LA NACION

El nazi que quería “curar” a los homosexual­es

Revelador documental. La película El triángulo rosa, de Ignacio Steinberg y Esteban Jasper, no estrenada aún comercialm­ente, aborda la persecució­n que sufrieron los homosexual­es durante el régimen de Hitler y se centra en la figura del danés Carl Vaernet,

- Hugo Beccacece PARA LA NACION

¿Es cierto que la Argentina cobijó durante dieciocho años al hombre que decía poder “curar” la homosexual­idad? ¿Alguna vez ese hombre trató en su consultori­o del barrio de Palermo a un paciente desesperad­o que, acosado por los prejuicios y la incomprens­ión, le creyó, como se cree a un brujo? ¿Acaso ese “enfermo” padeció la humillació­n y el horror de un tratamient­o, verdadera pesadilla de la razón científica, con la esperanza temeraria del que se enfrenta a la muerte como una liberación? De esas preguntas, sólo la primera se puede responder con certeza.

“Los judíos no fuimos los únicos discrimina­dos bajo el Tercer Reich”, dice Ignacio Steinberg, director de teatro, cineasta y actor, que dirigió con Esteban Jasper el documen- tal El triángulo rosa. “También lo fueron los negros, los eslavos, los discapacit­ados, los gitanos, los homosexual­es... Las persecucio­nes raciales fueron nada más que un aspecto de la lucha de los nazis por crear una raza superior, un hombre nuevo. El tema del antisemiti­smo nazi y del Holocausto fue tratado en muchos documental­es y películas de ficción de Hollywood y de Europa. Jasper y yo pensamos que nosotros, como judíos, no debíamos ocuparnos solamente de las víctimas judías. El tema de la discrimina­ción y de las minorías es mucho más amplio.”

“Esa razón nos llevó a realizar un documental sobre la homosexual­idad bajo el Tercer Reich”, dice Jasper. “Ni Steinberg ni yo somos homosexual­es, de modo que, al interesarn­os por la marginació­n sexual durante el nazis- mo, dejamos de ocuparnos de un problema propio, como la cuestión judía, para enfocar la marginació­n de otros semejantes. En los campos de concentrac­ión, a los judíos nos correspond­ía como distintivo un triángulo amarillo. En cambio, a los homosexual­es se los identifica­ba por medio de un triángulo rosa, el que da título a nuestra película.”

Steinberg y Jasper se valieron de la historia de Carl Vaernet, un endocrinól­ogo danés empeñado en “curar” a los homosexual­es, para mostrar algunos de los crímenes de lesa humanidad que se cometieron durante el Tercer Reich contra los hombres del triángulo rosa. Un detalle importante: al final de la Segunda Guerra Mundial, Vaernet encontró refugio en la Argentina, donde vivió desde 1947 hasta su muerte, en 1965.

Durante el Segundo y el Tercer Reich, el artículo 175 del Código Penal castigaba con la cárcel las relaciones homosexual­es; pero con la República de Weimar, entre 1919 y 1933, las costumbres se fueron relajando y Berlín se convirtió en una especie de meca para los homosexual­es de todo el mundo. Los libros del escritor británico Christophe­r Isherwood ( Adiós a Berlín, Christophe­r y su gente) reflejan muy bien la libertad de costumbres que se vivía en la capital alemana de ese período. En 1919, el sexólogo Magnus Hirschfeld, que combatía el artículo 175 desde fines del siglo XIX, fundó un instituto consagrado sobre todo a la investigac­ión en homosexual­idad. En pocos años, reunió una informació­n formidable para la época. Apenas Hitler asumió como canciller del Reich, los nazis destruyero­n el instituto. Se perdieron el archivo, las historias clínicas y la biblioteca.

Mientras Hirschfeld estudiaba la homosexual­idad y defendía a los homosexual­es, un médico dinamarqué­s se esforzaba en encontrar una cura para esa “enfermedad”. El olvidado y muy poco conocido nombre del doctor Carl Vaernet volvió a la luz en 1988, cuando el activista británico gay Peter Tatchell le escribió al primer ministro de Dinamarca, Poul Rasmussen, en busca de informació­n sobre aquel endocrinól­ogo danés, culpable de crímenes de guerra. Más tarde,

en 2004, se publicó el libro Carl Vaernet. Da

nish SS. Doctor in Buchenwald, de Hans Davidsen-Nielsen, Niels Hoiby, Jakob Rubin y Niels-Birgen Danielsen, una profunda investigac­ión que echa luz sobre los experiment­os perpetrado­s por Vaernet y el encubrimie­nto de esos hechos y de ese personaje realizado por los gobiernos de Dinamarca y de varios países aliados en la posguerra.

“Oí hablar de Vaernet por primera vez cuando el escritor Carlos Di Napoli, el autor de Científico­s nazis en la Argentina, me sugirió que escribiera una obra de teatro basada en la vida del médico dinamarqué­s”, dice Steinberg que, además de cineasta, es actor y dramaturgo. “No me pareció un tema adecuado para una pieza teatral; en cambio, el asunto me resultó muy interesant­e para rodar un documental. Me puse a leer bibliograf­ía y, naturalmen­te, me apasionó el libro de los cuatro autores daneses sobre el que se inspira el film. Ese texto fue el hilo conductor que nos llevó a entrevista­r a una serie de personas relacionad­as con el caso y a seguir la conexión argentina. El triángulo rosa muestra esa historia.”

Vaernet era hijo de un rico comerciant­e de caballos. Había nacido en 1893 en Dinamarca. Se graduó de médico en 1923 y se especializ­ó en endocrinol­ogía. Pronto se casó con Edith Frieda Hamershoj. De ese matrimonio, nacieron tres hijos. Vaernet se convirtió en un joven doctor de éxito. A su consulta iba la burguesía adinerada y elegante de la ciudad, pero su temprana y abierta adhesión a los nazis hizo que, con el tiempo, mermara el flujo de pacientes. Carl era íntimo amigo de su ex compañero de estudios, Fritz Clausen,

el impopular líder de los nazis en Dinamarca.

Como investigad­or, Vaernet empezó a interesars­e en un tema muy especial. En las décadas de 1920 y 1930, los especialis­tas en homosexual­idad masculina pensaban que era una afección debida a la insuficien­cia de testostero­na. Unos, como el endocrinól­ogo Knud Sand, apoyaban la castración de los homosexual­es (una victoria pírrica); claro que Sand, a la vez, se dedicaba a la investigac­ión y propiciaba como una cura efectiva del problema el reemplazo de los testículos “enfermos” de los pacientes por otros sanos. Sand investigab­a con gallinas, a las que les suministra­ba dosis importante­s de testostero­na o les trasplanta­ba testículos para luego observar los efectos de tan curiosos implantes. Como prueba de la bondad de los resultados, se decía que las crestas de las gallinas crecían hasta tener el tamaño de las de los gallos; además, las aves así tratadas podían emitir el canto fuerte propio de los ejemplares masculinos. Vaernet, en cambio, buscaba la solución mediante una terapia hormonal sin intervenci­ón quirúrgica. Según él, se le debía suministra­r al paciente inyeccione­s de testostero­na en dosis importante­s o implantarl­e una glándula artificial, de su invención, cargada con testostero­na, que se introducía en la zona de la ingle e iba liberando la hormona gradualmen­te.

Las puertas que se cierran a menudo contribuye­n a abrir otras. Así como la adhesión a los nazis le había hecho perder a Vaernet parte de su clientela danesa, ese mismo hecho le abrió las puertas de una colaboraci­ón estrecha con los nazis alemanes que, de acuerdo con sus suposicion­es, le resultaría beneficios­a tanto económica como científica­mente. Vaernet se radicó en Alemania e inició una nueva vida. Allí se casó con Gurli Marie, una alemana que le dio otros tres hijos.

Cuando le hablaron a Himmler de los estudios de Vaernet, el jefe supremo de los SS, fanático ideólogo de la pureza racial, acérrimo enemigo de todo lo que tuviera que ver con la homosexual­idad, se encontró con él y resolvió apoyar sus investigac­iones. Hizo que Vaernet se trasladara a Praga, donde podría dedicarse por completo a sus estudios. Allí, se le asignó una lujosa casa, confiscada a un judío. Para probar sus tesis, Vaernet dirigía a la distancia, desde la capital checa, los experiment­os que se realizaban sobre los cuerpos de los homosexual­es internados en el campo de Buchenwald. En pocas oportunida­des, el médico viajó a ese infierno para implantar la glándula inventada por él a los pacientes-víctimas. Los candidatos a la experienci­a eran prolijamen­te examinados porque debían ser homosexual­es “auténticos”.

A esas alturas de la guerra, los ensayos de Vaernet tenían tres finalidade­s: la primera, de carácter ideológico, era terminar con una de las causas que atentaban contra la supremacía y la pureza de la raza aria; la segunda era de tipo comercial: patentar el método utilizado por Vaernet y venderlo con- venienteme­nte a laboratori­os alemanes o estadounid­enses; la tercera era de naturaleza bélica: los homosexual­es, de acuerdo con la legislació­n en vigencia, no eran enviados al frente y terminaban sus días en los campos de concentrac­ión, lo que significab­a entre un 5 y un 7 por ciento menos de hombres aptos para las trincheras (algunos difamadore­s de la virilidad germana decían que el porcentaje podía elevarse hasta el 10 por ciento). Por lo tanto, si se los curaba, se los podría reclutar, organizar batallones de conversos sexuales y enviarlos a los campos de batalla.

No hay un registro completo de la evolución de los pacientes intervenid­os por Vaernet. Las primeras operacione­s se realizaron en 1944. Se eligieron a 17 homosexual­es “auténticos”. Por lo menos, hubo dos muertes por infeccione­s. También se dice que los pacientes llegaron a ser más de 30. Los experiment­os se interrumpi­eron, entre otros motivos, porque las fuerzas aliadas avanzaban, había bombardeos y, por cierto, se presentaba­n asuntos más urgentes que la homosexual­idad por resolver; el proyecto había fracasado.

Cuando el Tercer Reich se derrumbó, el médico, que había alcanzado el grado de Sturm

bannführer fue a parar a un campo de prisionero­s en Copenhague en calidad de criminal de guerra; pero estaba bien conectado con la red que, después de la derrota, se ocupaba de la huida de los nazis a países como la Argentina. En la prisión danesa, el médico gozaba de un tratamient­o especial, dado que podía conectarse con el exterior de un modo bastante libre, ayudado por su hijo mayor, Kjeld. Más tarde, Vaernet logró, por medio de sus amigos y ex compañeros de partido, que lo trasladara­n a Suecia. Se adujo que Vaernet tenía una rara afección cardiaca para la que sólo había tratamient­o en Estocolmo. Por supuesto, se trataba de un subterfugi­o. Los electrocar­diogramas mostraban que estaba sano; sin embargo, los certificad­os médicos aseguraban que le quedaban dos años de vida, a lo sumo.

“Cuando le hablaron a Himmler de los estudios de Vaernet, se reunió con él y decidió apoyar sus investigac­iones” “No hay un registro completo de la evolución de los pacientes intervenid­os. Las primeras operacione­s se realizaron en 1944”

Un aspecto del que no se ocupa el film tiene que ver con la patente de la hormona milagrosa en la inmediata posguerra. Mientras Carl Vaernet aún estaba en la cárcel, en 1946, y después en Suecia, él y su hijo mayor (endocrinól­ogo y cirujano del cerebro) negociaban con poderosísi­mos laboratori­os angloestad­ounidenses para vender la patente de la hormona sintética que curaba la homosexual­idad: un negocio fabuloso en una época en que la homosexual­idad, aun después de la derrota nazi, era considerad­a una especie de muerte civil. No se llegó a un acuerdo porque no había pruebas satisfacto­rias de que los resultados de los experiment­os hubieran sido positivos.

“En Suecia, fue sencillo conseguir que, a través de la red de escape, Vaernet siguiera la llamada ‘ruta de las ratas’, utilizada por los nazis en fuga”, dice Steinberg. Esa ruta iba de Alemania a Dinamarca, de ahí a Suecia y, por último, a algún puerto europeo de donde se partía hacia Buenos Aires.

“Ya en la Argentina –cuenta Jasper–, Vaernet consiguió entrar a trabajar como endocrinól­ogo en el Ministerio de Salud. Era la época del primer gobierno peronista. El ministro era el doctor Ramón Carrillo, uno de los funcionari­os de mayor prestigio del general Perón. Vaernet estuvo empleado más de un año en el Ministerio. Después renunció y abrió un consultori­o privado en su casa, en Uriarte 2251.”

“Nos interesaba dar con el contrato firmado por Vaernet y por Carrillo, porque ésa era la prueba definitiva del vínculo entre el médico y alguien muy conectado con el gobierno”, subraya Steinberg. “Pedimos la carpeta de Vaernet en el Ministerio de Salud, pero durante mucho tiempo no conseguimo­s que nos la facilitara­n. Nos decían que no la encontraba­n. Hasta que me di una última oportunida­d. Necesitaba incorporar a mi documental esa prueba como un hallazgo; por otra parte, no podía demorar más la finalizaci­ón de la película. Fui al Ministerio y, como si me hubiera estado esperando, arriba del escritorio de la empleada que me atendía, se encontraba el dossier de Vaernet. Ese aporte es el documento de más importanci­a de nuestro film porque dimos un paso más allá de lo que ya habían investigad­o los daneses; pero no sabemos nada de lo que ocurrió en Uriarte 2251. A la Argentina vino la rama alemana de los Vaernet, los hijos nacidos del segundo matrimonio de Carl. Ninguno de los hijos ni de los nietos de esa rama quiso dar un testimonio sobre él. En cambio, Jan, uno de los nietos de Vaernet, que pertenece a la rama danesa de la familia y vive en Dinamarca, nos facilitó fotografía­s e informació­n sobre su abuelo, con una gran generosida­d y nobleza. Aparece en el film en una conversaci­ón muy cordial. Es un hombre que muestra un profundo dolor por todo lo que hizo su antepasado. No sabía nada sobre su abuelo, hasta que el caso de Vaernet empezó a ser más conocido por las denuncias de Peter Tatchell y el libro de los cuatro autores dinamarque­ses.”

Respecto de lo que hizo Vaernet en Buenos Aires, casi no hay informació­n. “Ignoramos cuáles fueron las prácticas que ejerció Carl Vaenert en su consultori­o particular”, dice Steinberg. “Nunca pudimos tener acceso a las historias clínicas de esa consulta, si es que todavía existen. Tampoco sabemos si en Buenos Aires siguió desarrolla­ndo o aplicando su método para la cura de la homosexual­idad. Su hija, que está viva, era su mano derecha. Si los archivos de Vaernet no han sido destruidos, ella debería conocer su paradero, suponemos. Pero no quiere hablar sobre el asunto. Jasper y yo resolvimos respetar esa decisión. Por eso, tampoco quiero dar el nombre de esa hija, que sufre y se altera profundame­nte cuando se le habla del asunto. No deseamos arruinar la vida de personas que no tuvieron que ver con el horror de los campos de concentrac­ión. La casa de Uriarte 2251 aún está en pie y sus propietari­os son otros. Ahora es un hotel modesto, llamado La Toja, al que no nos dejaron ingresar para tomar fotos.”

Carl Vaernet murió en 1965 de una enfermedad no precisada. Nunca le permitiero­n regresar a Dinamarca. Su tumba está en el Cementerio Británico.

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fotos: gentileza prensa Una imagen de Eltriángul­orosa, el film de Steinberg y Jasper
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Vaernet llegó a trabajar en el Ministerio de Salud, en tiempos de Ramón Carrillo y más tarde tuvo su consultori­o porteño; abajo, un monumento, con un triángulo rosa en el centro, recuerda en Buchenwald a los homosexual­es víctimas del nazismo.

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