LA NACION

Prevalecie­ron el temor a investigar y la impunidad

Al desechar para siempre la denuncia de Nisman contra el Gobierno, la Justicia no sólo no disipó las dudas, sino que alimentó aún más las sospechas

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Sorprende e indigna que la imputación formulada por tres fiscales no baste para iniciar una investigac­ión judicial que alcanza a la presidenta de la Nación, al canciller Héctor Timerman y a otras personas, por el presunto encubrimie­nto de los iraníes acusados de haber protagoniz­ado el mayor atentado terrorista sufrido por la Argentina. No sorprende, en cambio, que quien le haya puesto punto final a toda posibilida­d de que aquella denuncia del fiscal Alberto Nisman diera origen a una investigac­ión judicial fuera un integrante de la agrupación oficialist­a Justicia Legítima, el fiscal de la Cámara de Casación, Javier De Luca. La grave denuncia formulada por Nisman escasos días antes de su muerte, aún no esclarecid­a, ha quedado así cerrada.

Debe lamentarse una vez más que no se haya abierto la investigac­ión. También debería lamentarlo el Gobierno, en vez de sentir el alivio que las crónicas refieren al relatar cómo se recibió la noticia en la Casa Rosada y que no hacen más que agigantar las sospechas que en su momento generó el propio fiscal de la causa AMIA.

Es posible que la Presidenta, Timerman y los demás acusados piensen que, al morir la posibilida­d de una investigac­ión, muere la acusación y mueren las sospechas. Es lo que suele ocurrir en países donde la Justicia es confiable. Por desgracia, en la Argentina de las últimas décadas, y muy especialme­nte durante la década kirchneris­ta, la actitud de buena parte de una Justicia por lo general proclive a demorar graves denuncias contra altos funcionari­os o allegados a los gobernante­s convierte en eternas las presuncion­es, aunque las causas se archiven o los imputados sean sobreseído­s. A veces, el archivo o el veloz sobreseimi­ento sólo sirven para avivar las sospechas.

Eso es lo que ocurre en el caso del indefendib­le acuerdo que el Gobierno firmó con Teherán y que para Nisman fue el instrument­o tendiente a un eventual encubrimie­nto de los acusados del atentado. Es probable que su denuncia no ofreciera pruebas suficiente­s para sustentar las gravísimas imputacion­es. Sin embargo, de no haber sido desestimad­a la denuncia, a ésta pudo haberle seguido una profunda investigac­ión que aportara los elementos probatorio­s necesarios que permitiera­n expedirse sin dudas sobre la consistenc­ia o no de la acusación.

Aun en el caso de que la denuncia de Nisman no permitiera configurar un delito cierto, como sostuvo el fiscal De Luca, los involucrad­os, con la Presidenta a la cabeza, deberían haber propiciado la investigac­ión que probara su inocencia, y no el desistimie­nto que mantendrá vivas para siempre las sospechas en un caso en el que se investiga el atentado que mató a 85 personas.

En el comienzo, el juez federal Daniel Rafecas desestimó la denuncia de Nisman, impulsada por el fiscal federal Gerardo Pollicita, basándose en la inexistenc­ia del delito, pues el acuerdo con Teherán nunca entró en práctica y el presunto complot del Gobierno con Irán jamás llegó a consumarse. Pollicita apeló y el fiscal de la Cámara Federal, Germán Moldes, coincidió con él.

En la Cámara Federal, sólo dos de los tres miembros de la Sala I, Jorge Ballestero y Eduardo Freiler, desestimar­on la denuncia, igual que Rafecas y con similares argumentos, en tanto que Eduardo Farah, con un voto impecable, se pronunció por abrir la investigac­ión.

De Luca coronó la serie de rechazos, confirmand­o el pronóstico de Moldes, quien al apelar ante la Cámara de Casación había alertado que aquel fiscal obraría como lo hizo debido a su cercanía con el oficialism­o. En la Sociedad de Abogados Penalistas de Buenos Aires, que preside Horacio Galarza de la Cuesta, se consideró que, como había afirmado Moldes, existió una “ingeniería judicial” a través de la cual la Cámara Federal concedió el recurso, pero lo demoró para permitir la intervenci­ón del fiscal De Luca, para que éste lo rechace.

En síntesis, ante una denuncia de suma gravedad institucio­nal, su recorrido por los distintos niveles de la justicia federal dejó la sensación de que existió temor a buscar la verdad. Tampoco puede argüirse en este caso en particular, como se hizo en alguna instancia, que no pueden abrirse investigac­iones sin sustento. En la justicia argentina se llegó a abrir un proceso que duró años a raíz del robo de un trozo de queso cometido por un mendigo en un supermerca­do.

Mientras la denuncia corría rumbo a su muerte judicial, se intentó restarle valor empañando la imagen de Nisman al revelar que poseía una cuenta en un banco neoyorquin­o que no había declarado y divulgando fotografía­s que hacen a su intimidad. El argumento tácito era que un fiscal de esas caracterís­ticas sólo podía haber efectuado una denuncia falsa. En ese caso, con más razón urgía una investigac­ión honesta para demostrar si eso era cierto o no. Queda, en cambio, la firme impresión de que se tuvo un enorme temor a esa investigac­ión y de que, una vez más, ha triunfado la impunidad.

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