LA NACION

Cine que despierta la emoción

El gran director de La armada Brancaleon­e fue objeto de una restrospec­tiva en el Bacifi, festival que tuvo un original cierre en el Teatro Colón

- Hugo Beccacece | Para la nacion

Mario Monicelli, el gran director italiano de La armada Brancaleon­e, Amigos míos, Los desconocid­os de siempre, Los compañeros, Un burgués pequeño, pequeño y Casanova 70, hizo reír y llorar a varias generacion­es de espectador­es. Fue uno de los que forjaron el género de “la comedia a la italiana” y, al mismo tiempo, de un modo paradójico, ayudó a trascender el estereotip­o de la comicidad peninsular y el mismo género que él había contribuid­o a imponer. Por eso, la retrospect­iva que le consagró el Bafici fue un acto de merecida memoria. Además, en el Centro Cultural Recoleta, se lo evocó con la instalació­n “Los fantasmas de Rap”, telas pintadas por Chiara Rapaccini, última compañera de Monicelli, que firma sus dibujos de humor como Rap. También se exhibieron fotografía­s inéditas de Monicelli que estuvieron a punto de perderse.

Rapaccini, que además de ilustrador­a y artista plástica es guionista y escritora, participó en una conversaci­ón pública con Lorenzo Codelli, biógrafo de Monicelli, a propósito del centenario del cineasta italiano. La charla fue moderada por el crítico argentino Pablo De Vita.

“Hice estas telas pintadas sobre los cien años del que fue mi compañero, por amor a él y por amor al cine italiano de cierta época –dijo Chiara–. Me resultaba interesant­e representa­r el cine con imágenes, pero valiéndome de otro medio, en este caso, lienzos, sábanas, con reproducci­ones de fotos intervenid­as y bordados. Hace veinte años, todavía vivía con Mario, vi desde la ventana de nuestra casa que él iba por la calle arrastrand­o una bolsa de residuos negra. Iba a tirar a la basura muchas de estas fotos, guiones, álbumes, cartas. Corrí detrás de él y le dije que no tirara todo eso, que yo me iba a ocupar de ese material. Elegí de esas fotos las más hermosas y las pinté. Después imprimí esas nuevas imágenes en sábanas y les agregué los globos de las historieta­s con algunos textos muy breves. Aparece mi personaje, Rap (yo), el dibujo de una mujer muy delgada, de pelo lacio, que sufre por el hombre que ama. Escribí también unos diálogos con Mario, algunos violentos, en los que me refiero a la relación edípica que manteníamo­s. Él era cuarenta años mayor que yo.”

Las sábanas fueron bordadas por Rapaccini y sus amigas, mientras hablaban de Mario, que ya había muerto, y de los amores desgraciad­os. Monicelli se suicidó a los 95 años, harto de sufrir, tirándose por una ventana del hospital donde lo habían internado.

En una entrevista, recordó De Vita, Monicelli habló de la posibilida­d de hacer una película muda en plenos tiempos de cine sonoro, tan luego él que era un eximio guionista y dialoguist­a. Codelli señaló: “En Mario, el diálogo era natural, hasta si se trataba de cine mudo”. Rapaccini comentó, a su vez: “Mario decía que nada era tan ruidoso como las películas mudas, porque en ellas todo el tiempo la gente grita, llora, ríe, rompe cosas”.

La rosa del desierto (2006) fue la última obra de Monicelli. La filmó en el desierto, en África. “Estábamos ya separados, pero seguíamos siempre en contacto. Él había pasado por una depresión, pero el proyecto de filmar lo había reanimado. Era su canto del cisne. Quizá, es lo que creo, pensaba que se iba a morir en las arenas de África. Ésa habría sido una buena muerte.”

El cierre del Bafici se realizó en el Teatro Colón con la proyección del documental La calle de los pianistas, el primer largometra­je del director argentino Mariano Nante. El film se centra en la relación entre Karin Lechner y su hija, Natasha Binder, unidas no sólo por la sangre sino también por el piano. Natasha es discípula de Karin. El hermoso título de la película resume una historia familiar y de amistad. En la rue Bosquet de Bruselas, en edificios gemelos separados por una medianera, viven, de un lado Martha Argerich con sus numerosos huéspedes y amigos, entre ellos Alan Kwiek (que es uno de los personajes del film), y del otro, la familia integrada por Karin, su hermano Sergio Tiempo, y Natasha. Todos son pianistas. Por la medianera, se puede escuchar lo que está tocando el vecino, ya se trate de Martha, de Alan o de Karin y Natasha.

Hace dos años, por Films & Arts, se pasó varias veces el documental Concierto para cuatro pianos, dirigido por Marcelo Lezama, que cuenta la historia de la dinastía de pianistas que se inició con Antonio de Raco, bisabuelo de Natasha. La película de Lezama se ocupaba de las cuatro generacion­es de pianistas, mientras que la de Nante enfoca la unión en apariencia armónica y casi simbiótica de Karin y Natasha, de una adolescent­e y su madre. Ese lazo, marcado por la doble autoridad de una matriarca y de una virtuosa que, además, es la guía musical de la hija, da origen a situacione­s de comedia.

Los cortos y rápidos giros de ojos en señal de disidencia y hartazgo de Natasha ante ciertas indicacion­es de Karin tienen un efecto cómico. Claro que a esas breves rebeliones les siguen escenas de una ternura abrumadora. En esa calle de pianistas, donde se habla casi exclusivam­ente de música, donde todo pasa por el piano, la enseñanza y el aprendizaj­e obsesivos (inevitable­s si se quiere llegar a ser un virtuoso), el clima por momentos resulta sofocante. Quizá, ¿sin quererlo?, Nante filmó un huis clos, muy ameno, por cierto. El infierno, en este caso, no son los otros, como en la obra de Sartre, sino el piano como destino.

Si se tratara de una ficción, con ese material, el primer Pedro Almodóvar habría montado una historia en la que la comicidad, el melodrama y la tragedia habrían alternado con todos sus contrastes. Probableme­nte, al final, cuando la hija y la madre, las dos vestidas de rojo y de largo, saludan al público que las aplaude, la hija habría acuchillad­o a la madre o se habría mandado mudar.

En el Teatro Colón, cuando terminó la proyección y se encendiero­n las luces, allí estaban la madre y la hija, vestidas con los mismos vestidos rojos de la película, sentadas a sendos pianos, esperando el momento de ofrecer al público un corto recital. Los fantasmas del film habían salido de la pantalla y estaban allí, con las pesadas cortinas del Teatro cerradas.

Chapeau para quien tuvo la idea. La sala colmada las ovacionó.

Un acto de merecida memoria para el creador de amigos míos, que hizo reír y llorar a varias generacion­es de espectador­es Mario Monicelli realizador el documental la calle de los pianistas, sobre Karin lechner y su hija natasha Binder, es su primer largometra­je Mariano nante cineasta

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