Sin equipo político, la presidenta confiará por ahora en su intuición
Cuando Michelle Bachelet le contó a Mario Kreutzberger, alias Don Francisco, que les había pedido la renuncia a todos sus ministros, los ojos del conductor de ¿Qué le pasa a Chile? crecieron de manera exagerada. Parecían decir: “¿Qué la pasa a Bachelet?”.
Ni el más agudo cronista político hubiese esperado tener esa exclusiva como regalo. Hace tres semanas, uno de los más conocidos reporteros de Televisión Nacional le había preguntado a la presidenta por el cambio de gabinete. Ella le respondió que no lo comunicaría en una entrevista, sino que simplemente lo haría.
Muchos buscan explicarse el porqué de este giro. Un ex colaborador de Bachelet cree que era “la forma menos violenta de comunicar el descabezamiento de su equipo”. Sin embargo, acepta que desde el “Nueragate” en adelante, los golpes han tomado por sorpresa y han dejado aturdida a la mandataria al punto de tomar decisiones que hace ocho años, en su primer gobierno, jamás se hubiese permitido.
La crisis de confianza de la política chilena instaló por primera vez la palabra corrupción en todos los partidos políticos y llegó al corazón de la familia de Bachelet.
Edith Pascal, vecina y confidente de Ángela Jeria, mamá de Michelle Bachelet, contó el sábado pasado en una entrevista que su gran amiga “está destrozada”.
Sin mencionarlo, pero en el contexto del tema, se refería al caso Caval o “Nueragate”, que involucra a su nieto, Sebastián Dávalos, el único que creció en la casa de la abuela y que ahora, con o sin justicia, es una especie de símbolo del aprovechamiento político.
Prestigio horadado
El torpedo a la transparencia de la ex jefa de ONU Mujeres horadó su prestigio, pero tampoco fueron todos errores desde que asumió.
Cristóbal Bellolio, abogado y politólogo de la Universidad Adolfo Ibáñez, pondera este caso al decir que “la primera parte del segundo mandato de Bachelet fue complicada dentro de parámetros de complejidad razonables”.
El analista menciona el éxito de las reformas electoral, educacional y tributaria, entre otras, pero califica sus últimos meses como dramáticos.
“El desbarajuste político del gobierno; su incapacidad de prevenir escenarios y manejar crisis endógenas, y la fuertísima caída de su propio capital simbólico. Particularmente respecto de los escándalos de corrupción, mi impresión es que el equipo político hizo el diagnóstico equivocado desde el día uno y prefirió la estrategia del «pan para hoy, hambre para mañana»: decidió ver cómo se desangraba la opositora UDI por utilizar un modus operandi transversal a la clase política (financiamiento ilícito de campañas), sin darse cuenta de que la bola de nieve crecería hasta arrollarlos también a ellos”.
Bellolio habla de un “barco agujereado y que se hunde”. Sugiere “cambiar la estrategia. Quizás haya que retroceder dos casilleros para poder terminar el juego. Eso incluye asumir la responsabilidad política del caso, actuar con generosidad y decencia, aprender a reconocer los errores y trabajar seriamente por recuperar algo de la confianza pública extraviada”.
Un poco de eso adelantó Bachelet a Don Francisco. Reconoció que su hijo había sido imprudente al intervenir en la gestión del polémico crédito del “Nueragate”, admitió que no calculó el impacto del caso y que estuvo mal aconsejada, que le faltó liderazgo.
La presidenta advirtió también que tuvo la intuición, pero no interrumpió sus vacaciones para resolver ese escándalo.
Dos veces antes Bachelet declaró haber intuido algo y no haber actuado: cuando implementó el Transantiago, el desastroso plan de transportes de la capital chilena heredado de la gestión anterior, y cuando dijo que la reforma educativa había partido al revés.
Una de sus asesoras explica que ella no cuenta con un espacio “en su equipo político para lanzar con franqueza esas ideas”.
Quizá por eso decidió cambiarlo y dejar gobernar a su intuición por 72 horas.