África y una lamentable decisión Á
frica entera acaba de dar un lamentable paso atrás. Casi en medio de un sigiloso secreto, que incluyó excluir al periodismo de la sesión en la que se concretó, los jefes de Estado africanos, en una reunión reciente de la Unión Africana en la ciudad de Malabo, capital de Guinea Ecuatorial, se otorgaron entre sí nada menos que inmunidad total frente a sus eventuales responsabilidades por los delitos de lesa humanidad que pudieron haber perpetrado, así como por los crímenes de guerra, incluido el genocidio, cometidos durante los conflictos armados, tanto internacionales como internos. Idéntica limitación impedirá en el futuro el procesamiento de sus altos funcionarios.
La inmunidad aludida se refiere al futuro desempeño de la nueva Corte Africana de Justicia y Derechos Humanos, fruto de la fusión de la Corte Africana de Justicia y de la Corte Africana de Derechos Humanos y Derechos de los Pueblos. Los jefes de Estado del Continente Negro, así como sus altos funcionarios quedarán, en más, inmunes frente a su jurisdicción. Nada menos que 53 líderes aprobaron, sin debate, esta norma y sólo Botswana votó en contra.
Esos jefes de Estado siguen naturalmente estan- do bajo la jurisdicción de la Corte Penal Internacional, de la que no pueden autoexcluirse. Ese alto tribunal internacional ha apuntado ya contra tres de ellos: Omar al-Bashir, presidente de la teocracia de Sudán, acusado por los crímenes aberrantes cometidos en la región de Darfour por las tropas regulares de su gobierno; el presidente de Kenya, Uhuru Kenyatta, acusado de crímenes de lesa humanidad cometidos entre 2007 y 2008, que causaron la muerte de miles de personas, y Laurent Gbagbo, ex presidente de Costa de Marfil, por delitos de lesa humanidad cometidos cuando Gbagbo intentó no ceder el poder a Alassane Ouattara, luego de que éste lo derrotara claramente en las urnas, en 2010.
De esta manera, el proceso de democratización poscolonial de África ha sufrido un duro revés. Si ésta hubiera sido la posición de líderes autoritarios como Robert Mugabe, de Zimbabwe; Paul Biya, de Camerún, que se aferra al poder desde 1982, o José Eduardo dos Santos, en Angola desde 1979, no hubiera sorprendido a nadie. Pero que los mandatarios de casi toda África hayan conjuntamente sido cómplices de este lamentable paso atrás constituye una innegable regresión que, por su negativa trascendencia, no debe pasar inadvertida.