LA NACION

Entre bronca y dolor, sólo queda el recuerdo

- Marina Mon

Ricardo Martínez no tiene consuelo. “Tendría que haber muerto yo, no Maxi”, solloza. Su voz transmite bronca y una gran tristeza. En el primer aniversari­o de la tragedia, Ricardo vive “para ser digno de él”.

Maximilian­o tenía 32 años. Ricardo recuerda la última vez que lo vio, una semana antes del incendio: “Vino y me dijo: «Te quiero muchísimo», se dio vuelta y se fue riendo. Así era Maxi, siempre con una sonrisa. Vivía para los bomberos”. Hacía diez años que era voluntario en el cuartel de Florencio Varela. Una anécdota lo pinta de cuerpo entero: “Tenía ocho años, yo estaba haciendo un asado, y él viene y me lo apaga. Me dice: «Voy a ser bombero y un héroe», recuerda. Los ojos de Ricardo se ponen vidriosos. Además de la pena y el dolor, siente mucha impotencia: “Me duele la actitud de los políticos, que nunca se interesaro­n por estos pobres chicos que dieron la vida. Estuvieron para un acto y luego nos dejaron solos. Nuestros héroes no se lo merecen”, razona con cierto desazón. Ricardo no cree en la justicia: “No existe, busco la verdad”.

El cuartel de Vuelta de Rocha es pequeño e impecable. Los 101 voluntario­s que trabajan ahí siguen conmociona­dos por la muerte de Facundo Ambrosi y Sebastián Campo. Nora Fernández es la mamá de Facundo y lleva el nombre de su hijo tatuado en el brazo. Ella atendió la llamada que presagiaba la tragedia ese día de febrero. Reconoce tener un “dolor lógico”, pero no bronca ni ansias de justicia. “Somos bomberos, sabemos el riesgo que corremos. Es difícil porque Facundo tenía 25 años, cuatro hijos. Ya que pasó, que no sea en vano”, se consuela.

Su hijo mayor, Rodrigo, también es parte del cuartel y lleva adelante una gran tarea social en el barrio que lo ayuda a mitigar el dolor. Se le quiebra la voz al hablar de Facu: “Cuesta mucho a veces, pero pienso en mis compañeros, en salir adelante por ellos. Me necesitan”.ſs

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