Todo empezó con ponzio
Aquella noche increíble de Copa Libertadores, en la que River terminó clasificándose gracias a los goles que Tigres le hizo a un tal Juan Aurich en un territorio bien lejano al Monumental, parecía que la noticia de que en octavos de final se cruzaría con Boca lo era todo. Pero no. El fútbol, más global que nunca, tenía reservado un plus, confirmado apenas unos días más tarde: en medio de la trilogía superclásica se cruzaría la semifinal más espectacular que la Champions League pudiera ofrecer, con el reencuentro –o el desencuentro, mejor– entre el Barcelona de Lionel Messi y el Bayern Munich de Pep Guardiola.
Del morbo, inevitable, se pasa al juego. Y en el juego se encuentran las comparaciones. Las comparaciones posibles. Entonces, es posible imaginar al Vasco Arruabarrena como Luis Enrique, con todos los recursos a disposición, al frente del equipo que tiene con qué imponer las condiciones. Entonces, del otro lado es posible imaginar al Muñeco Gallardo como Pep Guardiola, en busca de variantes para suplir ausencias. obligado a cambiar, obligado a sorprender.
Y cambió, y sorprendió. Su apuesta fue Leo Ponzio. Para romper el dibujo habitual, sí, pero también para romper el dibujo del rival. Para cambiar el sistema, sí, pero no la idea. ¿Doble cinco, defensivo? Doble cinco, ofensivo. La presión alta, altísima de Ponzio, no sólo sirvió para neutralizar a Gago, sino también para ser el generador de varias situaciones de gol, tan desaprovechadas como los innumerables córners de los que dispuso en un primer tiempo en el que desconcertó a su rival hasta desdibujarlo.
River terminó ganando el partido cuando su jugador apuesta, su jugador sorpresa, ya no estaba en la cancha. Se había ido lesionado y podía haberse ido expulsado, como más tarde se fue tontamente Teo. Pero el triunfo empezó a edificarse en él. En la revancha, seguro, para Gallardo y para Arruabarrena, habrá otro desafío estratégico.