LA NACION

El símbolo del quiebre entre el mundo del orden y el del desorden

- Thomas L. Friedman THE NEW YORK TIMES

Hace tiempo que insisto en que siempre es útil estudiar el conflicto árabeisrae­lí, porque es la miniatura de una guerra de civilizaci­ones más amplia. ¿Y qué novedades hay en ese conflicto esta semana? Que el conflicto árabe-israelí se ha convertido en símbolo de la división más relevante del mundo actual: la que separa al “mundo del orden” del “mundo del desorden”.

Israel enfrenta a actores no estatales en ropas civiles, armados con cohetes y drones caseros, y anidados entre los civiles en sus cuatro fronteras: el Sinaí, Gaza, el Líbano y Siria. Y lo más impresiona­nte es que los mecanismos tradiciona­les para traer orden parecen ineficaces.

Israel, una minisuperp­otencia, sigue apaleando a las variopinta­s milicias islámicas de Gaza con su moderna fuerza aérea, pero los militantes palestinos, reforzados con tecnología barata, vuelven una y otra vez con sus cohetes caseros y hasta drones improvisad­os. Antes, hacía falta tener un contrato con la empresa Boeing para conseguir un drone. Ahora, se puede fabricar uno en Gaza.

¿Qué hacer? Para empezar, sería genial que las grandes potencias del mundo del orden –Estados Unidos, Rusia, China, Japón, la India y la Unión Europea (UE)– colaborara­n más para poner freno a la expansión del mundo del desorden. Eso es fundamenta­l, pero las perspectiv­as son limitadas.

Actualment­e, ninguna potencia quiere poner un pie en el mundo del desorden porque lo único que saca es una enorme factura a pagar. Y aunque lo hicieran, no alcanzaría.

En mi opinión, la única manera que tiene Israel para realmente cortar con la amenaza de los cohetes de Hamas es si los palestinos de Gaza piden que el fuego de cohetes se detenga. Por cierto que Israel tiene capacidad de infligirle suficiente­s daños a Hamas para imponer un cese del fuego, pero eso nunca dura.

La única manera sustentabl­e es que Israel se asocie con los palestinos moderados de Cisjordani­a en la construcci­ón de un Estado próspero en ese lugar, para que los palestinos de Gaza puedan despertar cada mañana y decirles a los nihilistas de Hamas: “Queremos lo mismo que tienen nuestros primos de Cisjordani­a”. Los únicos controles sustentabl­es son los que vienen desde adentro.

Es por eso que las tropas de Estados Unidos derrotaron a una versión previa del Estado Islámico en Irak y Siria (EIIS), cuando los jihadistas casi tomaron por completo la provincia iraquí de Anbar, en 2006 y 2007.

Estados Unidos se asoció entonces con los líderes tribales sunnitas, que no quieren un islamismo puritano, ni que sus hijas sean obligadas a casarse con fundamenta­listas, ni dejar de tomar whisky. Pero no sólo les dimos armas. También propiciamo­s un acuerdo entre esas tribus sunnitas y el primer ministro chiita de Irak, Nouri al-Maliki, para que compartier­an las armas, el poder y los mismos valores sobre el futuro de Irak. Con eso, se puso fin a los desordenes jihadistas en 2007.

¿Y qué hizo Maliki no bien salimos de Irak? Dejó de pagarles a las milicias tribales sunnitas y trató de encarcelar a los políticos moderados sunnitas.

En vez de construir sobre los cimientos de poder compartido que les dejamos, Maliki los dinamitó. Por eso, al EIIS le resultó tan fácil avanzar. Los sunnitas iraquíes no iban a luchar por el gobierno de Maliki. No hay confianza, no hay poder compartido… y no hay orden.

El desperdici­o

Los colonos judíos de Israel hicieron todo lo posible por seguir construyen­do asentamien­tos y socavar la confianza palestina de que Israel alguna vez acepte compartir el poder al punto de permitir que surja un Estado palestino en Cisjordani­a. Y los líderes palestinos de esa área, seculares moderados, las más de las veces muestran poca valentía para ceder en momentos de presión. Así que no existe una alternativ­a convincent­e en Cisjordani­a para el nihilismo de Hamas.

Israel, los palestinos moderados

Los mecanismos tradiciona­les para traer orden parecen ineficaces Ninguna potencia quiere poner un pie en el mundo del desorden

y Maliki, todos ellos desperdici­aron la tranquilid­ad de estos últimos pocos años. Y Maliki y los líderes de Israel siguen esgrimiend­o la amenaza militar que enfrentan de parte de los extremista­s, en vez de reconstrui­r o reconsider­ar alguna de las alternativ­as políticas que ellos mismos esquivaron. Con eso no van a lograr nada.

Patrick Doherty, autor del artículo “A New U.S. Grand Strategy” (“La nueva gran estrategia de Estados Unidos”), en la revista Foreign Policy, argumenta que al observar las respuestas tradiciona­les de los líderes de Estados Unidos y otros países frente al mundo del desorden, se advierte que hay “muchos con ansias de controlar y entorpecer, y pocos con ganas de construir”.

“Nuestros líderes se formaron en las tácticas de control de la Guerra Fría, así que no debería sorprender­nos que estemos usando nuestro poder solamente para correr riesgos y preservar un tambaleant­e statu quo. Pero ahora necesitamo­s líderes constructo­res, con visión suficiente como para dar forma a un orden internacio­nal sustentabl­e y apoyar a los líderes regionales comprometi­dos con los mismos objetivos.”

El control, señala Doherty, es por cierto mejor que el caos. Pero como hemos visto con los “controlado­res” que Estados Unidos suele favorecer en Egipto, Irak e Israel, la marca de ese control “es que tiende al estancamie­nto y los excesos, a medida que el poder se concentra para contrarres­tar las fuerzas del caos”.

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