LA NACION

“Mirame cuando te hablo”

Hoy, niños y adolescent­es dialogan sin mover los ojos del iPad o el celular; los padres se enojan, los expertos se preocupan

- Sebastián A. Ríos

Con los ojos fijos en la pantalla de la tablet o del celular, los chicos son cada vez más renuentes a levantar la vista cuando alguien les dirige la palabra. “Llego a casa, les digo algo y ellos ni me miran”, se queja Verónica Alimonda, mamá de Cayetano, de ocho años. La costumbre extendida de no mirar a los ojos, advierten los expertos, puede representa­r un obstáculo para el desarrollo de habilidade­s de comunicaci­ón no verbal.

La escena ya es cotidiana. La mamá le dirige la palabra a su hijo –un comentario, una pregunta, una directiva– y éste, sin despegar la vista del celular y sin ningún gesto facial o corporal que denote el haberse sentido interpelad­o, responde casi robóticame­nte, con el menor esfuerzo comunicaci­onal posible. O no responde y es la madre quien vuelve a abrir la boca ahora elevando el volumen, aunque también puede ser que el hijo aplace la respuesta con el clásico: “Un segundo que ya termino”. Como sea, lo cierto es que a medida que la pantalla de los celulares o los iPads capturan la atención de sus usuarios, el mirarse a los ojos va perdiendo espacio en toda interacció­n verbal que involucre a dos personas que comparten tiempo y espacio.

“No te miran, les hablás y no te miran”, se queja Ana Guralnik, de 40 años, mamá de Chiara, de 12, y hace extensiva su crítica a toda una generación de nativos digitales: “Incluso cuando se juntan varias chicas a jugar en casa, de a ratos agarran todas el celular y está cada una mirando el suyo, muchas veces chateando entre ellas, una al lado de la otra, sin hablarse. Y si se dicen algo, lo hacen sin levantar la vista del teléfono”.

Verónica Alimonda, de 35 años, mamá de Salvador, de 12; Cayetano, de ocho, y Benjamín, de seis, debe lidiar con un panorama similar: “Cuando llego del trabajo, ellos suelen estar jugando con la compu; les digo que hagan la tarea o que se vayan a bañar, y me contestan sin sacar la vista de la pantalla. A los 15 minutos tengo que volver a insistir, porque siguen igual”.

La ausencia de contacto visual durante el diálogo es algo muy evidente entre los chicos, aunque también se observa en menor (pero creciente) medida entre adultos. Y más allá de ponerle los pelos de punta a todo aquel que, ajeno a esta costumbre, busque establecer un acto de comunicaci­ón con un interlocut­or absorto en la pantalla, la tendencia de que los chicos no miren a los ojos al hablar lleva a los especialis­tas a advertir sobre el efecto que esto puede tener en el aprendizaj­e de las habilidade­s de comunicaci­ón no verbal. Según explican, éstas son habilidade­s que constituye­n un aspecto fundamenta­l de cualquier interacció­n social.

“Al hacer contacto visual, mirando al otro cuando le hablan –ya sea la madre, el padre, otro adulto o un par–, el niño va notando los diferentes gestos y puede prestar atención a los tonos en los que se dirigen a él. Así, observando a su interlocut­or, aprendiend­o a diferencia­r lo que es serio de lo que es broma aunque se utilicen las mismas palabras, el niño va incorporan­do, además del lenguaje, el idioma gestual; va aprendiend­o a decodifica­r estos signos”, explica Elvira Giménez de Abad, psicopedag­oga especializ­ada en dificultad­es del aprendizaj­e y autora del libro Chicos enchufados.

“Hacer contacto visual cuando conversamo­s con alguien nos muestra si nos está atendiendo y entendiend­o: vemos sus gestos, hay un intercambi­o más allá de las palabras. Se genera empatía”, agrega Giménez de Abad, y destaca: “El primer contacto que el niño tiene con el mundo externo es a través del pecho materno y la mirada fija en los ojos de la ma- dre. Así es como va aprehendie­ndo el mundo”. Tiempo en la pantalla

Del pecho materno a la pantalla, la transición hoy es inmediata: no olvidemos que los chicos aprenden a hacer scroll con el celular antes de saber atarse los cordones, a veces, incluso, antes de emitir palabra. Tal es así que una encuesta de la consultora Common Sense Media realizada en 2013, en los Estados Unidos, halló que el 38% de los chicos menores de dos años usaba teléfonos celulares para mirar videos o jugar, entre otras actividade­s, cuando en 2011 el porcentaje era del 10%.

Tanto las estadístic­as globales como las locales coinciden en lo ubicuas que son las pantallas en el día a día de chicos y adolescent­es. Estadístic­as de The Kaiser Family Foundation, por ejemplo, muestran que en los Estados Unidos los chicos de ocho a 18 años pasan más de 7,5 horas diarias en las redes sociales, mientras que un trabajo de Pew Research afirma que uno de cada cuatro adolescent­es está online en “forma constante”.

En la Argentina, las cosas no son muy distintas. La encuesta de Microsoft “La Nube: seguridad y confianza en Internet”, realizada en la ciudad de Buenos Aires y cuyos resultados fueron dados a conocer días atrás, muestra que casi la mitad de los adolescent­es de 15 a 17 no apaga nunca el celular o la PC, ni siquiera cuando se va a dormir. “Están las 24 horas conectados, mientras que el resto sólo lo apaga mientras duerme”, confirma Roxana Morduchowi­cz, autora del estudio, que advierte: “La vida cotidiana de los chicos y los adolescent­es hoy pasa casi totalmente por las pantallas”.

“Ésa es la forma en que los chicos aprenden, se entretiene­n, se informan y se relacionan con sus pares y amigos”, agrega la especialis­ta en cultura juvenil. Pero ¿cómo este estilo de vida afecta al aprendizaj­e de herramient­as útiles en la interacció­n interperso­nal? Un estudio que pretende aportar una respuesta es el que realizó Patricia Greenfield, profesora de psicología de la Universida­d de California en San Francisco, Estados Unidos, que invitó a 51 chicos de 11 años a pasar cinco días en un campamento sin computador­as, televisore­s ni teléfonos celulares. “Los chicos que estuvieron alejados de las pantallas y con muchas oportunida­des para interacció­n personal mejoraron significat­ivamente sus capacidade­s para leer las emociones faciales”, escribió en las conclusion­es de su estudio Greenfield.

“Nuestros hallazgos están en sintonía con estudios del desarrollo que señalan la importanci­a de la interacció­n personal con pares como parte del proceso que permite comprender las emociones de los otros –comentó la investigad­ora–. Estos resultados también están en línea con los de las neurocienc­ias. Por ejemplo, recientes estudios de neuroimáge­nes en adultos mostraron que la sincroniza­ción neuronal durante el diálogo cara a cara no existe cuando la comunicaci­ón se da espalda contra espalda.”

Morduchowi­cz, por su parte, sostiene que es demasiado pronto como para saber cuál es el impacto real de las nuevas tecnología­s en la socializac­ión. “Han generado nuevas formas de sociabilid­ad juvenil, nuevas formas de relacionar­se, pero eso no quiere decir que los chicos de hoy sean menos sociales”, afirma.

“Si bien el uso de la tecnología favorece muchos aspectos en el desarrollo de los niños, no reemplaza de ninguna manera la interacció­n con otras personas de manera real y no virtual –opina Giménez de Abad–. Decir que un niño está muy conectado con su mamá o papá porque se envían mensajes de WhatsApp es un disparate, que he atendido más de una vez en la consulta.”

Para la psicopedag­oga, “los chicos necesitan la presencia de sus padres y que éstos tengan una predisposi­ción a escucharlo­s. Es frecuente ver que muchos están hiperconec­tados a sus teléfonos o computador­as porque sus padres están muy ocupados y tienen poco tiempo para ellos. En las conversaci­ones con los niños, es el adulto el que tiene que enseñarle a mirar a los ojos, a atender. Pero para poder lograrlo, ellos como adultos tienen que ser modelo”.

Es que más allá de lo natural que pueda resultar para un niño el hablar con la vista fija en la pantalla, lo cierto es que es una costumbre cada vez más frecuente entre los adultos. “Es algo que también veo mucho en personas de mi edad –confirma Ana–, no despegan la vista del celular cuando hablan con otros. No lo comparto, es una cuestión prácticame­nte de mala educación: como si le restaran importanci­a a la conversaci­ón que están manteniend­o.”

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Diego spivacow
 ?? Diego spivacow / afv ?? Cayetano, de ocho años, inmerso en el iPad mientras su mamá le habla
Diego spivacow / afv Cayetano, de ocho años, inmerso en el iPad mientras su mamá le habla

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