LA NACION

La literatura, en discusión

- Federico Irazábal

sexo con extraños. ★★★ buena. libro: Laura Eason. intérprete­s: Guillermin­a Valdes y Gastón Soffritti. escenograf­ía: Santiago Tato Fernández. iluminació­n: Horacio Efrón. vestuario: Romina Giangreco. producción

general: Diego Corán Oria, Gastón Soffritti e Isidoro Sorkin. dirección: Diego Corán Oria. sala: Metropolit­an Citi. duración: 80 minutos.

Hay una zona del teatro que conoce a la perfección las preferenci­as de cierto público. Eso no es garantía de éxito, claro está, pero sí al menos de una certera estrategia de llegada a un público que gusta de un teatro ameno, de buen ritmo, con figuras conocidas o populares, pero que a su vez tenga los elementos necesarios como para que ese evento se convierta en uno de tipo “cultural”. Y qué mejor, para ello, que instalar la obra en un consultori­o de un psicoanali­sta famoso (La última sesión de Freud), o entre un grupo de amigos que compra un cuadro diferente (Art), o en las discusione­s literarias que dos artistas de ese medio puedan tener. Este último es el caso de Sexo con extraños, obra que, al tiempo que juega con el morbo que produce (parece mentira pero aún así es), la palabra “sexo” en su título, nos permite salir de allí “enriquecid­os” por sus nobles reflexione­s sobre la literatura.

Vayamos descartand­o opciones. El sexo que aparece es bien escaso y, como se dice habitualme­nte, muy cuidado. La puesta en escena y las luces hacen lo necesario como para que de los cuerpos no se vea absolutame­nte nada y los actores ni siquiera necesitan desnudarse para “actuar” una escena sexual. Está claro desde el principio que no la habrá (y hay que decirlo: ellos en cuanta entrevista tuvieron señalaron que no se trataba de una obra “subida de tono”). Por allí no hay mucho más. En lo que hace a la literatura hay que señalar que las opiniones de Laura Eason están muy atravesada­s por su propia idiosincra­sia. No se discute sobre literatura, sino sobre “industrias culturales” y la literatura aparece como una de ellas, como también lo hace el cine. Los debates desde el punto de vista de las industrias culturales giran en torno al venderse al mercado o al mantenerse en su propia línea estética, entre trabajar temáticas provocador­as que interesen al mercado o quedarse fiel a sus propias obsesiones, interesars­e o no hacerlo por las opiniones de la crítica especializ­ada. Y no es que esto sea trillado; lo extraño es que una escritora profesiona­l crea todavía en la existencia de una voz propia, que no entienda el problema de las influencia­s y que un escritor analiza la calidad de una obra por sus niveles de sensibilid­ad.

Si nos olvidamos de todo esto nos queda una historia de amor que seduce en su ternura, en su ingenuidad y por sobre todo en los modos en los que los dos actores viven el juego de la seducción. Es allí donde Valdes y Soffritti se mueven con mayor soltura: cuando no tienen que hacer ni de la escritora con talento pero sin reconocimi­ento, ni del joven rebelde que bastardea con su ausencia de privacidad y de respeto un ámbito tan sacro como el literario. Cuando son sólo eso, dos cuerpos que se buscan, se desean, se acarician, se pelean, la química emerge: en el extremo opuesto al de la “composició­n” de personaje y en la zona misma de una fragilidad que puede conectar rápidament­e con la platea.

La dirección de Diego Corán Oria, destacadís­imo director de teatro musical, hace lo que puede con un texto que lo encorseta permanente­mente porque lo acorrala en la instancia representa­cional. Sólo en el intervalo, me animaría a decir, aparece él con todo el brillo y creativida­d a los que estamos acostumbra­dos.

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prensa Gastón Soffritti y Guillermin­a Valdes, palabras y seducción

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