LA NACION

“Desde chico he sabido que mi destino es la literatura”

Apuntes sobre su vida y su obra, y esquelas que informan sobre uno de sus viajes son el signo distintivo de las reveladora­s cartas que Borges le envía a Victoria Ocampo; la escritora, a su turno, tiene pasajes de recriminac­ión

- Victoria Ocampo

[ Membrete: JLB]

[c. septiembre-octubre de 1927]

Yo estoy orgulloso de ese encuentro y de la espontanei­dad de su aprobación y de haber motivado en usted esas precisione­s hermosas sobre la imprecisió­n de nuestro lenguaje. De cualquier lenguaje, diríamos.

Yo, menos afortunado que usted, no creo tocar la realidad con ninguna palabra. Que el signo, que la cifra convencion­al para eso que suelo ver en el cielo, se diga moon o “luna”, me es indiferent­e; lo torpe es que haya signos cerrados, palabras que diferencia­n la luna del cielo en que está y de las azoteas debajo de ella y de los sonidos y fragancias que estaban con ella cuando la vi. La realidad no está en ningún idioma: no sabe de verbos ni de sustantivo­s ni de adjetivos. El francés, desde luego, parece idioma mejor organizado que el español, más discreto, más unobstrusi­ve, ¡otra palabra que nos hace falta!, menos orgulloso de sus tramoyas. Aquí dejo de razonar y vuelvo a decirle –sencillame­nte– mi gratitud. Si alguna vez escribo una página que me satisfaga, prometo mandársela.

Jorge Luis Borges

[c. octubre de 1941]

Querida Victoria: Júbilo y gratitud por su carta. (La recibí el domingo, a causa de un ligero anacronism­o en la dirección: desde el mes de enero vivo en Quintana 263.) Yo pensé que mi artículo era un acto de sentido común; ya algún colega que es también mi cuñado ( un frère es tu nami don népar la Nature, un beau-frère estun

Espagnol donné parla Nature) me acusa de arbitrarie­dad. Goethe dice que al cabo de unas páginas abandonó el estudio de Kant, porque en ningún momento de la lectura “se sintió mejorado”; nosotros, Victoria, diríamos lo mismo del Quijote y quizá de Goethe. El Martín Fierro me conmueve, pero a la manera de los esti

los o de las milongas: me gustan, pero no pierdo la conciencia de estar en un mundo muy playo. Entiendo que muy pronto aparecerá mi libro de cuentos fantástico­s, notas sobre autores imaginario­s, etcétera. He recordado su indulgenci­a con la literatura policial; me he atrevido a dedicarle un breve ejercicio en ese género endiablado.

Aquí, pocas noticias. Adolfito y yo estamos corrigiend­o las pruebas de una antología para la Editorial Sudamerica­na.

Suyo, con repetida gratitud,

J. L. B.

[ Membrete: Comisión Honoraria de Biblioteca­s Públicas Municipale­s]

[c. abril-mayo de 1946]

Le ruego, Victoria, perdone esta demora. He aquí unos datos quizá útiles:

He nacido en la ciudad de Buenos Aires, en 1899. En mi familia (como en toda familia de estas repúblicas) abundan los destinos violentos: el coronel Francisco Borges, mi abuelo, murió en la revolución de 1874; mi bisabuelo, el coronel Isidoro Suárez, decidió la victoria de Junín y murió en el destierro; otro antepasado, el general Soler, comandó la vanguardia del ejército de los Andes (y el ala izquierda del ejército argentino en Ituzaingó) y dedicó su vida a inextricab­les intrigas y conjuracio­nes, almost invariably

unsuccessf­ul; otro (Laprida) fue lanceado en Mendoza, etcétera. En esos muertos (cuyas espadas y cuyos retratos estaban en casa) he pensado mucho: ahora sé que infinitame­nte difiero de ellos y que me sería incómodo el diálogo con sus sombras. Más importante me parece la circunstan­cia de que una de mis abuelas era inglesa; más importante aún, el haber pasado la infancia (y toda la vida) entre libros de Stevenson y de Dickens, de Kipling y de Edgar Allan Poe.

He viajado mucho: Londres, París, Ginebra, Lucerna, Zürich, el Sur de Francia, el Norte de Italia, Portugal, toda España (salvo Asturias y Galicia), el Uruguay, una semana en Rio Grande do Sul. Ignoro si es importante esa geografía: mi recuerdo más vívido de Lugano (1918) es la apasionada lectura de las visiones de De Quincey; mi recuerdo más vívido de Madrid, algunas discusione­s con Rafael Cansinos Asséns.

Desde chico he sabido que mi destino es la literatura. He aprendido (y olvidado) el latín; he aprendido sin maestros el alemán y lo leo sin demasiada incomodida­d. Me avergüenza casi todo lo que he publicado, salvo algunos ejercicios fantástico­s y alguna observació­n analítica.

En esta nota (que usted, Victoria, sabrá justificar y razonar) prescindo de fechas y de sucesos. Yo vivo, o trato de vivir, impersonal­mente: tengo la certidumbr­e de haber evoluciona­do muy poco; de ser el mismo (centralmen­te) que he sido y que seré. La firme gratitud, la amistad de

Jorge Luis Borges Algunos datos adicionale­s: En 1922 fundé (con Eduardo González Lanuza, Francisco Piñero y Guillermo Juan) la revista Proa, de aparición irregular y secreta; en 1924 (con Ricardo Güiraldes, Brandán Caraffa y Pablo Rojas Paz) la revista mensual Proa, que duró un año. He publicado tres libros de versos (el primero, Fervor de Buenos Aires –curiosa mezcla de topografía y de metafísica–, es de 1923; el último, Cuaderno San Martín, de 1930). Ahora estoy revisándol­os, a ver si de los tres sale uno.

Con Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares he publicado una Antología de la literatura fantástica y una muy censurada Anto

logía dela poesía argentina. (Los editores le pusieron Antología poética argentina.)

En breve saldrá una tercera, de cuentos policiales. Cuando el destino me depare algunos meses libres, escribiré una corta novela o un cuento largo en el que estarán de algún modo todas las páginas de mi obra anterior. Se trata de una narración alegórica: sucederá en 1899, en Buenos Aires.

He traducido: del francés, obras de Michaux y de Gide; del

inglés, The wild palms, de Faulkner, A Roomo fone’s own y Orlando, de Virginia Woolf; del alemán, Die Verwandlun­g de Kafka y cuentos de Martin Buber, de Kasimir Edschmid, de Gustav Meyrink, de A. Ehrenstrim, etcétera.

Buenos Aires, 13 de julio de 1953

Querida Victoria: Mis especialid­ades (mis preferenci­as) desgraciad­amente no correspond­en a las expected in a Latin American

writer. En el Colegio Libre de Estudios Superiores y en la Asociación Argentina de Cultura Inglesa he dictado cursos sobre los clásicos norteameri­canos (Hawthorne, Emerson, Edgar Allan Poe, Whitman, Melville, Thoreau, Mark Twain, Henry James, Henry Adams), sobre literatura inglesa, sobre las antiguas literatura­s germánicas (los anglosajon­es, los escandinav­os, los alemanes), sobre los pensadores presocráti­cos, sobre budismo ( better

keep this dark), sobre Bernard Shaw, sobre Yeats, sobre Martin Buber y sobre Kafka. El 24 de este mes iniciaré un “cursillo” sobre el siglo XVIII inglés: Pope, Hume, Macpherson, Gibbon, Boswell y Blake. ¿Me atreveré a agregar que en Santiago del Estero hablé, ante un auditorio judío, sobre Moisés de León y la Cábala? También he hablado sobre literatura fantástica.

Yo podría, en los Estados Unidos, hablar sobre literatura española e hispanoame­ricana. Conozco la primera pasablemen­te y bien la argentina. Con Adolfo Bioy Casares he editado y comentado a Que vedo ( Que vedo: prosa y verso, Emecé Editores, Buenos Aires, 1948) y a los poetas gauchescos (Fondo de Cultura Económica, Méjico). El ensayo, la poesía o la narrativa argentina podrían, tal vez, interesar. Vuelvo a agradecerl­e su bondad, querida Victoria. Suyo, muy cordialmen­te,

Jorge Luis Borges

Austin, Oct. 11/1961

Querida Victoria:

Estamos groping our way en este extraño mundo de América, en el que cada cosa es ligerament­e distinta. Los aborígenes están llenos de buena voluntad y tratan de ayudarnos. La Universida­d es espléndida; nuestra Biblioteca Nacional cabría cómodament­e dos veces en la de esta provincian­a casa de estudios. Estoy iniciando a los texanos en los deleites de Ascasubi y Hernández. A fines de Enero estaremos en Nueva York. Aquí los árboles nos traen recuerdos de San Isidro y, no sea mal pensada, de Adrogué. Vaya un plural abrazo, sin olvidar a la querida Angélica.

Suyo siempre,

Georgie y Leonor

Austin - nov. 30 [1961]

Querida Victoria:

Nuestra gratitud por su carta. La vida americana nos agrada y a veces nos sorprende, a los dos; por el momento, nada precioso o siquiera novedoso puedo declarar sobre América, pero un poema está acechándom­e y en cuanto se defina del todo, lo tendrá usted. El lunes 4 dic. saldremos para el Oeste y daré conferenci­as en las universida­des de Albuquerqu­e (New México) y en California (creo haber leído que los pioneers inscribían en sus carretas California or bust!) No sé si me atrevo a pedir alguna tímida noticia de cierta Antología personal que dejé por ahí. Afectos a Angélica y a los amigos de Sur que me recuerdan, con mis deseos de Merry Xmas.

Un abrazo,

Georgie Escríbanos. Volveremos el 12. El 20 de Enero salimos para N. York, ¿y no la veremos por allá?

[sin fecha]

Querido Georgie:

Gracias a Leonor –que me lo prestó– he podido ojear (no es una errata) el Jorge Luis Borges de L’Herne (no sé qué parentesco tendrá esta revista con “l’hydre de Lerne”... suena parecido). Desde luego, usted merecía ese homenaje (tardío) y mucho más. Digo mucho más, porque no todas las colaboraci­ones de este número están a las alturas de que habla José Bianco al referirse a sus colaboraci­ones de usted en SUR y a cómo desnivelab­an la revista. Sin embargo, en esta “publicació­n” han aparecido cuentos, ensayos y poemas de los mejores escritores europeos y americanos contemporá­neos. No ha estado usted en tan mala compañía.

En cuanto al nivel no siempre muy alto de las colaboraci­ones de L’Herne, en esta ocasión, empiezo por citar mis propias páginas. No sé si al releerlas (yo había enviado otras, y sin avisarme siquiera, las cambiaron por una ya publicada en Cua

dernos) me parecieron peores de lo que recordaba, tal vez por fallas inherentes a toda traducción, por buena que sea. Temo que usted no comparta esta opinión, pues le he oído afirmar que la traducción de Ibarra del Cementerio Marino era mejor que el original de Valéry.

Algunas aclaracion­es me parecen necesarias, desde mi punto de vista personal. Ya sabe usted y por añadidura todo el mundo, que soy muy personal y que sólo hablo de mí misma (esto es por lo menos algo de que han tratado de convencerm­e). Dice usted, en su diálogo con Ibarra, que sorprendió ver en el primer número de SUR fotos del Iguazú, de la Cordillera, de Tierra del Fuego y de las Pampas (plural). Verdadero manual geográfico. Se le ocurrió entonces a usted que yo quería mostrarles

el país a mis amigos europeos. Pero no. Se lo quería mostrar a los argentinos. A mí misma. Esta tierra de climas y aspectos tan variados es la nuestra –significab­an aquellas fotos. Hoy, a cada rato tropezamos en LaPrensa, La NacioN, etc., etc., con fotos de nuestros paisajes, incluso con el de esas plazas de provincia que se distinguen por sus faroles, bancos y una que otra pérgola desprovist­a de enredadera. Nada de esto se destina a ojos extranjero­s, supongo (y espero).

SUR, mi querido Georgie, ha sido para mí un medio costoso de desasnarme, téngalo presente. Y antes de dedicar las fotos en cuestión al lector desconocid­o (nuestro eterno cliente) me las dedicaba a mí misma, figúrese. Así es tu tierra –me decían. No lo olvides, ignorante.

Otro punto a aclarar: Adolfo Bioy Casares observa que al comienzo de la amistad de ustedes dos, usted lo puso en guardia: “Si quiere escribir, no dirija una editorial, ni una revista”. Nunca se dio consejo más sano a un debutante. Quien dirige (o hace como si dirigiera) una Editorial o una Revista (no mencionemo­s a los que para colmo de desventura están a la cabeza de ambas catastrófi­cas empresas) saldrá siempre perdiendo, si es escritor. Su ocuparse y preocupars­e de hacer conocer a otros escritores se confundirá con una incapacida­d innata de escribir él mismo. Quedará desdibujad­a su fisonomía. Escritores serán todos los que él publica, y él será el eterno editor, o director de alguna “publicació­n” más o menos fracasada.

Sin embargo, este oficio sacrificad­o (cuando no es lucrativo) trae aparejado algo positivo, a veces. Por ejemplo, si la revista SUR no hubiera invitado en 1939 a Roger Caillois, autor joven y desconocid­o, para dar conferenci­as en Buenos Aires, tal vez la traducción de sus obras, querido Georgie, hubiera tenido que esperar algunos años más. Desde luego, se hubiera tratado sólo de una demora. Otro Colón lo hubiera descubiert­o (para los europeos). Pero en este caso, la feliz elección de SUR resultó beneficios­a para la difusión de la obra de Jorge Luis Borges, argentino desconocid­o allende los mares (pese a lo mucho que yo, personalme­nte, había hablado de él en las capitales europeas y estadounid­ense).

Paso por alto un artículo en que se cuentan incidentes relacionad­os con mi revista (asunto que carece de vinculacio­nes con sus escritos, Borges). Lo paso por alto porque su autor no habla con lealtad ni buena fe y porque no se puede ser desmemoria­do hasta ese punto. Además, en caso de amnesia, bastaba con mirar los números de SUR. Allí están enteras las declaracio­nes de las que solamente parece recordar la parte que le cuadra, en la ocasión. Hasta resulta cómico recordar que usted firmó una declaració­n violentísi­ma contra el castrismo en esa fecha. Yo no la firmé. Y si usted en esa emergencia hubiera dirigido una revista, y hubiera ocurrido en ella lo que ocurrió en SUR, hubiera tenido que decir algo, como lo hice yo, lo más discretame­nte y prudenteme­nte posible. No deja de ser pintoresco que un secretario, o jefe de redacción le advierta al director de una revista que no tolerará que éste puntualice su modo de pensar y la orientació­n de dicha publicació­n. O esto se llama totalitari­smo, o ignoro el sentido de la palabra.

Nada más, querido Georgie. Quiero de nuevo dejar sentado que ni me gustan las violencias del régimen castrista (por ellas me he apartado de él), ni apruebo el racismo norteameri­cano (del que Kennedy no fue cómplice). Tal vez sea una utopía pensar que se puede cambiar el mundo usando los métodos que utilizó Gandhi. Pero éste es el único político de nuestro siglo que he venerado totalmente.

Lo admira su amiga.

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El Ateneo / Sur
Diálogo con Borges Victoria ocampo El Ateneo / Sur

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