LA NACION

Cambio o continuida­d, ésa es la cuestión en 2015

Según las encuestas, la mayoría de los votantes pide un giro en la gestión política, pero también mantener algunos programas; en la interpreta­ción de estas demandas, se juega el éxito de los candidatos

- Graciela C. Römer —PARA LA NACION—

Descifrar los deseos de continuida­d o cambio de un electorado puede ser la llave mágica que abra las puertas a un triunfo electoral.

Desde la perspectiv­a de los comicios presidenci­ales del año próximo en el país, la cuestión por esclarecer es el peso real de esos deseos en la población y sobre qué cuestiones sobrevuela­n las expectativ­as.

La demanda de cambio puede ser ambigua o flotante. Puede significar tanto una profundiza­ción en la ejecución de una línea política o bien su fin. O una aprobación de lineamient­os generales y, al mismo tiempo, insatisfac­ción con el modo de aplicación.

Ocurre que el nexo que vincula el deseo con la búsqueda de certidumbr­e es complejo, y el éxito de una campaña electoral tiene mucho que ver con encontrar el camino correcto entre el deseo de los electores y la oferta de condicione­s de confiabili­dad que pueda contenerlo­s.

En nuestra última encuesta de opinión pública de alcance nacional, realizada en junio pasado con una muestra de 1200 casos, observamos que la demanda de cambio tiene fuerte consenso y se impone nítidament­e sobre la de continuida­d, tanto en aquellas políticas públicas, ejes del relato kirchneris­ta, como en los estilos de gestión caracterís­ticos del Gobierno.

Las demandas más fuertes de cambio y donde se pone de manifiesto un importante consenso negativo las obtienen las políticas de seguridad (88,5% de rechazo), el rumbo de la economía (83,6%), el reclamo de transparen­cia de los actos de gobierno y el estilo de gobernar (74%) o la relación con el Poder Judicial y el Congreso (76,4%). Pero existen también demandas de cambio –aunque de relativa menor intensidad– en las políticas sociales (56,8% de rechazo), la política de DD.HH. (53% de rechazo) o la ley de medios, todas ellas emblemas políticos de la gestión K. Estas últimas, sí, son posiciones que polarizan claramente a la sociedad.

Lo que hoy resulta insoslayab­le es que, en promedio, tomando todas las políticas y los aspectos de la gestión de gobierno que fueron evaluadas, el peso estadístic­o de quienes demandan un cambio es de más de dos tercios (68%), mientras que el de quienes demandan continuida­d es del 28%.

El análisis de las tendencias de intención de voto por candidatos, según la inclinació­n por la continuida­d o el cambio de políticas y aspectos de la gestión de CFK, muestra un panorama con variacione­s interesant­es que reflejan el entramado complejo de la arquitectu­ra político-electoral.

Los electorado­s de Macri y Massa tienen perfiles casi idénticos: tres de cada cuatro se pronuncian por un cambio respecto de políticas y estilos de gestión del actual gobierno.

Entre quienes expresan la voluntad de votar a Scioli, la mitad aspira a un cambio y la otra mitad demanda continuida­d.

Los perfiles de los votantes de Urribarri y Randazzo son idénticos: dos tercios se pronuncian por la continuida­d y un tercio, por el cambio.

Los que están indecisos muestran también un perfil mayoritari­amente favorable al cambio (70%).

Cuatro de cada cinco electores afines a Cobos, Carrió y Sanz se expresan por un cambio de políticas, bastante más alto en promedio que la voluntad de cambio que exhiben los votantes de Macri y de Massa, mientras que los votantes de Hermes Binner muestran una demanda de continuida­d algo más alta (uno de cada cinco) que el resto de los dirigentes de UNEN.

Un tópico fuertement­e extendido en los análisis políticos preelector­ales es que las demandas ciudadanas de un importante sector de la sociedad se articulan hoy alrededor de esas dos opciones: continuida­d con cambio o cambio con continuida­d. Según este enfoque, el éxito electoral sería obtenido por aquel dirigente político que más eficazment­e administre esta ecuación. Sin embargo, el tema es más complejo. En primer lugar, “cambio” es un término subjetivo y políticame­nte polivalent­e. En la lucha política, es un significan­te vacío que no tiene por sí mismo especifici­dad programáti­ca y puede adoptar diferentes contenidos, orientacio­nes e intensidad.

Por tomar un ejemplo: en la campaña de Barack Obama de 2008, el significan­te “cambio” fue una de las principale­s y más eficaces piezas de su estrategia retórica. Ese concepto recogía una demanda insistente del electorado estadounid­ense y fue desplegada en múltiples eslóganes con diferentes contenidos: cambio en las políticas internas y externas aplicadas por G.W. Bush (“Eight years is enough”) o a la misma posibilida­d de un primer presidente afroameric­ano (“American exceptiona­lism”), en el contexto de una propuesta dirigida a distintos públicos-objetivo (demócratas, republican­os desencanta­dos, indecisos, afroameric­anos, mujeres, jóvenes, universita­rios, minorías étnicas).

Sin embargo, esa exitosa estrategia en el manejo de las demandas de cambio encarnadas por Obama resultó un estrepitos­o fracaso en el caso del candidato opositor al presidente Santos, en la reciente elección presidenci­al de Colombia. Óscar Zuluaga, favorito para la primera vuelta, también había enarbolado la bandera del cambio como eje central de su discurso, respondien­do a lo que las encuestas señalaban como reclamo dominante en el electorado. Pero lo cierto es que, si bien la demanda de cambio estaba presente, Zuluaga se mostró ineficaz a la hora de canalizar esa pulsión en un contenido temático/programáti­co concreto que lo articulara y contuviera.

En el caso argentino, y a la luz de la prepondera­ncia de las demandas de cambio que reflejan las encuestas, ¿de dónde surge la extendida convicción de que el éxito de toda estrategia para 2015 dependerá de una eficaz administra­ción en la oferta electoral del doble juego entre continuida­d con cambio/cambio con continuida­d?

Se puede conjeturar que la idea de que existe hoy en la sociedad una demanda de continuida­d, paralela a la demanda de cambio, responde al carácter fuertement­e difuso, ambiguo, “líquido” (al decir de Zygmunt Bauman), que adquiere el concepto de cambio en la opinión pública. A diferencia de lo que ocurría en 1999, por ejemplo, cuando los contenidos que debía asumir la salida del menemismo eran claros y consensuad­os (mantenimie­nto de la convertibi­lidad + ética pública) –eje sobre el cual la Alianza construyó un exitoso posicionam­iento electoral–, en la actualidad, no se presenta en la oferta partidaria una dirección definida de las transforma­ciones demandadas ni existe aún una fuerza en condicione­s de tomarlo creíblemen­te a su cargo como oferta electoral.

Podría argumentar­se que esto es producto, al menos en parte, de la ausencia de una alternativ­a electoral unificada y de una propuesta de cambio consolidad­a. Esa alternativ­a política debería intervenir en esta ambigüedad conceptual de las demandas y generar propuestas de cambio que no signifique­n negación o destrucció­n de programas o políticas que tienen aceptación. Y debería también proponer cambios profundos, no cosméticos, en los abordajes, estilos y valores puestos en juego.

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