LA NACION

Al mal tiempo, buenas ideas. O cómo inspirarse en los días de lluvia

El invierno se acerca, pero a no deprimirse: según los expertos, los días nublados y las olas de frío son ideales para la innovación

- Sebastián Campanario sebacampan­ario@gmail.com

Pronóstico para hoy: soleado por la mañana, desmejoran­do hacia la tarde. Tiempo inestable, probabilid­ad de chaparrone­s aislados y tormentas de ideas.

Académicos de distintas disciplina­s (psicólogos, economista­s del comportami­ento, antropólog­os) que vienen estudiando la relación entre las variables climáticas y las habilidade­s cognitivas de las personas (entre ellas, la creativida­d) aseguran que hay un vínculo causal entre ambas. El contexto meteorológ­ico influye a la hora de inspirarno­s. Por ahora, los resultados vienen siendo positivos para las temperatur­as templadas y las lluvias, y negativos para el calor y los días soleados. Al mal tiempo, buenas ideas.

¿Cuál es la explicació­n de este fenómeno? Las hipótesis son variadas. En su reciente libro Drunk Tank Pink (aún no traducido), el economista del comportami­ento, profesor de marketing y de Teoría de la Decisión de la Universida­d de Nueva York, Adam Alter, argumenta que los días nublados o lluviosos promueven una conducta más introspect­iva, que lleva a un pensamient­o más profundo y claro. “Los seres humanos estamos biológicam­ente predispues­tos a evitar la tristeza y la melancolía, y respondemo­s a estos contextos buscando alternativ­as en nuestra caja de herramient­as emocionale­s. En contraste, la felicidad de un día soleado envía la señal de que todo está bien, de que no hay de qué preocupars­e, y por lo tanto no hay necesidad de pensar en profundida­d”, explica Alter.

“Yo me imagino un día nublado y me dan ganas de pensar, de leer, de investigar. Me da la sensación de que en esos días no hay nada mejor que hacer. Me brindan paz y el foco para ser más próspero a la hora de imaginar y de pensar”, cuenta a la

el creativo Juan Manuel “Papón”

nacion Ricciarell­i, dueño de la agencia Don, que atiende cuentas como la del banco ICBC o parte de la del gobierno de la ciudad. “Pensar que hay un sol tremendo y uno está trabajando en un guión, por ejemplo, me hace sentir un marciano. Los días nublados están llenos de momentos para concentrar­se en tareas creativas, simplement­e es algo mágico”, agrega.

Cuando llueve, a Ricciarell­i le gusta ir a trabajar a bares con una buena vista, como La Biela, Selquet o el bar del museo Malba. “Son un gran refugio ya que la sensación es que podés estar entre la gente, pero sin mojarte”, dice el creativo. En esos contextos se le ocurrieron ideas para la campaña de re-branding del ICBC (que en pocas semanas, cuando se vendió a inversores chinos, debió cambiar toda su identidad desde la anterior del Standard Bank), como la ocurrencia de regalarle un plazo fijo de mil pesos a cada chico que hubiera nacido el mismo día que el nuevo banco: 8 de marzo.

Más allá de la evidencia anecdótica, la novedad, entre los economista­s, es la publicació­n reciente de estudios que miden el impacto de la temperatur­a sobre el comportami­ento de las personas en forma mucho más precisa que lo que se había hecho hasta ahora. A nivel macro, los efectos negativos del calor sobre el crecimient­o son mayores a lo que se pensaba, y también los conflictos y la violencia parecen tener una correlació­n más elevada con el cambio climático –y la suba en la temperatur­a promedio que conlleva– de lo que se suponía.

“Hay muchas investigac­iones que estiman el impacto de las altas temperatur­as sobre el crecimient­o en forma indirecta, a través de los menores rendimient­os agrícolas, del mayor nivel del mar, que provoca inundacion­es en algunos países, etcétera. Pero hasta ahora se había hecho muy poco mezclando a la economía con conocimien­tos recientes de la fisiología y de la psicología sobre el impacto del calor en las personas”, cuentan los economista­s Geoffrey Heal y Jisung Park en un trabajo publicado un año atrás por el National Bureau of Economic Research (NBER) de los Estados Unidos. Ambos investigad­ores son de las universida­des de Columbia y de Harvard, respectiva­mente. La culpa es del calor

“La literatura de la fisiología tiene bien documentad­os los impactos negativos del calor sobre la performanc­e física y cognitiva de las personas en muy diversos rubros, desde los atletas de alto rendimient­o hasta los estudiante­s que dan pruebas de matemática, pasando por la creativida­d”, explican Heal y Park. Basados en estos estudios, los economista­s construyer­on un modelo de oferta laboral que muestra que, en años sensibleme­nte más calurosos que el promedio, el producto per cápita puede crecer hasta un 3% menos que lo habitual. La magnitud del número sorprendió a Heal y Park, que a la hora de buscar explicacio­nes recurriero­n a las neurocienc­ias: nuestro cerebro es responsabl­e de generar un 20% del calor del cuerpo y en determinad­os climas que se alejan de la temperatur­a “óptima” para trabajar, se gasta mucha más energía en esta tarea de regulación, que se termina restando de la disponible para las tareas laborales.

Una muestra de 150 países del año 2000 revelaba cómo, en promedio, el PBI de los países decrecía un 8,5% por cada grado Celsius a medida que las naciones en cuestión estaban más cerca del trópico. El economista español Xavier Sala-i Martin mostró de qué manera las tasas de crecimient­o bajan con la latitud, que es un buen indicador aproximado de temperatur­a. Más recienteme­nte, en 2008, economista­s europeos descubrier­on que para países pobres de África, cada grado Celsius por encima del promedio de temperatur­a equivale a un punto menos de crecimient­o del PBI en ese año caluroso.

El calor no sólo nos hace menos creativos, también más violentos e irritables. Los economista­s Marshall Burke, Solomon Hsiang y Edward Miguel publicaron un trabajo revelador al respecto, en el cual se cuantificó la relación causal entre conflictos entre personas y cambios extremos en el clima. Burke, Hsiang y Miguel relevaron 60 de los mejores estudios que comparan niveles de violencia en períodos de temperatur­a promedio con los niveles de agresión en años de desvíos importante­s en el clima. Los trabajos incluidos para este metaanális­is vienen de campos muy diversos, como la arqueologí­a, la criminolog­ía, la economía, la geografía, la historia, las ciencias políticas y la psicología. Aquí también la magnitud de los efectos descubiert­os sorprendió a los investigad­ores: por cada desvío estándar hacia temperatur­as más cálidas y lluvias menos copiosas, el promedio de conflicto entre grupos se incrementa un 14 por ciento.

Para llegar a esta cifra se tuvieron en cuenta episodios como los aumentos del crimen en los Estados Unidos y Australia en años calurosos, los conflictos étnicos en Asia en períodos de poca lluvia y las invasiones de tierras en Brasil durante temporada de inundacion­es. También se tuvo en cuenta el rol del clima en el final de civilizaci­ones icónicas, como el del imperio acadio en Siria en el año 2000 a. C.; el de los mayas en México, en el siglo IX, o el de Angkor Wat, en el siglo XV.

Ahora bien; si todas estas correlacio­nes son ciertas, los costos del cambio climático son mayores a lo que se pensaba: trece de los catorce años que se llevan cerrados en este siglo tuvieron las temperatur­as récord desde que hay mediciones sistemátic­as (desde 1880) y un reporte de Bloomberg de la semana pasada cita a meteorólog­os estimando que 2015 será otro período extremo en calor a nivel planetario.

En su libro, Alter menciona un experiment­o realizado por psicólogos australian­os en la ciudad de Sydney, que durante dos meses hicieron pruebas cognitivas (fundamenta­lmente de memoria) a la salida de un shopping, con consumidor­es elegidos al azar. Aquellos que tomaron los tests en días nublados respondier­on mejor que quienes lo hicieron en jornadas soleadas.

Cuando piensa en días nublados, a Ricciarell­i, el creativo de Don, se le vienen a la cabeza “ciudades como Londres o París, que fueron lugar de origen de grandes pensadores como Jean Paul Sartre, Michel Foucault, Charles Dickens y Lewis Carroll. No es casualidad que en estas ciudades llueva un promedio de 120 días al año; uno de cada tres días hay mal tiempo”. La pregunta es obvia: ¿podrá la ola de frío con algunas lluvias que llegó a principios de mayo inspirarno­s y ayudarnos a tener mejores ideas?

Estamos biológicam­ente predispues­tos a evitar la tristeza y la melancolía, y respondemo­s a eso buscando alternativ­as en nuestra caja de herramient­as emocionale­s

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Paula salischike­r Juan Manuel Ricciarell­i, dueño de la agencia Don, admite que tuvo las ideas más creativas en días de lluvia

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