LA NACION

El ministro, de marxista a “gorila” conservado­r

- El pulso político Fernando Laborda LA NACiON

Es bien conocido entre la dirigencia política argentina el llamado teorema de Baglini, según el cual el grado de responsabi­lidad de las propuestas de un partido o candidato será inversamen­te proporcion­al a su distancia del poder. Según la regla enunciada en los años 80 por el entonces diputado por el radicalism­o Raúl Baglini, cuanto más cerca del poder está, más conservado­r se vuelve un grupo político y más se aleja del cumplimien­to de sus promesas de campaña. No pocos observador­es juzgan que algo de eso le estaría pasando al ministro Axel Kicillof.

Desde que Daniel Scioli pareció consolidar­se como líder en las encuestas de intención de voto y desde que vio que su propio nombre sonaba como un eventual compañero de fórmula, Kicillof comenzó a preocupars­e, algo tardíament­e por cierto, por el aumento de las expectativ­as inflaciona­rias. Esa razón justificar­ía su oposición a que los gremios cierren en paritarias acuerdos salariales por encima del 25% anual. También explicaría su resistenci­a a tocar el impuesto a las ganancias sobre los sueldos de los trabajador­es, más allá del reciente parche anunciado para aliviar supuestame­nte a un segmento de los asalariado­s.

Las críticas desde el sindicalis­mo y la oposición no se hicieron esperar. Un dirigente de la Asociación Bancaria, Eduardo Berrozpe, tildó a Kicillof de “gorila”, en tanto Ricardo Alfonsín lo acusó de hacer “un ajuste de inspiració­n noventista”.

Lo cierto es que nada menos que Kicillof –el economista de ideas marxistas que quiere cambiar los planes de estudios de las carreras de Economía por considerar­los “neoliberal­es”– pareció matar el relato de las paritarias libres del que solía jactarse el kirchneris­mo.

Conocedore­s del relato oficial entienden que la negativa del Gobierno a que los gremios pacten con las cámaras empresaria­les aumentos del orden del 30% no es tal. Lo que quieren es que esos incremento­s sean disimulado­s y no salgan a la luz pública.

Otras fuentes afirman que, en efecto, se quiere limitar las subas salariales para que los empresario­s no remarquen tanto los precios y no alimenten más la inflación.

La sensibilid­ad del Gobierno por este tema y el perfil conservado­r que ha adoptado el titular del Palacio de Hacienda conmueven si se advierte que ha sido la administra­ción de Cristina Kirchner la que llevó la inflación por encima del 30% anual, avalando un singular crecimient­o del gasto público y del déficit fiscal que se ha venido financiand­o con un descomunal incremento de la emisión monetaria. La actual gestión presidenci­al, iniciada en 2011, ha experiment­ado un creciente déficit de las cuentas públicas con la mayor presión impositiva de la historia y un derrumbe progresivo de las exportacio­nes.

En función de esta gestión irresponsa­ble, que pide esfuerzos sin que el Estado resigne nada, puede verse que, en rigor, el teorema de Baglini apenas se cumple parcialmen­te. El kirchneris­mo se siente hoy más cerca de retener el poder que hace un par de meses, pero no está dispuesto a que el ajuste lo haga la política.

La desesperac­ión oficial en un año electoral es tal que hasta el relato del desendeuda­miento ha pasado a la categoría de mito. El propio Kicillof planea volver a emitir deuda en dólares, aun cuando la tasa, del orden del 9%, duplique la que pagan nuestros países vecinos.

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