La polémica en torno a Le Corbusier
El centro Pompidou inauguró la semana pasada una exposición dedicada a la obra de Charles-Édouard Jeanneret, más conocido como Le Corbusier (1887-1965). A 50 años de su muerte, se descubren cuadros (durante los años 30 dividía sus días entre la pintura y la arquitectura), varios ejemplares de la revista L’Esprit Nouveau, que crea con el pintor Amédée Ozenfant y en la que se lee cómo pensaba este arquitecto y urbanista visionario, y el pabellón que presenta en 1925 durante la exposición internacional de Artes Decorativos en donde definirá el nuevo espacio de la modernidad.
Luego de sus trabajos de investigación sobre el cuerpo humano, que en la obra de Corbu se impone como un principio universal que define todas las dimensiones de la arquitectura y de la composición espacial, se llega finalmente a una sala entera dedicada a Modulor, la silueta de 1,83 metros creada en 1944 que le servirá como instrumento métrico y verdadero sistema normativo para muchos arquitectos. La “célula habitacional” que se impone en sus edificios y villas y los croquis y maquetas de la unidad habitacional de Marsella también forman parte del recorrido, que concluye con la obra más emblemática y a la vez personal de su pensamiento: Le Cabanon, una casa de 15 metros cuadrados en Roquebrun-Cap-Martin, en la Costa Azul, donde vivirá casi desnudo hasta su muerte, en 1965, durante uno de sus baños cotidianos en el Mediterráneo.
Lo que aquí sorprende, al punto de convertirse en motivo de polémica entre críticos franceses, es que la exposición de este genio de la modernidad de entreguerras omite evocar, o por lo menos preguntarse, sobre sus vínculos con el fascismo. Si a los curadores les tomó tres años organizar esta exposición, todas las facetas de Corbu deberían estar contempladas, exigen aquí los especialistas, sobre todo si se tiene en cuenta que por lo menos tres libros publicados recientemente describen el lado oscuro del arquitecto suizo naturalizado francés: sus relaciones con círculos fascistas durante los años 30 en Francia; su oficina en el hotel Carlton durante 18 meses bajo el régimen de Vichy, entre 1941 y 1942, en donde empieza a redactar “El urbanismo de la revolución nacional” mientras espera ser nombrado funcionario, y su fascinación por los regímenes totalitarios, sin hablar de su antisemitismo que se lee, según los autores, en las cartas que le escribe a su madre. “La tentación fascista no fue para Le Corbusier una simple marca de oportunismo: sus relaciones con los ideólogos de la derecha nacionalista duraron varias décadas y marcaron en profundidad su pensamiento urbanístico”, escribe el diario Libération.
La polémica instalada a partir de estos tres libros golpea a la comunidad de corbusófilos. Según Le Monde, en la Fundación Le Corbusier esperan que la polémica reavivada no descarrile dos proyectos en curso: la candidatura para que 17 obras de Corbu sean clasificadas en 2016 patrimonio mundial de la Unesco, entre las cuales está la casa Curutchet en La Plata, y la idea de un museo Le Corbusier en París para mostrar 34.000 planos, croquis y objetos. La Fundación busca un espacio de 5000 metros cuadrados ya construido. Pensar en una obra sería desestabilizante para cualquier arquitecto.
A 50 años de su muerte, los críticos se preguntan sobre sus vínculos con el fascismo