LA NACION

Un Barbero contemporá­neo

- Juan Garff

El empedrado de la vieja fábrica reciclada en que se abren las salas de la Ciudad Cultural Konex se presta con ese entrecruza­miento entre lo antiguo y lo contemporá­neo, entre lo popular y lo sofisticad­o, para el encuentro de un público poco habitual con la música más excelsa de la ópera. En este caso, de los chicos con El Barbero de Sevilla, de Gioacchino Rossini. El mismo protagonis­ta lleva algo de estas caracterís­ticas, jugando entre adinerados y cortesanos con la libertad moderna de quien arma su propia vida –y ayuda un poco a encarrilar la de los demás–, en particular la de la pareja central de enamorados.

“Figaro representa al primer sirviente que no tiene un patrón al que se somete servilment­e, sino que vive de varios patrones”, dice Carlos Palacios, el régisseur de la versión que se estrena este sábado en el marco del ciclo Vamos a la Música, de la Fundación Konex. Es a la vez un personaje de la comedia del arte y un emergente de la Revolución Francesa. “Figaro es peluquero, veterinari­o, lleva cartas de amor… casi como el hombre de hoy que tiene que hacer varios trabajos para poder vivir dignamente, ya que con un solo trabajo no le alcanza”, define Palacios.

La desfachate­z del Barbero con respecto a quienes se arrogan ser patrones pone en movimiento la rueda del humor de la ópera bufa. Palacios decidió jugar esta veta a fondo. Sin perder la trama ni mucho menos la partitura del canto, introduce por los márgenes fugazmente personajes de ficción de referencia más directa a los chicos, un superbarbe­ro como relator, algunas máscaras de cómics pasando al vuelo, un loro clownesco enjaulado por el avaro Bartolo, que hace de espejo mímico de algunos gestos de los personajes centrales.

“No atenta contra la estructura de El Barbero..., pero le da más ritmo y lo hace más contemporá­neo”, asegura Palacios en una pausa de ensayo. “Los chicos van a ver el mismo Barbero que podrían ver en el Colón, en una versión un poco abreviada. Ellos toman incluso los elementos escénicos incorporad­os con mayor libertad, sin juicios ni preconcept­os.” El régisseur tiene, además, la expectativ­a de reencontra­r en la platea a quienes vieron como niños hace cerca de veinte años su puesta de La flauta mágica en el mismo ciclo Vamos a la Música, en ese entonces en el Teatro Cervantes. “Es necesario renovar el público de la ópera y, de esta manera, se están sumando ya dos generacion­es, vendrán segurament­e algunos de aquellos niños convertido­s ya en padres con sus propios hijos.”

Dos elencos se turnan, formados por “algunas voces nuevas muy interesant­es” y cantantes más experiment­ados, algunos de ellos de trayectori­a internacio­nal. “Este tipo de proyectos permite a cantantes jóvenes perfilarse de un modo más dinámico”, observa Palacios. Siete instrument­os de orquesta y un teclado hacen más cercana la vivencia operística tal como se da en las grandes salas. Serán quince funciones a lo largo de los sábados de los próximos tres meses. Ojalá que se extiendan no sólo en el tiempo, sino también en su llegada geográfica, por ejemplo, en las varias salas teatrales de cierta jerarquía que existen en el conurbano bonaerense.

“Los chicos van a ver el mismo Barbero que podrían ver en el Colón”

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Soledad aznárez El Barbero, en el Konex y para chicos

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