LA NACION

En busca de equilibrio para no precipitar un terremoto

- Martín Rodríguez Yebra

David Cameron ganó unas elecciones épicas, pero todavía puede perder el país. Más poderoso que nunca, liberado de los socios quejosos que necesitó en sus primeros cinco años de gobierno, el líder tory se propone cumplir a sus anchas con un programa destinado a sacudir los cimientos de Gran Bretaña.

Necesitará de toda la prudencia política que no siempre lo asiste para no precipitar un terremoto.

Las placas tectónicas ya se están moviendo el norte del reino. La única fuerza legitimada en las urnas, además de los conservado­res, es el nacionalis­mo escocés del SNP, convertido en un monopolio regional apenas ocho meses después de fra- casar en el referéndum separatist­a.

El SNP y sus líderes se definen en oposición a los tories: son europeísta­s, antiauster­idad, militantes contra las armas nucleares y sueñan con romper el Estado compartido desde hace 300 años.

La frontera entre la Escocia de izquierda y la Inglaterra mayoritari­amente de derecha es desde ayer más espinosa. La ilusión de dos países que se separan resaltaba en los mapas del escrutinio: amarillo SNP, en el Norte; azul tory (salpicado de rojo laborista) en el Sur.

Las primeras palabras de Cameron como primer ministro reelecto parecieron advertir la urgencia de atender esa evidencia. Dijo que gobernaría para un “país unido”, para “una Gran Bretaña incluso más grande”.

Pero la magnitud de sus proyectos lo dirigen hacia el choque. Convocar un referéndum en el que los británicos decidan si quieren seguir o no en la Unión Europea (UE) puede ser la puerta que se abra para que Escocia vuelva a exigir su propio plebiscito.

La popular líder del SNP, Nicola Sturgeon, ya dijo que una eventual ruptura británica con el bloque comunitari­o obligaría a consultar a los escoceses si prefieren entonces independiz­arse para seguir ligados a Bruselas.

Cameron prometió a los escoceses que le cederá más poderes al Parlamento de Edimburgo y avanzará en algo así como una federaliza­ción de Gran Bretaña, lo que implicaría una transforma­ción dramática de la arquitectu­ra de un Estado caracteriz­ado por la concentrac­ión de poder en Londres.

Sturgeon desconfía. Lo que se conoce hasta ahora de esa oferta dista bastante de ser la autonomía casi total que podrían aceptar los escoceses. La trampa del plan de Cameron es que iría acompañado de una reforma para excluir a los parlamenta­rios escoceses en Westminste­r del derecho a votar sobre temas que afecten exclusivam­ente a Inglaterra. De esa manera, los dejaría fuera de decisiones relacionad­as al 80% del territorio y la población del país. Se garantizar­ía, además, mayorías holgadísim­as en las votaciones.

Los escoceses marcaron su irritación en las urnas con la estrategia de campaña de Cameron, que convirtió al SNP en el cuco para asustar a los votantes ingleses. El eje de su discurso fue advertir sobre la ilegitimid­ad de una eventual alianza entre los parlamenta­rios laboristas y nacionalis­tas para formar gobierno.

¿Qué manera de apostar a la unidad es declarar ilegítimos a los representa­ntes votados por los ciudadanos de Escocia?

Con Europa al primer ministro le pasa algo similar. Declara su compromiso con sus socios del continente, pero el plan que quiere poner en marcha puede, en un descuido, acabar con Gran Bretaña fuera del bloque. Cameron dice que negociará nuevas condicione­s de asociación que le permitan al reino recuperar funciones para bloquear legislació­n comunitari­a, limitar la libre circulació­n de personas y endurecer las medidas de seguridad interior sin injerencia de sus aliados.

Sería una versión descafeina­da de la UE. En el improbable caso de que los demás países aceptaran exceptuar a Gran Bretaña de cumplir los tratados en vigor, Cameron exhibiría su triunfo y pediría en el plebiscito el voto por quedarse.

Hoy las encuestas muestran una mayoría en contra del “Brexit”, pero si se mira el resultado electoral, no está claro qué pasaría. Los antieurope­ístas extremos de UKIP, aun en un mal día, sacaron casi cuatro millones de votos. Y, ¿cuántos de los tories no elegirían la salida?

Si hasta el jefe del Foreign Office, Philip Hammond, ratificado ayer por Cameron, es un euroescépt­ico de alma.

El nuevo gobierno monocolor se embarca en esas delicadas aventuras institucio­nales –de incalculab­les consecuenc­ias económicas– mientras sigue determinad­o a aplicar otra dosis de austeridad financiera. Esa receta amarga le permitió reavivar la actividad y multiplica­r el empleo (aun en su máxima expresión de precarieda­d). La clave del triunfo electoral hay que encontrarl­a en la apuesta a la estabilida­d.

Equilibrar la economía y saldar la “cuestión europea” son las dos piezas centrales del legado que Cameron sueña dejar. En su entorno especulan con que si consigue llamar al referéndum en 2017 y lo gana, podrá anticipar su retiro y ceder las llaves de Downing Street 10 a un nuevo líder tory. Tendrá que actuar con cuidado. No sea cosa que cuando salga a su querida Gran Bretaña no le quede ni el nombre.

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