El ministro, de marxista a “gorila” conservador
Es bien conocido entre la dirigencia política argentina el llamado teorema de Baglini, según el cual el grado de responsabilidad de las propuestas de un partido o candidato será inversamente proporcional a su distancia del poder. Según la regla enunciada en los años 80 por el entonces diputado por el radicalismo Raúl Baglini, cuanto más cerca del poder está, más conservador se vuelve un grupo político y más se aleja del cumplimiento de sus promesas de campaña. No pocos observadores juzgan que algo de eso le estaría pasando al ministro Axel Kicillof.
Desde que Daniel Scioli pareció consolidarse como líder en las encuestas de intención de voto y desde que vio que su propio nombre sonaba como un eventual compañero de fórmula, Kicillof comenzó a preocuparse, algo tardíamente por cierto, por el aumento de las expectativas inflacionarias. Esa razón justificaría su oposición a que los gremios cierren en paritarias acuerdos salariales por encima del 25% anual. También explicaría su resistencia a tocar el impuesto a las ganancias sobre los sueldos de los trabajadores, más allá del reciente parche anunciado para aliviar supuestamente a un segmento de los asalariados.
Las críticas desde el sindicalismo y la oposición no se hicieron esperar. Un dirigente de la Asociación Bancaria, Eduardo Berrozpe, tildó a Kicillof de “gorila”, en tanto Ricardo Alfonsín lo acusó de hacer “un ajuste de inspiración noventista”.
Lo cierto es que nada menos que Kicillof –el economista de ideas marxistas que quiere cambiar los planes de estudios de las carreras de Economía por considerarlos “neoliberales”– pareció matar el relato de las paritarias libres del que solía jactarse el kirchnerismo.
Conocedores del relato oficial entienden que la negativa del Gobierno a que los gremios pacten con las cámaras empresariales aumentos del orden del 30% no es tal. Lo que quieren es que esos incrementos sean disimulados y no salgan a la luz pública.
Otras fuentes afirman que, en efecto, se quiere limitar las subas salariales para que los empresarios no remarquen tanto los precios y no alimenten más la inflación.
La sensibilidad del Gobierno por este tema y el perfil conservador que ha adoptado el titular del Palacio de Hacienda conmueven si se advierte que ha sido la administración de Cristina Kirchner la que llevó la inflación por encima del 30% anual, avalando un singular crecimiento del gasto público y del déficit fiscal que se ha venido financiando con un descomunal incremento de la emisión monetaria. La actual gestión presidencial, iniciada en 2011, ha experimentado un creciente déficit de las cuentas públicas con la mayor presión impositiva de la historia y un derrumbe progresivo de las exportaciones.
En función de esta gestión irresponsable, que pide esfuerzos sin que el Estado resigne nada, puede verse que, en rigor, el teorema de Baglini apenas se cumple parcialmente. El kirchnerismo se siente hoy más cerca de retener el poder que hace un par de meses, pero no está dispuesto a que el ajuste lo haga la política.
La desesperación oficial en un año electoral es tal que hasta el relato del desendeudamiento ha pasado a la categoría de mito. El propio Kicillof planea volver a emitir deuda en dólares, aun cuando la tasa, del orden del 9%, duplique la que pagan nuestros países vecinos.