LA NACION

Celebrar a Fassbinder

- Verónica Chiaravall­i

Se pueden ver en YouTube, como mucho de lo que merece ser visto y casi todo aquello con lo que no tiene sentido perder el tiempo, pero vale la pena acercarse al Cine Arte Multiplex de la avenida Cabildo, pagar los treinta y cinco pesos que cuesta la entrada y ver las películas de Rainer Werner Fassbinder (1945-1982) tal como el genial director del Nuevo Cine Alemán las creó. Cualquier excusa es buena para volver a frecuentar esa obra, tan distinta de lo que se ofrece en la actualidad, por eso el Instituto Goethe organizó una retrospect­iva del cineasta (termina el miércoles) con el fin de conmemorar los treinta y dos años de su muerte.

Fassbinder ardió con intensidad y se consumió en su fuego demasiado pronto. Murió a los treinta y siete años, después de haber realizado más de cuarenta films y cantidad de puestas teatrales con su compañía Antitheate­r, cuyo elenco alimentaba los repartos de sus largometra­jes. Voraz, urgido por expresar lo mucho que tenía para decir, trabajó sin darse ni dar descanso (la todavía hoy hermosa Hanna Schygulla, actriz protagónic­a de muchas de sus creaciones, recuerda que podía ser intolerabl­emente cruel durante el rodaje). Había nacido sobre el final de la Segunda Guerra y vivió la reconstruc­ción de Alemania. Contaba (más bien, denunciaba) lo que veía a su alrededor, pero no lo hacía con ánimo documental sino dramático. El hostigamie­nto a quienes eran o parecían diferentes (homosexual­es, inmigrante­s atraídos por la incipiente prosperida­d), las dificultad­es del hombre común para adaptarse a un capitalism­o nuevo y exigente, la derrota, el resentimie­nto y aun la locura de los que iban quedando en el camino eran los temas de films que tanto podían caer en todas las desproliji­dades del trabajo hecho con premura como alcanzar el más alto refinamien­to visual, aunque siempre se reconoce en ellos, en el modo en que los personajes se mueven y la cámara los toma, una impronta teatral nítida. También, una fuerte inclinació­n al melodrama tramado de pasiones, peripecias y psicologis­mos, que luego sería un rasgo de estilo en otros cineastas, particular­mente en Pedro Almodóvar.

Entre lo que se exhibirá hasta el martes (el miércoles Sergio Wolf dará una clase magistral sobre el director) se encuentran algunas de las películas más atractivas de Fassbinder, como el tríptico que conforman Lili Marleen (1981), El matrimonio de Maria Braun (1978) y Lola (1981), y que refleja la transición del nazismo al estado de progreso a través de las vidas y los amores de sus protagonis­tas. Alemania es mujer; los sufrimient­os de su cuerpo político se hacen carne en los cuerpos de mujeres fuertes, bellas e inteligent­es, que tienen una meta clara y avanzan sin distraccio­nes, guiadas por una moral propia. En la cumbre de su éxito personal la infatigabl­e Maria Braun revela el núcleo de su estrategia: “Soy una maestra del disfraz. Herramient­a del capitalism­o de día y agente de la clase trabajador­a de noche. La Mata Hari del milagro económico”. Pero cuando se trata de Fassbinder conviene no descuidars­e: la tragedia espera siempre del otro lado de la puerta.

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