Fluidez inevitable: Macchi vuelve a pintar
Comienza la cuenta regresiva para la sede de Florida al 1000 de Ruth Benzacar. La muestra de Jorge Macchi (Buenos Aires, 1963), su primera exposición de pinturas al óleo luego de veinte años, insinúa que el cierre de un ciclo en un espacio clave para el arte nacional será memorable. Seis pinturas en gran formato, con perspectivas frontales, rebatidas o cenitales, ponen obstáculos a la mirada, lo que aumenta la tensión y el interés. Hasta el 1 de agosto, Memoria ex
terna apela a la historia de las imágenes –qué otra cosa sino la contracara de la historia de la mirada–, al deseo de ver y al archivo visual en que se ha convertido el mundo. Sus imágenes, a medias figurativas, recurren a escenas, casi clichés, para transformar el plano en un campo de fuerzas antagónicas.
Las rejillas incorporadas a las obras –pueden simular el calado de un confesionario por el que se entrevé Las señoritas de Aviñón o las rendijas de una persiana entreabierta para espiar unos desnudos tomados de una pintura de Ernst Ludwig Kirchner– están allí para recordar que la mirada no existe sin codificación, que aquello que vemos posee un marco y un recorte, una sintaxis y una moral. Macchi ha derivado de las escalas áureas de becas, bienales y museos extranjeros que recorrió en las últimas dos décadas para recuperar el gesto de la pintura y hacerlo patente en sus nuevas obras, inmersas (lo líquido atraviesa
Memoria externa) en la pugna entre las operaciones artísticas y las tácticas sociales del reconocimiento. Un ejemplo: en una de las obras se ve la parte superior de un auto (una mercancía) reflejado en la corriente marrón de un remolino que arrastra hojas secas, basura, barro. Desde un punto de vista precario, ligeramente elevado, quizás a salvo de la crecida sólo por unos instantes, los espectadores comparten un estado de zozobra. Restos de una catástrofe en tiempo presente, las pinturas de Macchi, en las que las variantes del reflejo (y de la reflexión) han sido investigadas, ensayan posibilidades de la convivencia entre “el gesto y el control”, como se lee en un intercambio de mails del artista con Marcela Quiroz, que oficia de texto de presentación.
“Durante un tiempo hice intentos que nunca me satisficieron y por lo tanto no los mostré –comenta Macchi sobre su ‘regreso’ a la pintura–. La mirada de pintor, sin embargo, estuvo presente en muchas obras que no tienen un soporte pictórico, como videos o instalaciones. También aparece en la larga serie de acuarelas que venía desarrollando desde 1996 y que se detuvo con este período de pintura al óleo sobre tela. Lo que más me extrañó de pintar con esta técnica es la fluidez con la que empecé a hacerlo, como si algo se hubiera estado gestando durante largo tiempo y su aparición hubiera sido algo inevitable.”