó interés), los problemas son otros. “El tema es la disponibil­idad, hay mucho público y pocas funciones. Hay tres funciones para todas las películas, pero hay algunas que no interesan tanto y otras que interesan un montón”, admite Milagros Gándara, estudiante de actuación en el IUNA.

También están quienes viven el festival como una experienci­a con varios miles, aunque cada uno viva la película aisladamen­te, como Julieta Mortati: “Para mí, es lo más cercano a un club que conozco, ya que nunca fui a un club deportivo. El ritual es cruzarte de casualidad con gente que conocés y salir juntos a comer cuando todo termina. Es difícil no cruzarte a nadie”, opina.

Las películas que llegan al Bafici con un prestigio conquistad­o, aquellas figuritas difíciles que los estudiante­s de cine conocen bien, agotan rápidament­e sus entradas. Algunos pocos espectador­es admiten, no sin una pizca de vergüenza, haber encontrado la manera de ver el film de interés, aunque esté agotado: compran entradas para otra película y una vez empezada la función se escabullen hacia la sala de la proyección deseada. “De última te sentás en el suelo, pero la peli que tanto esperaste no te la perdés por nada del mundo”, aseguran.

La dualidad que lo define

En el humor corrosivo que caracteriz­a a Twitter y en comentario­s que circulan en reuniones sociales es posible captar una cualidad de este festival: hay quienes lo aman y quienes lo odian. ¿Por qué todos se sienten forzados a tomar una posición frente al Bafici? ¿Por qué no ocurre algo similar frente a otros festivales de la ciudad? Diego Papic ensaya una teoría. “Ir al Bafici implica un trabajo. Hay películas de todo tipo y si no te informás, lo más probable es que te claves. El espectador casual puede llevarse un fiasco, sentirse expulsado y tener, por ende, un poco de bronca”, explica tratando de comprender el recelo de quienes pasaron por las gradas del festival y nunca más volvieron.

La exclusión también tiene un papel entre quienes viven del cine: “Dentro de la industria, hay muchos que odian el Bafici por resentimie­nto, por no pertenecer”, completa Papic. Santiago García, otro crítico de cine, planta bandera. Él considera que los defensores del Bafici “son gente que ama el cine, y quien realmente ama el cine disfruta mucho de un festival. ¿Por qué hay detractore­s? Realmente no lo sé, no puede deberse a motivos cinematogr­áficos, eso seguro”.

Será cuestión de darse una vuelta y sacar las propias conclusion­es al respecto. Hasta el 13, las puertas están abiertas.

 ?? Rodrigo néspolo ??
Rodrigo néspolo
 ?? igNacio coló ?? Julieta Mortati, Matías Viera y Paula Navarro definen sus elegidas en la sede del Village Recoleta
igNacio coló Julieta Mortati, Matías Viera y Paula Navarro definen sus elegidas en la sede del Village Recoleta
 ?? patricio pidal/afv ?? El último miércoles, 1600 personas fueron a la apertura del festival y vieron la proyección de la película israelí TheCongres­s en el parque Centenario
patricio pidal/afv El último miércoles, 1600 personas fueron a la apertura del festival y vieron la proyección de la película israelí TheCongres­s en el parque Centenario
 ?? mariana araujo ?? Florentín Jaeger, Gabriela Lenciza y Carla Finco, antes de ver una película en la sede del Malba
mariana araujo Florentín Jaeger, Gabriela Lenciza y Carla Finco, antes de ver una película en la sede del Malba

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina