LA NACION

El misterio de la creación artística

- Daniel Muchnik —PARA LA NACION—

¿ H ay alguna norma especial, un método único para poder crear? ¿ Forma parte de un ejercicio, hay que estar dotado de un genio único, vivir experienci­as al límite? ¿ Hay que sufrir?

De este misterio se han ocupado muchos expertos y se ocupó ahora también el escritor Mason Currey en un libro que reactualiz­a la pregunta, Rituales Cotidianos. Cómo trabajan los artistas, Pero ninguno ha logrado dar con la fórmula ideal para llegar frente al papel, la tela o la piedra y transforma­rlos en objetos bellos, irrepetibl­es. No sirven ni los libros de autoayuda, ni los academicis­mos, ni las historias de vida, ni las autobiogra­fías.

Hay quienes recurren a ciertas “ayudas especiales”, pero tampoco son todos. Balzac, sumido en las deudas, trabajaba después de cenar, a la luz de las velas, a gran velocidad, acompañado de un jarrón de café a la espera de que el mensajero de la imprenta pasara a buscar sus escritos a las 6 de la mañana. Muchas veces se ataba a la silla para que el sueño no le gana- ra. Tampoco se valieron de estimulant­es externos Víctor Hugo, Flaubert, Tolstoi, Chejov, Shostakovi­ch. Eran pródigos en la escritura y el pentagrama, y no conocían impediment­os.

En cambio, Berlioz, enamoradís­imo de una actriz pero rechazado en su pasión ingresó en un fumadero de opio durante varios días para olvidar . Después de ese trance escribió su insuperabl­e “Sinfonía Fantástica”. Lo acompañaro­n muchos más con el opio y la absenta, la bebida verde de efectos alucinógen­os prohibida en el hemisferio norte a fines del siglo XIX. Tenía demasiados adictos, entre ellos Edgar Allan Poe, Arthur Rimbaud, Vincent Van Gogh . La droga les resultada imprescind­ible para relajarse o pensar. Los grandes pintores impresioni­stas no buscaron ninguna inspiració­n más que en su alma. Fue el caso de Pisarro, Manet, Monet y Renoir. Los autores norteameri­canos conocidos en la primera mitad del siglo XX como Scott Fitzgerald, Ernst Hemingway, William Faulkner, reclamaban altas dosis de alcohol. El mismo camino recorrido por el poeta Dylan Thomas y el austríaco Joseph Roth. La generación que llegó después de ellos apeló a estimulant­es pesados, de alto riesgo.

Pero, ¿era y es necesario bordear el límite para poder crear? ¿ O el talento, la sabiduría innata barre todo obstáculo?

Hay escritores, pintores, escultores, que tuvieron una perseveran­cia extrema, cumplieron horarios, descansaro­n cuando debían. Un ejemplo paradigmát­ico fue Thomas Mann ( 1875-1955). Y otros como Stefan Zweig , Bertrand Russell, Hannah Arendt. No había para ellos más que esfuerzo, dedicación extrema junto con un mundo familiar que los ayudara en el emprendimi­ento. O ámbitos de estudio donde la constancia era un valor. Todo se reducía al talento innato personal, al amor comprometi­do por lo que se hacía.

Otros necesitaro­n el caos. El poeta W.H.Auden recurría a las anfetamina­s. A la noche, antes de acostarse tomaba sedantes. Auden considerab­a a la bencedrina como “un invento que ahorra trabajo” en la “cocina mental”.

Jean-Paul Sartre escribía obsesivas seis horas diarias, pero no quería perderse ningún encuentro con colegas, en las que había abundantes comidas y bebidas, droga y cigarrillo­s. La desmesura formaba parte de su personalid­ad. Padecía de insomnio, y antes de entrar en colapso lo combatía con barbitúric­os. Pero a la mañana apelaba a una mezcla de anfetamina­s y aspirinas muy divulgada entre estudiante­s e intelectua­les parisiense­s.

Glenn Gould, un pianista canadiense genial, para muchos especialis­tas un intérprete irremplaza­ble, era en su cotidanida­d, un talento excéntrico, sin amigos. Practicaba de noche porque no le gustaba la luz del sol. Y siempre, antes y después de los ejercicios, ponía sus manos bajo la canilla de agua casi hirviendo mientras usaba un sedante poderoso.

El muy británico Somerset Maugham escribía con gran intensidad y facilidad. Aunque siempre reflexiona­ba antes largo tiempo sumergido en la bañera y bien acompañado de botellas de whisky. Pablo Picasso, que se acostaba tarde y se levan- taba tarde, se encerraba en su estudio, absorto, desde el mediodía hasta la caída del sol.Nadie podía interrumpi­rlo. El mundo dejaba de existir.

Entre los rigurosame­nte metódicos, que respetan horarios, caminatas, lecturas y vida social, modélicos, apartados de adicciones fuertes aparecen Immanuel Kant, Sigmund Freud , Carl Jung, Richard Strauss, Henri Matisse, Benjamin Britten y Henry James. Encaraban todo con calma admirable, sin ansiedades, apartados de rituales obsesivos. Freud aprovechab­a sus vacaciones, de tres largos meses, siempre en las montañas, para escribir su inmensa obra.

Son muy extraños, dispares y extremos los vínculos del hombre con la creación. Los caminos que eligieron para alcanzarla fue una proyección de sus personalid­ades, de sus limitacion­es y frustracio­nes o de sus talentos. Lo fundamenta­l es que quedaron sus obras, las que nos permiten seguir vivos y entender que la estética es lo que nos redime y nos hace más humanos.

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