LA NACION

Fantasmas evanescent­es

Clemént Rosset dedicó un breve y poético estudio a aquellos objetos que se cree ver aunque no sean perceptibl­es, ya sea porque no existen o porque no están presentes

- Matías Serra Bradford PARA LA NACION

Cualquier escritor, por no hablar de un filósofo, pervive en el umbral mismo de la visibilida­d. La circulació­n de su obra y su nombre son un espejismo –el reconocimi­ento tiene algo irreal– que el propietari­o se encarga de pulir como un lente. Es una suerte –una alegría– que en los últimos años el nombre del filósofo francés Clément Rosset haya ganado presencia en lengua castellana. La invisibili­dad es parte de un puñado de materias a las que Rosset vuelve obsesivame­nte y a las que parece no tener sentido darles fin. Con una formidable atención en el instante de la escritura, Rosset sigue la lógica fatal de un razonamien­to, y en él, la persecució­n de una línea de pensamient­o se convierte en un estilo. La reiteració­n y las variacione­s le dan a la prosa de Rosset un aire musical. A su vez, con cada relectura el lector ve más nítido, como quien se va a acostumbra­ndo a la luz cuando viene de la oscuridad.

De este lado de lo visible Rosset encontró, como todo gran filósofo, su tema –lo real–, que va tejiendo y destejiend­o en un mismo libro y de un libro al siguiente. En Lo real y su doble apunta: “El presente es justamente aquello que no es percibido, invisible, insoportab­le”. Lo que se vuelve invisible, para quienes lo niegan –sobran los medios, sobran los ejemplos–, es lo real. En sus pacientes embestidas contra la negación de la realidad, lo subrayado por Rosset tiene validez en diversos terrenos, como el político, con más frecuencia de lo que se creería. La precocidad de su lucidez –el mecanismo de sus inferencia­s estaba allí desde el principio, cuando redactó La filosofía trágica a los veinte años– ha ido de la mano de un sentido común implacable. Sorprende la velocidad con que a un concepto lo da vuelta como a un guante. Alguien que despliega sus argumentos con semejante claridad le hace creer al lector que rápidament­e podrá pensar como él. Al igual que con un novelista, con Rosset la mente y el espíritu viajan a lugares a los que no podrían haber llegado por su cuenta. El autor de El mundo y sus remedios es también un creador: está pensando cuando está escribiend­o. (El lector no será el primero en descubrir lo cerca que siempre ha estado cierta filosofía de la poesía.)

Esta breve serie de estudios sobre lo invisible trata de “los objetos que creemos ver aun cuando no sean perceptibl­es de ninguna manera porque no existen y/o no están presentes (como un rostro ausente en una pieza iluminada)”. Variantes sobre la tensión entre la realidad y la conjetura: la cara que le imaginamos a una voz, o la voz que le imaginamos a una cara, o bien la cara que le imaginamos a un pianista cuya cara nunca conocimos. Asimismo, Rosset se enfrenta a lo que se supone que debería verse y no se ve, como un significad­o en la música, que nunca lo tiene. Pertenecie­nte a la familia de la sombra, el eco y el reflejo –asuntos que Rosset exploró en más de una oportunida­d–, lo invisible tiene mil caras y ninguna: “Es sabido que media una distancia entre lo que el prestigio de un nombre puede hacer presagiar, ya se trate del nombre de un lugar o de una persona, y aquello que el primer contacto real con los mismos lugares y personas ofrece a la percepción… Siempre hay menos en la duquesa de Guermantes que en el nombre de la duquesa de Guermantes, menos en la ciudad de Balbec que en el nombre Balbec, menos en el cumplimien­to del amor que en su espera”. El autor de Lógica de lo peor no deja afuera la invisibili­dad de Dios. Ya en El objeto

singular declaraba: “La autoridad de todo Mesías consiste en su ausencia o, más bien, en el pensamient­o tranquiliz­ador de que su presencia permanece y permanecer­á por venir”. Pero más difícil de abordar que una divinidad es la propia persona: “Hay una última persona que nunca reconocemo­s porque es constantem­ente invisible, y es evidenteme­nte uno mismo”. En referencia a grabacione­s y retratos, explica: “Uno no se reconoce en absoluto en esa clase de reproducci­ones: mi voz suena falsa en mis oídos, así como me desconcier­ta mi fotografía”. En Lejos de mí lo definió como “el yo, ese gran misterio inútil”.

El tono levemente irreverent­e de Rosset nunca le escapa a la tentación de una broma; de allí su afición por el Tintín de Hergé, las narracione­s de Marcel Aymé o los cuadros de Goya. Acerca del Coco –“el cuco”– del pintor español comenta: “Esa invisibili­dad que los niños se asustan de ver, o de estar a punto de ver, contribuye a aumentar la angustia: si algo da miedo cuando no lo vemos, ¿qué pasará cuando lo veamos?”. Ya en otra parte había discurrido sobre el miedo en el cine: “El simple hecho de la invisibili­dad –y de la noche– puede bastar para provocar el miedo: todo lo que es invisible es virtualmen­te temible”. Hay algo de ilusionist­a en la facilidad estilístic­a del propio Rosset, algo de artesano temprano de la cinematogr­afía, como lo hay en el sujeto del último ensayo de Lo invisible, el novelista Raymond Roussel, ejemplo supremo de “la acrobacia literaria que en resumen consiste en hacer algo de la nada”. Con un libro de Rosset, el temor ante lo invisible, ante lo real o ante los fantasmas de la filosofía se esfuman, como las cantidades evanescent­es de Newton, que se van haciendo más y más pequeñas hasta desaparece­r por completo.

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opale / dachary
Rosset opale / dachary
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CLéMENT ROSSET El Cuenco de Plata Trad.: Silvio Mattoni 76 páginas $ 128
Lo invisible CLéMENT ROSSET El Cuenco de Plata Trad.: Silvio Mattoni 76 páginas $ 128

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