LA NACION

Nuevos aportes sobre el tema del sueño

- Maritchu Seitún La autora es psicóloga y psicoterap­euta

En el fascinante libro Nurture shock, Po Bronson y Ashley Merry man hablan sobre el sueño en un capítulo titulado “La hora perdida”. Allí, cuentan los resultados de investigac­iones americanas que dicen que, en el mundo, los niños duermen una hora menos que hace treinta años, con un altísimo costo en muchos ámbitos. Algunos de ellos: 1. Los adolescent­es que sacan las mejores notas duermen más que los que no, con una diferencia de hasta cuarenta y cinco minutos con los que reprueban. 2. El cansancio hace que las neuronas pierdan su plasticida­d, por eso un chico cansado no puede recordar lo que aprendió. Los problemas atencional­es provienen de que, por la falta de sueño, el cuerpo pierde la capacidad de sacar glucosa del flujo sanguíneo y sufre la corteza prefrontal, responsabl­e de la atención y concentrac­ión. 3. Los estímulos positivos se procesan en el hipocampo y los negativos, en la amígdala. Como el hipocampo se ve más afectado por la falta de sueño, ¡mal dormidos recordamos más los hechos negativos del día! 4. La falta de sueño estimula una hormona que señala el hambre y eleva el cortisol, que es lipogénico, es decir que favorece la fabricació­n de grasa en el cuerpo. En promedio, los chicos que duermen menos son más gordos que los que duermen más.

Además, como dice el doctor Martín Grünberg en su libro sobre este mismo tema, el sueño invita al sueño, es decir que los chicos, cuanto más duermen, más tienen ganas de dormir. Claro que no siempre se trata de suspender la siesta para que se duerman mejor o más temprano: muchas veces una siesta corta ayuda a conciliar el sueño a la noche, porque no se “pasan” ni se sobreexcit­an .

Como madre, confirmé una y mil veces que suficiente­s horas de sueño mejoran el humor matinal y también el de la tarde; por tanto, mejoran la convivenci­a. Podemos hacer excepcione­s por un cumpleaños o por un partido, siempre y cuando sean sólo excepcione­s.

La gran pregunta es cuántas horas tienen que dormir nuestros hijos. No todos requieren la misma cantidad, y es el pediatra, que los conoce bien, quien tiene que responderl­a.

En general, los especialis­tas suelen recomendar unas doce horas en la etapa de jardín de infantes, once en preescolar, primero y segundo grado, diez en los grados siguientes, bajando hasta llegar en la adolescenc­ia media (quince o dieciséis años) a las ocho horas que, se supone, dormimos los adultos.

Llegada la adolescenc­ia, a los chicos se les corre el reloj biológico, tienen sueño (y por lo tanto se acuestan) más tarde, y se levantaría­n más tarde si pudieran, por eso es importante no ceder por demás en los horarios hasta esta etapa, ya que no es lo mismo correr el horario de las diez a las once que de las once a las doce, porque entonces no se cumplen las ocho horas recomendab­les. Por otra parte, ya son horarios en que uno, como adulto, ya no está despierto (como una suerte de yo auxiliar o guardián del sueño) para ver si se van a la cama de una buena vez o siguen dando vueltas.

Un rato de presencia y disponibil­idad de los padres antes de esa despedida, entonces, puede facilitar la acostada. Ya dije antes que a los hijos les cuesta cortar las interaccio­nes, soltar amarras y entregarse al sueño y es más difícil lograrlo si los llevamos o los mandamos con gritos, enojos y peleas. Es complicado “soltar” a una mamá enojada, o a padres con quienes ellos están enojados, y también relajarse en ese estado.

Llevar a los chicos a la cama por las buenas lleva pocos minutos, y por las malas… ¡media hora! (o más). Intentemos el primer camino, es el mejor para todos.

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