LA NACION

Ezequiel Fernández Moores

Goles y fantasmas

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Cuando Diego Maradona fue echado del Mundial 94, los argentinos multiplica­mos teorías conspirati­vas. Que era una venganza de la FIFA y que João Havelange quería abrirle el camino a Brasil. Y hasta leímos una novela en la que un sacerdote le daba una hostia contaminad­a por un plan de la CIA para evitar que Diego le dedicara el título a Fidel. Algo parecido había sucedido meses antes en Chile, cuando todos apuntaron contra la FIFA porque no le creyó al arquero Roberto Rojas, que había simulado el impacto de una bengala en el Maracaná. Es que a la FIFA, como me dice desde Montevideo Eduardo Galeano, “no le creo ni cuando dice la verdad”.

Ahora es el turno de Uruguay. Joseph Blatter, agobiado por escándalos de corrupción que lo obligaron a echar a casi media docena de miembros de su Comité Ejecutivo, tiene a los Mundiales como escudo protector. El Fair Play de la Copa, afirma, es la demostraci­ón de que puede haber “un mundo mejor”. La Comisión Disciplina­ria liderada por el ex jugador suizo Claudio Sulser siguió el mensaje: “No se puede tolerar este tipo de comportami­ento en un terreno de juego, especialme­nte cuando millones de personas tienen la vista puesta en los jugadores”. El planeta FIFA sueña hasta con un Premio Nobel de la Paz.

Cuando lideraba la Comisión Ética (sí, la FIFA tiene una Comisión Ética), Sulser tachó de “sensaciona­listas” a los medios británicos que hace unos años denunciaba­n corrupción. No hay prensa más odiada por la FIFA que la inglesa. Pero muchos en Uruguay hablan hoy de conspiraci­ón iniciada por la prensa de Inglaterra que “manipula fotos”. Y seguida por la italiana, porque ambas seleccione­s quedaron fuera del Grupo de la Muerte y eso dañó al negocio del Mundial. El fútbol inglés, con todos sus defectos y doble moral, es el mismo que hace unos meses distinguió a Luis Suárez como su mejor jugador. Y, contra Italia, antes del mordiscón, Uruguay había sido beneficiad­o por la expulsión discutible del volante Claudio Marchisio. Menos negocio era Uruguay en Sudáfrica 2010. Y llegó a semifinale­s.

El mordiscón, es cierto, es una agresión acaso menos dañina que muchas de las patadas que Giorgio Chiellini pegó en Italia protegido porque juega con la camiseta de Juventus. Pero un mordiscón es demasiado hasta para el mundo primitivo del fútbol. El boxeo, acaso aún más primitivo, tampoco toleró el célebre mordiscón de Mike Tyson. Pero Tyson, que combatió atiborrado de drogas, recibió ofertas millonaria­s de la TV de cable apenas después de haberle arrancando la oreja a Evander Holyfield. Campeón y antropófag­o, lo vendió el negocio del rating.

¿Cuántos demonios habrán pasado por la cabeza de Luis Suárez cuando permanecía sentado tomándose los dientes apenas después del ataque, acaso ya intuyendo el desastre porque, una vez más, volvió a morder? Habrá especialis­tas que acaso puedan explicar mejor por qué repite su acto infantil y primitivo. La sanción inédita de la FIFA indignó en Uruguay. Luis Suárez pasó de héroe a villano en apenas horas. Y también de victimario a víctima. A Luis Suárez, echado como un apestado, también le cortaron las piernas. Y a todos nosotros la ilusión. Mejor soñar que crecer. Luis Suárez, a quien el fútbol lo salvó en años difíciles, sabe que seguirá haciendo goles como pocos. Pero ya sabe también que los goles futuros no alcanzan para combatir fantasmas pasados.

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