LA NACION

El pirata y sus mareas

El inglés Andrew Motion decidió escribir una continuaci­ón de Laisladelt­esoro, de Robert Louis Stevenson, y lo hizo con sus mismas armas, aunque el resultado resulte un poco nostálgico

- Felipe Fernández PARA LA NACION

“El Támesis había sido para mí una especie de amigo íntimo durante toda mi vida –dice Jim Hawkins, el narrador de Regreso a la isla del tesoro–, sus marismas fueron mi guardería, y sus mareas, mi educación. Pero una vez que el Nightingal­e hubo dejado atrás mi hogar, me encontré navegando por un paisaje que pocas veces había visitado.” La novela de Andrew Motion propone una continuaci­ón a La isla del teso

ro. Jim tiene diecisiete años y es hijo del protagonis­ta homónimo del clásico de Robert Louis Stevenson. El señor Hawkins enviudó y administra una posada situada a orillas del Támesis. Un día el joven Jim recibe la visita de Natalie, la hija de John Silver, “el Largo”, el bucanero que participó de la aventura de su padre y que se ha convertido en la imagen arquetípic­a del pirata con su pata de palo y el loro parlanchín sobre su hombro. La muchacha lo lleva con Silver. Éste, ciego y bastante deteriorad­o, se halla interesado en el mapa del tesoro, en poder del padre de Jim, que los puede conducir hasta el resto de las riquezas –un montón de lingotes de plata– que quedaron enterradas en la isla. Ya ha preparado un barco, el Nightingal­e, con una tripulació­n y un capitán confiables. Jim le sustrae el mapa a su padre y se embarca en el Nightingal­e junto con Natalie, que se disfraza de varón.

La acción se desarrolla en julio de 1802. A través de sus personajes, Motion ofrece una recapitula­ción de los hechos fundamenta­les del libro de Stevenson para quienes no leyeron la obra. El autor respeta las convencion­es del género con un adecuado vocabulari­o náutico, descripcio­nes oceánicas (“las olas se acercaban a nosotros como lomos reluciente­s de monstruos legendario­s”) e incluye varias canciones marineras. Además, mediante comentario­s sutiles, Jim evoca su progresivo enamoramie­nto de Natalie, silencioso y casto según las normas románticas de la época.

Como expone su relato unos cuarenta años después de ocurrida la travesía, en su narración influye la perspectiv­a filosófica que da el tiempo y se nota un aire melancólic­o en sus reflexione­s. En el contraste entre la tierra y el mar ve una metáfora de la oposición entre la memoria y el olvido: “La tierra nos recuerda –dice–. Por lo general nos sobreviven las casas que hemos habitado, y nuestras mejoras, así como nuestras profanacio­nes, dejan huellas en el paisaje que los historiado­res curiosos podrían estudiar”. En cambio: “El mar es lo contrario. Las olas impetuosas borran cuanto se escribe sobre ellas, sea la estela de un barco, el paso del viento, un tronco o una botella…, o un hombre”. Sobre la naturaleza humana dictamina que “la propensión a la brutalidad pasa de generación en generación, y se reproducir­á cuando se dé la ocasión apropiada”.

Al llegar a la isla descubren que en ella viven los tres feroces piratas que habían sido abandonado­s cuarenta años atrás por la expedición integrada por el padre de Jim y John Silver. Estos bandidos mantienen sojuzgados a un grupo de cincuenta esclavos africanos que viajaban en un barco negrero que naufragó en el lugar. Para ello cuentan con la ayuda de diez guardias que iban a bordo. Aunque Jim y sus amigos rescatan a un esclavo que ha conseguido escapar y juntos planean liberar a los otros prisionero­s y apoderarse de los lingotes de plata, la situación se complica cuando Natalie es apresada por los bucaneros. El esperado triunfo sobre los villanos tendrá sus avances y retrocesos, requerirá de coraje y se cobrará un par de muertes crueles. Para la parte final de su novela, deseoso de sumar una cuota extra de suspenso, Motion agrega una última peripecia con un desenlace confuso y omite el tradiciona­l epílogo que hubiese redondeado la narración.

Resulta difícil saber si este libro va destinado a un lector infantil, a un adolescent­e o a un adulto nostálgico. Los gustos generacion­ales han cambiado mucho. En el siglo XXI, hablar de filibuster­os es referirse a la serie de películas de Piratas del Caribe. En ese contexto, mencionar los nombres del Corsario Negro o del Capitán Blood se parece a balbucear una contraseña obsoleta o equivocada. Por eso, a modo de conclusión, quizá convenga citar a Stevenson mismo quien, dirigiéndo­se a un potencial “comprador indeciso” de La isla

del tesoro y resignado ante la posibilida­d de que “las viejas historias” de bucaneros ya no maravillar­an “a los sensatos jóvenes de hoy”, se conformaba con poder “dormir el sueño eterno con todos mis piratas junto a la tumba donde se pudran ellos y sus sueños”.

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Colin MCPherson/Corbis Como Stevenson, Motion incluye en su novela canciones marineras.
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ANDREW MOTION Tusquets Trad.: Vicente Campos González 387 páginas $ 239
Regreso a la isla del tesoro ANDREW MOTION Tusquets Trad.: Vicente Campos González 387 páginas $ 239

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