Ritual de cierre
La galería Alberto Sendrós se despide con Librada, instalación de Nicanor Aráoz que alude a la venganza, la violencia, las relaciones de poder y la posibilidad de salvación
Cuenta la leyenda que la doncella Wilgefortis, de niña, fue prometida en matrimonio por su padre, rey de Portugal, al rey moro de Sicilia. Repudiando el casamiento, oró a Dios para que la convirtiera en un ser repulsivo. Sus plegarias fueron atendidas y un vello espeso le creció por todo el cuerpo. El rey musulmán, espantado, rompió el compromiso. Y el padre de la doncella, en un arrebato de furia, la mandó crucificar. Desde entonces, santa Librada, la Virgen mártir, es la patrona de las mujeres mal casadas. Librada es también el nombre, en un clima en concordancia no del todo fortuita con la leyenda, elegido por Nicanor Aráoz para su muestra en Alberto Sendrós. Una galería que, luego de once años, cierra sus puertas.
En un ambiente de paredes opart, Aráoz reconstruye, a través de piezas escogidas donde prevalece una voluntad artesanal, un relato que incluye la venganza, la magia, la esclavitud, la violencia, el dolor, el combate, las relaciones de poder y la posibilidad de salvación. Aráoz convoca en la sala emociones contradictorias, como un ritual que reúne fuerzas oscuras y brillantes, el bien y el mal, el yin y el yang, la vida y la muerte. La escena tiene lugar sobre un colchón anaranjado de cúrcuma.
Si las piezas que integran Librada se presentan a simple vista como vestigios de una narración inconexa, el perfume especiado de la cúrcuma establece un hilo conductor invisible, cierto olorcito a sopa que nos retrotrae a una sensación de hogar. Pero el hogar en este caso es un sitio descalabrado, la puesta en escena de una discoteca desquiciante y trash.
Así, los rombos blancos y negros de las paredes empapeladas se derriten, se hacen elásticos, generando una sensación de inestabilidad y de mareo, como si estuviéramos bajo los efectos de un alucinógeno. La psicodelia a la que alude Aráoz es de bajo costo; fotocopias forran la pared y muestran sus arrugas, sus desfases en el montaje y sus anomalías en la cantidad de tinta. La impronta es humana, imperfecta, nunca industrial. Y en los desperfectos, en la falla, surge la voluntad de la materia, la fidelidad a aquello que la constituye. La alquimia es entonces un proceso de transformación física y anímica, donde el artista, al mismo tiempo que arranca gestos e impone forma a los materiales, es transformado por ellos.
La pieza principal de la muestra, un samurái que preside la sala con torsiones de Laocoonte devenido personaje de manga, se erige gracias a un paciente enhebrado artesanal: origami, cestería botánica, collage de caras gatunas formando una capa dividida en luz y sombra, cerámica esmaltada y modelado en papel. Desde el samurái, la luz tenue de un camino de triángulos de neón conduce a una plataforma en ascenso que, a la manera de un trampolín o altar, nos arroja al pie de una enorme cruz, un collage realizado con imágenes de armas. Con Librada, Aráoz invita a transitar una atmósfera rabiosa de contrastes, incómoda y desmembrada, que encuentra su contrapunto en el detalle amoroso con que construye cada pieza.
Si promediando la primera década del milenio Aráoz supo imponer su singularidad en la galería Appetite, estampando conejos taxidermizados contra la pared, en estos últimos años su obra tomó un giro más romántico, alejándose de la representación ligada al cómic. Sin renunciar del todo a la evocación de los personajes animados, escarbó en la condición anímica y simbólica de los materiales para arribar a situaciones formales que en ocasiones llegan a prescindir del relato figurativo. El humor más cercano al gag que impregnaba sus escenas fue cediendo paso a un tono trágico, a veces melancólico, siempre sentimentalista, como una buena telenovela. El libreto abandonó la tira cómica para bucear en la autobiografía.
A la hora de explicar la decisión de cerrar la galería, Alberto Sendrós confiesa que está cansado, que quiere ofrecer a los artistas la posibilidad de nuevos horizontes y que necesita trabajar con estímulos frescos. Pero no va a quedarse quieto. Ya está carburando nuevos emprendimientos: “Voy a apoyar fuertemente el Distrito de las Artes, en la zona sur de la ciudad –cuenta–. Antes de fin de año voy a abrir un espacio nuevo dedicado a proyectos especiales con artistas y coleccionistas que me interesan. Y luego, en dos años, voy a reabrir mi galería en un espacio nuevo y con un concepto reformulado”.