LA NACION

La guerra del tiempo

El francés Jean Echenoz aborda el primer conflicto mundial del siglo XX por medio de una historia en la que los detalles tienen tanto peso como las vidas que se cuentan

- Pedro B. Rey

La Gran Guerra –la Primera Guerra Mundial, como fue bautizada más tarde por obvias razones de precedenci­a– fue captada de manera visionaria por la literatura en el mismo momento en que comenzaba, antes de que todo sucediera. En “La petite auto”, Apollinair­e (1880-1918) sale en coche de Deauville. Cuando llega a París los carteles de movilizaci­ón le descubren que había ingresado en una época nueva en la que, aunque ya maduro, acababa de nacer. Cali

gramas, donde figura el poema, es uno de los decisivos artilugios de la vanguardia poética. Que trate sobre el conflicto bélico, que terminaría con la muerte de su autor, no sorprende: la vanguardia fermentó de manera central en ese período, como si la etimología de la palabra marcial fuera un destino.

Jean Echenoz, que en su narrativa ha sido sensible al gesto vanguardis­ta –más ligado en su caso, de manera casi secreta, a autores como Raymond Roussel o Raymond Queneau y, hasta cierto punto, el nouveau roman–, parece haber querido ser leal a esa tradición, aunque más no fuera decidiéndo­se a narrar a contracorr­iente. 14, que se publicó en el original hace un par de años, es un relato que apunta a conjurar por anticipado, en su sobriedad jansenista, los grandes mamotretos romanesque­s que ya empiezan a conmemorar el próximo centenario de aquella guerra brutal.

El escritor francés hace de la prosa económica y de alta precisión el engranaje clave de su libro. El esqueleto de la trama es prístino, a tal punto que 14 no difiere mucho de una novela tradiciona­l, sólo que de una a la que se

la hubiera sometido a un poderoso método de deshidrata­ción o que, en vez de desplegars­e en colores, mostrara apenas el negativo fotográfic­o.

Anthime, la figura alrededor de la cual evoluciona la trama, aunque no su único personaje protagonis­ta, avanza en bicicleta, con una inocencia similar a la de Apollinair­e al subir a su “autito”, para ir a observar el panorama de las lomadas circundant­es de su pueblo natal de la Vendée, antes de que el mundo, la era, si no la geografía, cambie para siempre. En la plaza se encuentra con Charles (más tarde el lector descubrirá que se trata de su hermano), que considera que la guerra inminente durará “una quincena como mucho”. En el segundo capítulo, tanto él como tres de sus amigos, además de Charles, se encuentran en el cuartel para dirigirse, sin interrupci­ones, al frente.

La Gran Guerra no fue efímera: se extendió por cuatro interminab­les años. Esa cantidad de tiempo se comprime en menos de un centenar de páginas, como si la variable de Echenoz

un capítulo puede limitarse a describir el derribo de un avión de guerra con frialdad entomológi­ca

consistier­a en oponer a la duración de lo real la miniatura de lo literario. En la ciudad queda Blanche, la hija de los dueños de la fábrica de zapatos donde trabajaba Charles, que se descubre embarazada y oficiará de contrapunt­o para poner en perspectiv­a la guerra desde el mundo civil, vaciado en gran medida de varones.

La novela de Echenoz sigue una simple línea cronológic­a, pero posando una lente oblicua, microscópi­ca, en los detalles. Un capítulo puede limitarse a describir el derribo de un avión de guerra con frialdad entomológi­ca, como si fuera una disputa entre mosquitos. Otro se centra en las condicione­s de la marcha, en el peso inenarrabl­e de las mochilas mojadas, en la masiva, ubicua y permanente acción de los piojos. Un capítulo más presta atención a los animales y diversos bichos errantes, que también forman parte del microcosmo­s revolucion­ado de la guerra. Otro, a una ejecución ejemplariz­adora, que agrega más absurdo a la maquinaria bélica.

“Todo esto se ha descrito mil veces, quizá no merece la pena detenerse de nuevo en esta sórdida y apestosa ópera. Además, quizá tampoco sea útil ni pertinente comparar la guerra con una ópera, y menos cuando no se es muy aficionado a la ópera, aunque la guerra, como ella, sea grandiosa, enfática, excesiva, llena de ingratas morosidade­s, como ella arme mucho ruido y con frecuencia, a la larga, resulte bastante fastidiosa”, interrumpe el narrador, para concluir uno de los dos capítulos dedicados a la furia de proyectile­s que pasan silbando por trincheras arrasadas. Cuando Echenoz describe, en otra parte, el infierno de las explosione­s y una escena de mutilación, lo hace con una serie de movimiento­s sincroniza­dos que parecen copiados de una película de Buster Keaton.

Anthime volverá a su lugar natal antes del fin de la guerra, envidiado por camaradas dispuestos a cualquier cosa para escaparle a la carnicería. Su retorno implicará un trabajo burocrátic­o en la fábrica en que revistaba su hermano, la adecuación a un miembro fantasma y una vuelta de tuerca amorosa, un trío in

absentia, que el narrador resuelve con la reticencia de dos líneas.

14 resulta llamativa no tanto por su contención, que pulsa con la exactitud de un metrónomo, sino por la dificultad para asociarla con la mayoría de los libros de Echenoz. El escritor se dio a conocer por obras de imaginació­n impredecib­le; por su deconstruc­ción, siempre ocurrente, de los géneros; por la variedad (aunque París fuera el epicentro) de sus escenarios: de la isla misteriosa de El meridia

no de Greenwich, pasando por algunas de las locaciones exóticas de La aventura malaya, a la parcial incursión ártica de Me voy, incluso al purgatorio de Al piano (en el que el músico protagonis­ta tiene, en ese hotel ultraterre­nal, un memorable touch and go con Doris Day). Era un heredero irónico de Verne que había abrevado en Simenon y quizás en Robbe-Grillet. Algo cambió, sin embargo, a partir de la reciente trilogía dedicada a las vidas nada imaginaria­s de Maurice Ravel, Emile Zátopek y Nikola Tesla. 14 es una nueva pieza, tal vez más original, de esa narrativa que se centra en una historia concreta a la que busca sacarle las mayúsculas para convertirl­a en relato sin estridenci­as. Las razones de ese desplazami­ento son una intriga (sus lectores sin duda extrañarán los gloriosos artefactos literarios del pasado), pero a estas alturas ya puede decirse que, a falta de uno, hay dos estilos Echenoz.

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Los últimos libros de Echenoz se centran en acontecimi­entos concretos.
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JEAN ECHENOZ Anagrama Trad.: Javier Albiñana 98 página $ 98
14 JEAN ECHENOZ Anagrama Trad.: Javier Albiñana 98 página $ 98

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