El pirata y sus mareas
El inglés Andrew Motion decidió escribir una continuación de Laisladeltesoro, de Robert Louis Stevenson, y lo hizo con sus mismas armas, aunque el resultado resulte un poco nostálgico
“El Támesis había sido para mí una especie de amigo íntimo durante toda mi vida –dice Jim Hawkins, el narrador de Regreso a la isla del tesoro–, sus marismas fueron mi guardería, y sus mareas, mi educación. Pero una vez que el Nightingale hubo dejado atrás mi hogar, me encontré navegando por un paisaje que pocas veces había visitado.” La novela de Andrew Motion propone una continuación a La isla del teso
ro. Jim tiene diecisiete años y es hijo del protagonista homónimo del clásico de Robert Louis Stevenson. El señor Hawkins enviudó y administra una posada situada a orillas del Támesis. Un día el joven Jim recibe la visita de Natalie, la hija de John Silver, “el Largo”, el bucanero que participó de la aventura de su padre y que se ha convertido en la imagen arquetípica del pirata con su pata de palo y el loro parlanchín sobre su hombro. La muchacha lo lleva con Silver. Éste, ciego y bastante deteriorado, se halla interesado en el mapa del tesoro, en poder del padre de Jim, que los puede conducir hasta el resto de las riquezas –un montón de lingotes de plata– que quedaron enterradas en la isla. Ya ha preparado un barco, el Nightingale, con una tripulación y un capitán confiables. Jim le sustrae el mapa a su padre y se embarca en el Nightingale junto con Natalie, que se disfraza de varón.
La acción se desarrolla en julio de 1802. A través de sus personajes, Motion ofrece una recapitulación de los hechos fundamentales del libro de Stevenson para quienes no leyeron la obra. El autor respeta las convenciones del género con un adecuado vocabulario náutico, descripciones oceánicas (“las olas se acercaban a nosotros como lomos relucientes de monstruos legendarios”) e incluye varias canciones marineras. Además, mediante comentarios sutiles, Jim evoca su progresivo enamoramiento de Natalie, silencioso y casto según las normas románticas de la época.
Como expone su relato unos cuarenta años después de ocurrida la travesía, en su narración influye la perspectiva filosófica que da el tiempo y se nota un aire melancólico en sus reflexiones. En el contraste entre la tierra y el mar ve una metáfora de la oposición entre la memoria y el olvido: “La tierra nos recuerda –dice–. Por lo general nos sobreviven las casas que hemos habitado, y nuestras mejoras, así como nuestras profanaciones, dejan huellas en el paisaje que los historiadores curiosos podrían estudiar”. En cambio: “El mar es lo contrario. Las olas impetuosas borran cuanto se escribe sobre ellas, sea la estela de un barco, el paso del viento, un tronco o una botella…, o un hombre”. Sobre la naturaleza humana dictamina que “la propensión a la brutalidad pasa de generación en generación, y se reproducirá cuando se dé la ocasión apropiada”.
Al llegar a la isla descubren que en ella viven los tres feroces piratas que habían sido abandonados cuarenta años atrás por la expedición integrada por el padre de Jim y John Silver. Estos bandidos mantienen sojuzgados a un grupo de cincuenta esclavos africanos que viajaban en un barco negrero que naufragó en el lugar. Para ello cuentan con la ayuda de diez guardias que iban a bordo. Aunque Jim y sus amigos rescatan a un esclavo que ha conseguido escapar y juntos planean liberar a los otros prisioneros y apoderarse de los lingotes de plata, la situación se complica cuando Natalie es apresada por los bucaneros. El esperado triunfo sobre los villanos tendrá sus avances y retrocesos, requerirá de coraje y se cobrará un par de muertes crueles. Para la parte final de su novela, deseoso de sumar una cuota extra de suspenso, Motion agrega una última peripecia con un desenlace confuso y omite el tradicional epílogo que hubiese redondeado la narración.
Resulta difícil saber si este libro va destinado a un lector infantil, a un adolescente o a un adulto nostálgico. Los gustos generacionales han cambiado mucho. En el siglo XXI, hablar de filibusteros es referirse a la serie de películas de Piratas del Caribe. En ese contexto, mencionar los nombres del Corsario Negro o del Capitán Blood se parece a balbucear una contraseña obsoleta o equivocada. Por eso, a modo de conclusión, quizá convenga citar a Stevenson mismo quien, dirigiéndose a un potencial “comprador indeciso” de La isla
del tesoro y resignado ante la posibilidad de que “las viejas historias” de bucaneros ya no maravillaran “a los sensatos jóvenes de hoy”, se conformaba con poder “dormir el sueño eterno con todos mis piratas junto a la tumba donde se pudran ellos y sus sueños”.