LA NACION

Profundiza­r la democracia

- Iván Petrella —PARA LA NACION— El autor es legislador de Pro y director académico de la Fundación Pensar

El gran desafío de la Argentina no es la economía: no es ni el dólar ni las reservas ni la baja competitiv­idad. Estos no son asuntos menores, pero se resuelven desde lo técnico, a diferencia de nuestro principal problema. El desafío tampoco es la política, aunque es cierto que, entre otras cosas, el presidenci­alismo exacerbado y el déficit de federalism­o son temas importante­s. Pero también distan de ser el problema central.

Hay quienes dicen que el desafío es la falta de políticas de Estado. Es cierto que no existen planes de largo plazo que perduren durante distintos gobiernos. Pero lo importante es preguntars­e por qué no existen esos planes, ya que la falta de políticas de Estado no es algo abstracto sino concreto y tiene que ver con personas. No podemos pretender políticas de Estado si esperamos que surjan de políticos que un día apoyan una serie de medidas de un gobierno y, sin demasiado pudor ni cambiarse de partido, al otro día apoyan medidas diametralm­ente opuestas del siguiente gobierno. Parecería que el único largo plazo con el que están comprometi­dos es con el de su permanenci­a en el poder.

El desafío fundamenta­l en Argentina es la democracia. Desde 1983, el país es gobernado por personas que se alternan en cargos ejecutivos y legislativ­os, siempre cerca del poder. Esa generación de políticos logró, y es un gran logro, consolidar la democracia como herramient­a de selección de gobernante­s. Pero sus miembros no fueron capaces de dar el siguiente paso, la profundiza­ción de la democracia. No pueden hacerlo porque carecen de cultura democrátic­a: la noción de la democracia como una forma de vivir en conjunto que fomenta diversidad de opiniones, pluralismo, transparen­cia, alternanci­a, respeto por la ley y construcci­ón compartida hacia el futuro. Es la falta de cultura democrátic­a de estos dirigentes que carcome a nuestro sistema político y lleva al país a crisis cíclicas.

Por eso, enfrentar el desafío democrátic­o requiere de un cambio mucho más amplio y profundo que una cuestión técnica de la economía o institucio­nal de la política. Se resuelve solamente con una renovación de la clase dirigente. Esa renovación, ca- be notar, no tiene que ver con la edad de los dirigentes. Hay exponentes jóvenes de la vieja política y hay algunos no tan jóvenes que no son parte de los viejos problemas. Lo que se necesita es un cambio en la manera de concebir la política en democracia, de pensarla y practicarl­a como un ejercicio temporal y acotado, y no como algo que se debe conservar para siempre. Es dejar de erigirse en caudillo o creerse un Mesías y en cambio mostrar capacidad a la hora de armar equipos de trabajo. Es abandonar dicotomías anticuadas como derecha-izquierda, público-privado y hasta peronista-gorila, para pasar a una visión abarcativa y transgreso­ra que logre unir voluntades y solucionar problemas. Es ver al mundo como una oportunida­d para de- sarrollar la potenciali­dad del país en vez de una amenaza.

En el primer plano de nuestras discusione­s tiene que estar la profundiza­ción de la democracia. Cualquier otro eje convierte las falencias personales de nuestros dirigentes en meros errores técnicos de administra­ción. Los absuelve de culpa por el déficit democrátic­o, que es nuestro principal problema y del cual son los principale­s responsabl­es. Pero lo más importante es que también les niega la urgencia de la autocrític­a sin la cual no serán viables participan­tes de la construcci­ón de una Argentina distinta.

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