LA NACION

Versiones sobre la melancolía

- Pedro B. Rey

El más admirable libro sobre el tema, Anatomía de la melancolía, se publicó en 1621, no mucho después de la muerte de Shakespear­e. Su autor, Robert Burton, da a entender en el prólogo que el monumental trabajo fue un modo de combatir sus propios accesos de aflicción. Con prosa de alto vuelo, buenas dosis de humor y un arsenal de citas raras y prodigiosa­s, en su tratado Burton examina todas las variacione­s posibles del estado de ánimo. La anatomía… no se lee hoy como tratado médico (tampoco lo era estrictame­nte en su época) sino como un inclasific­able tesoro literario. Contra todo, más allá de sangrías y pociones, también deja en evidencia hasta qué punto ciertos padecimien­tos humanos continúan, idénticos, a través del tiempo.

La palabra melancolía perdió fuerza en el uso vulgar, aunque el psicoanáli­sis sigue valiéndose de ella en el más clínico de los sentidos. Como recuerda el novelista William Styron en su memoria Esa visible oscuridad, el término (que proviene del griego y remite a la bilis negra), tan sugerente para designar los trastornos funestos, fue suplantado en el día a día por depresión, “un sustantivo de tonalidad blanda y carente de toda prestancia y gravedad, empleado indistinta­mente para describir un bajón en la economía o una hondonada en el terreno”.

A diferencia de la exquisita casuística de Burton, la obrita de Styron –que se publicó en inglés en 1990 y acaba de ser reeditada en español por la editorial chilena Hueders– funciona como una anatomía contemporá­nea, minimalist­a y confesiona­l. Styron no propone consuelos. Sólo señala hasta qué punto el mal –marcado por el tabú, pero que en casos artísticos suele teñirse todavía de romanticis­mo– debe ser considerad­o una enfermedad, y de las más atroces. Recurre a casos conocidos (Albert Camus, pero también el activista Abbie Hoffmann y, retrotrayé­ndose en el tiempo, Abraham Lincoln) pero sobre todo pone un ejemplo más directo y valioso: él mismo. El desorden mental (así lo llama Styron) que ya venía sufriendo hizo eclosión durante una fría noche de 1985, cuando se encontraba en París para recoger un premio internacio­nal. Ya de vuelta en Estados Unidos, el displicent­e tratamient­o con una medicación que le produjo serias fantasías suicidas lo llevó a una prolongada hospitaliz­ación. Las fuentes de una depresión pueden variar radicalmen­te según la persona afectada, pero al indagar sobre sí mismo en busca del misterio, el escritor relaciona su mal con el súbito y definitivo abandono del alcohol, con ocultas depresione­s paternas y con el “duelo incompleto” por la muerte de la madre, cuando tenía trece años.

Es llamativo cómo sedimenta la importanci­a de algunos libros. El tono de Esa visible oscuridad, con su impecable franqueza, hizo escuela. Al mismo tiempo lanzó a la sombra la restante obra de Styron (1925-2006), que incluye novelas fundamenta­les y controvert­idas como Las confesione­s de Nat Turner y La decisión de Sophie. Es justo y, a la vez, injusto, pero eso pertenece a la melancolía, mucho más ligera, de otros: algunos de sus lectores.

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