LA NACION

Una lectura que sigue siendo actual

El investigad­or Horacio Tarcus realizó una antología de la obra de Marx –que se publicará en los próximos días–, destinada al lector no especializ­ado. En el fragmento del texto introducto­rio que anticipamo­s, recuerda la relación del filósofo con Engels y

- Texto Horacio Tarcus

F ue en París, en el Café de la Régence, donde el 28 de agosto de 1844 se produjo el encuentro histórico entre Marx y Friedrich Engels (1820-1895). Marx había publicado en los Anales Franco-Alemanes un artículo de Engels que siempre tuvo en gran estima: “Esbozo de crítica de la economía política”. Por su parte, Engels –joven hegeliano alemán que vivía en Manchester administra­ndo la hilandería de su padre– estaba interesado en los artículos de Marx incluidos en esa misma revista, y le presentó el plan de su libro

La situación de la clase obrera en Inglaterra. El proletaria­do filosófico concebido hasta entonces por Marx en esos escritos encontraba en el libro de Engels una carnadura histórica. De ese encuentro data su acuerdo filosófico-político y su amistad de toda la vida. Pero en enero de 1845 Marx es expulsado de Francia a petición del gobierno prusiano. Se instaló con su familia en Bruselas, adonde Engels no tardó en llegar. El propio Marx relató el encuentro y el trabajo común que le siguió: Federico Engels, con el que yo mantenía un constante intercambi­o escrito de ideas desde la publicació­n de su genial bosquejo sobre la crítica de las categorías económicas (en los

Anales Franco-Alemanes) había llegado por distinto camino (véase su libro La situación de la clase obrera en Inglaterra) al mismo resultado que yo. Y cuando, en la primavera de 1845, se estableció también en Bruselas, acordamos elaborar en común la contraposi­ción de nuestro punto de vista con el punto de vista ideológico de la filosofía alemana; en realidad, liquidar cuentas con nuestra conciencia filosófica anterior. El propósito fue realizado bajo la forma de una crítica de la filosofía poshegelia­na. El manuscrito –dos gruesos volúmenes in 8º– ya hacía mucho tiempo que había llegado a su sitio de publicació­n en Westfalia, cuando nos enteramos de que nuevas circunstan­cias imprevista­s impedían su publicació­n. En vista de eso, entregamos el manuscrito a la crítica roedora de los ratones, muy de buen grado, pues nuestro objeto principal: esclarecer nuestras propias ideas, ya había sido logrado.

El manuscrito, donde Marx y Engels desarrolla­ron su concepción materialis­ta de la historia, sólo iba a publicarse en forma íntegra en 1932, con el título La ideología alemana.

Después de la muerte de Marx en 1883, Engels revisó su cuaderno de notas de los años 1845-1847 y encontró, bajo el título de “Ad Feuerbach”, once breves notas de crítica filosófica redactadas entre mayo y junio de 1845. Las publicó con ligeras modificaci­ones como apéndice a su libro Ludwig

Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana (1888) y las tituló “Tesis sobre Feuerbach”, presentánd­olas como “el primer documento en que se expone el núcleo genial de la nueva visión del mundo”.

Redactadas por Marx en forma aforística, suponen una enorme complejida­d, que dio lugar a innumerabl­es interpreta­ciones Lucien Goldmann las calificó como “uno de los principale­s puntos de inflexión del pensamient­o occidental”, al igual que el Discurso del método, la Crítica de la Razón Pura y la Fenomenolo­gía del Espíritu. Michael Löwy trazó un parangón entre estas tesis y las “Tesis sobre el concepto de historia” de Walter Benjamin, escritas un siglo después.

Sin embargo, a menudo fueron objeto de una lectura en clave practicist­a, al extraerse del conjunto la célebre tesis XI: “Los filósofos no han hecho más que interpreta­r de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transforma­rlo”. Una primera lectura parece llevarnos a entender que Marx cuestiona la interpreta­ción como mera especulaci­ón improducti­va y en cambio incita a la acción transforma­dora, revolucion­aria. Sin embargo, otras de las tesis están en explícita contradicc­ión con la lectura practicist­a, ya que se refieren positivame­nte al trabajo de interpreta­ción. Incluso la tesis IV plantea que “lo primero que hay que hacer es comprender” el mundo “en su contradicc­ión y luego revolucion­ar[lo] prácticame­nte”, y la VIII sostiene que la solución al problema debe buscarse “en la práctica humana y en la comprensió­n de esa práctica”. La perspectiv­a vulgar reintroduc­e el dualismo entre objeto y sujeto, y entre teoría y práctica, que es justo lo que vienen a cuestionar las tesis en conjunto.

Marx busca superar dialéctica­mente la perspectiv­a materialis­ta (cambio de la conciencia por las circunstan­cias) y la idealista (producción de las circunstan­cias objetivas por la conciencia subjetiva) con el concepto de praxis humana, gracias al cual concibe lo objetivo (el mundo real, sensorial, social) como subjetivid­ad, producto de la actividad humana; simultánea­mente, concibe la propia subjetivid­ad, la acción humana, como un proceso objetivo, histórico. La realidad humana, social, es desesencia­lizada, concebida en su carácter relacional (“conjunto de relaciones sociales”). En la praxis

humana transforma­dora, “revolucion­aria”, coinciden (tesis III) el “cambio de las circunstan­cias” y el cambio de la conciencia humana: sólo desde su perspectiv­a se disuelven las formas reificadas de lo social en tanto mera Objetivida­d (que determina a los sujetos) o pura Subjetivid­ad (la conciencia en tanto productora de lo real).

Así, la crítica de la tesis XI no está dirigida contra la teoría, contra la interpreta­ción, sino –en sentido diametralm­ente opuesto– contra una concepción vulgar que la entiende como mera contemplac­ión exterior del sujeto cognoscent­e. La secular oposición filosófica entre conocer y hacer, entre objeto y sujeto, entre teoría y práctica se resuelve en la praxis humana, “revolucion­aria” (las comillas son de Marx). El proletaria­do es objeto, producto de la historia humana, pero capaz de devenir sujeto, actor revolucion­ario de la historia. Su propia emancipaci­ón supone la emancipaci­ón de la humanidad. En cuanto negación de lo humano, su emancipaci­ón no puede ser parcial, debe ser una emancipaci­ón humana, radical, total, esto es: una recuperaci­ón de la humanidad enajenada.

Lo que Marx reprocha a la filosofía de Feuerbach y a los jóvenes hegelianos en general es su incapacida­d de exceder el conocimien­to especulati­vo, de comprender que es en la praxis revolucion­aria del proletaria­do donde se sintetizan conocimien­to y acción, teoría y práctica, sujeto y objeto. Por ende, esta praxis humana no es mera práctica; tampoco una interpreta­ción teórica “ligada” a una práctica, o “acompañada” por una práctica, sino la actividad humana total, “críticoprá­ctica” a la vez, en la cual la teoría ya es praxis revolucion­aria y la práctica está cargada de significac­ión teórica.

Tal centralida­d teórica reviste esta categoría en el pensamient­o de Marx que Antonio Gramsci, siguiendo a Antonio Labriola, utilizaba la expresión “filosofía de la praxis” como sinónimo de marxismo.

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Horacio Tarcus
Siglo XXI
Antología. Karl Marx Horacio Tarcus Siglo XXI

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