Un lamento sinuoso
La pelusa, del uruguayo Martín Arocena, es un monólogo en el que un personaje repasa su vida como si hablara de otro
La anécdota de La pelusa, primera novela del uruguayo Martín Arocena (1979), es sencilla. Un hombre de treinta y cuatro años regresa del trabajo y, en el momento en que va a entrar en su casa, algo llama su atención: la pelusa del plátano que, en el lapso de un par horas, ha cubierto la vereda. No se trata, desde luego, de un fenómeno extraño; las veredas, los cordones de Montevideo, cuando llega la primavera, invariablemente se “empelusan”. Él mismo se recuerda, de hecho, lidiando desde siempre con la pelusa que “se te pega en las medias, en las suelas de los zapatos, en la ropa”. Lo inusual pasa, entonces, por el modo en que él observa la pelusa, por lo que motiva ese trastrocamiento de los hábitos de la percepción.
Para empezar, en lugar de entrar en su casa, donde su mujer lo espera mirando la televisión, se queda ahí, sentado en el cordón, fumando. Siente que nunca se ha detenido a pensar en su vida, que no ha hecho sino diferir todo pensamiento que pueda atentar contra la armonía que pareciera rezumar su matrimonio de siete años, contra su cotidianidad sin sobresaltos. Es un marido abnegado y un empleado ejemplar, él. También es un buen amigo, dicen, o dice más bien él de sí mismo. Pero hay en él, no obstante, un ruido mental que no puede ya desoír, una fisura existencial en ciernes que lo pone en jaque. El innominado protagonista de La pelusa se aboca, pues, a tratar de descifrar ese ruido y a rastrear el origen de esa fisura. Lo que leemos, en las casi ciento cuarenta páginas que tiene la novela, es un
tour de force, un monólogo interior objetivado donde el protagonista, apelando al uso de la segunda persona gramatical, habla consigo mismo como si fuera un tercero. Escribe Arocena: “Quisiste ser músico, escritor, golero, viajar sin ton ni son, abrirte al mundo y a sus misterios y comprenderlos, retratar al mar en una libreta armado únicamente de un Faber Castell, y todo lo que tenés es una mujer que mira la tele, al otro lado de la puerta, en una habitación que te resulta extraña, ajena, agresiva, una habitación que está amueblada con objetos que solo te causan dolor, repulsión, miedo. No sos más que un intruso”. O también: “Te pasaste la mitad de tu vida engañándote, errando, jurando revancha, futuro, cambio, y esto es todo lo que tenés”. Ése es el tono que impera en el libro. Hay una alternancia constante entre el lamento y la fustigación por no haber hecho lo suficiente –por debilidad, por falta de coraje, por inmadurez– para tener una vida más acorde a sus anhelos de juventud o, por lo menos, una vida en la que su propia casa no represente un lugar hostil.
La escritura de Arocena ensaya múltiples variaciones sobre su tema (el derrumbe emocional de un sujeto que se autodefine como hiperracional), poniendo en primer plano un
Arocena pone en evidencia recursos estilísticos que lo alejan de los tics narrativos actuales
modo de hacer sintaxis, de engarzar las frases con precisión rítmica, para rendir cuenta de un pensar bullente y espiralado. El fraseo prodiga aquí sinuosas enumeraciones y encuentra en la anáfora su palanca retórica. Además, dado que el autor prescinde de un desarrollo argumental en términos de enredos o peripecias, el relato se sostiene en la textura que generan los chispazos asociativos y las modulaciones del pensamiento. Muchos menos interesante, sin embargo, resulta el grueso delineado de ciertas instancias de la vida conyugal o de la tornadiza adolescencia del protagonista. Hechos estos distingos, es justo señalar que Martín Arocena –autor además del libro de cuentos Exiliados– evidencia en La pelusa que es un escritor cuyos recursos estilísticos lo alejan de los tics narrativos actuales. Por eso mismo, vale la pena prestarle atención.