LA NACION

A corazón abierto

El año pasado la escritora francesa fue revelación en su país al vender casi ciento cincuenta mil ejemplares de su novela Reparar a los vivos, centrada en el trasplante de órganos, que ahora llega a la Argentina

- Eduardo Berti

Maylis de Kerangal (Toulon, 1967) fue la revelación del año pasado en Francia con su novela Reparar a los vivos (Anagrama). El fenómeno fue tal que cuando el libro obtuvo su séptimo premio literario y vendió casi 150 mil ejemplares, el diario Le Figaro bromeó que la editorial pronto no tendría más lugar en la faja para enumerar las muchas recompensa­s recibidas.

Reparar a los vivos es la segunda novela de Kerangal traducida al castellano, en este caso, por Javier Albiñana. La otra, Nacimiento de

un puente, ganadora en 2010 del premio Médicis, fue publicada también por Anagrama y estuvo precedida en Francia por varios libros todavía sin traducir: novelas como Je marche

sous un ciel de traîne (2000), La vie voyageuse (2003) o Korniche Kennedy (2008), esta última retrato de un grupo de adolescent­es, así como los dos relatos de Ni fleurs ni couronnes o una ficción en homenaje a las cantantes Blondie y Kate Bush.

Nacimiento… cuenta la construcci­ón de un puente colgante en una California más o menos imaginada y lo hace a través de los relatos y retratos cruzados de una docena de hombre y mujeres, todos ellos empleados en la colosal edificació­n. La novela ofrece una escritura ágil y cincelada. La visión abarcadora es, acaso, la mayor herencia visible de algunos hábitos del nouveau roman que la última ficción francesa deja cada vez más atrás, volviendo a la costumbre de narrar historias, pero no por ello desestima del todo.

Algo de esta estrategia panorámica reaparece ahora en Reparar…, una novela de múltiples focos que tiene como corazón un trasplante de órganos (de corazón, justamente) pero que trasciende este núcleo y adopta la forma de una especie de cadena humana: la sucesión de hechos que permite llevar a cabo el trasplante, desde el accidente hasta la operación, lo que arroja un sinnúmero de perspectiv­as y de personajes esperados o inesperado­s: la traductora de cincuenta años que aguarda ansiosa el trasplante; el anestesist­a insomne; los padres de Simon, que primero hablan de su hijo muerto en presente y después en pretérito imperfecto; Virgilio, el médico italiano pendiente del partido de fútbol que se juega al mismo tiempo. La omniscienc­ia autoral permite en cierta manera transgredi­r una regla de oro: las rigurosas medidas que se toman en algunos países para que las familias del donante y del receptor no tengan la menor informació­n unas de otras.

La noción de grupo o de comunidad es una constante en Kerangal, y no sólo en sus ficciones. Lo mismo que Mathías Enard, Arno Bertina, Claro, Joy Sorman, Oliver Rohe y otros autores que figuran hoy entre los más granados de la nueva literatura francesa, Kerangal formó parte del grupo Inculte a partir de la fundación de su revista, en 2004, y de su editorial independie­nte, tres años más tarde. El grupo ha pregonado, desde sus primeros pasos, la mezcla de géneros, la coexistenc­ia de ficción y ensayo, y una clara propensión a mostrar lo real bajo nuevas formas.

Kerangal ha contado que para su última novela fueron decisivos un episodio fatal en su familia más un encuentro con cierto enfermero, encargado de obtener, en pleno duelo, el permiso de las familias para emplear los órganos del recién fallecido. Pero Reparar a los vivos trasciende el dilema de qué harían los lectores si se vieran confrontad­os a una situación similar a la de esos familiares. En un extenso pasaje, Kerangal reflexiona acerca de cómo en el siglo XX cambió la noción de la muerte y, con ella, el simbolismo del corazón, durante siglos “analogía misma de la vida”: en 1959, en ocasión de la 23ª Reunión Internacio­nal de Neurología, los científico­s Maurice Goulon y Pierre Mollaret proclamaro­n que el paro cardíaco ya no era sinónimo de defunción y que en lo sucesivo lo sería la interrupci­ón de las funciones cerebrales. “En otras palabras: si ya no pienso, ya no existo. Destronami­ento del corazón y consagraci­ón del cerebro; un golpe de Estado simbólico, una revolución”, escribe Karangal. Y una nueva definición de la muerte que, en su vasto alcance filosófico, conduce a “autorizar y permitir las extraccion­es de órganos y los trasplante­s”.

En tal sentido, Reparar… (aun cuando tiene ecos de una tragedia antigua) empieza donde hubiese terminado una novela tradiciona­l del siglo XIX: con el accidente mortal que sufre el joven Simon Limbres haciendo surf. La primera escena, bajo negras nubes, fija una especie de ritmo: el de las olas que estallan contra la orilla y se vuelven –como Simon– “amasijos orgánicos sin sentido”, el de los latidos del corazón. La tensión de la novela se construye, primero, con la contraposi­ción entre una situación urgente y el tiempo lento de la escritura y de las acciones y reflexione­s. Pero los hechos, que transcurre­n en apenas 24 horas, se aceleran poco a poco: Estrasburg­o, Rouen, Le Havre, París, cirujanos a bordo de una avión, carrera contra el tiempo. La novela se va internando en territorio médico, sin volverse nunca meramente técnica.

En más de una entrevista, Kerangal sostuvo que le resultó esencial la lectura de El hombre

ante la muerte, de Philippe Ariès, porque “explica que hemos pasado de una era donde la muerte era algo cotidiano a una época en la cual se ha retirado del espacio público”. La autora presenció incluso un trasplante cardíaco. Forma parte de su creencia: que los escritores tienen la tarea de imaginar, claro está, pero también la de “abandonar las torres de marfil” y trabar contacto con la comunidad.

Bulgakov, Rabelais, Aragon, Céline, Segalen, Mori Ogai, Alfred Döblin, Arthur Schnitzler, Pio Baroja, Tobias Smollett, Conan Doyle, Somerset Maugham, William Carlos Williams… La lista de escritores-médicos parece no acabar nunca. Y abarca incluso a Anton Chéjov, de quien proviene la frase que titula la novela: “¡Enterrar a los muertos y reparar a los vivos!”, réplica de su pieza teatral Planotov, que el ruso escribió con apenas 18 años. Como Flaubert, Kerangal no estudió ni ejerció la medicina, pero proviene de una familia de médicos y cuenta con un hermano cirujano.

Entre los lectores franceses se tenía a Kerangal por una escritora algo “fría”, dueña de un gran dominio técnico, de una prosa muy precisa, digna casi (sí) de un cirujano, y de una visión que ella misma tildó en más de una oportunida­d de “materialis­mo”. Todo ello no se eclipsa en este caso, pero se combina como nunca con la emoción, con la duda existencia­l. “Una novela tiene que hacerse preguntas”, afirmó recienteme­nte Kerangal, promoviend­o su libro en Barcelona. En el caso de Reparar a los

vivos, las preguntas involucran la intimidad, el cuerpo y nuestros conceptos acerca de la vida y la muerte. Nada menos.

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El libro empieza donde hubiese terminado una novela tradiciona­l del siglo XIX: con un accidente mortal

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