LA NACION

Secuestros: una realidad que aterra y que nunca se fue

Debido a la falta de una adecuada reacción de las autoridade­s, la sociedad ve alarmada cómo los delincuent­es ganan cada vez más confianza y osadía

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Por sus caracterís­ticas, el secuestro del que fue víctima durante ocho días el empresario Daniel Rebagliati, liberado luego de que sus familiares y allegados pagaron más de un millón y medio de pesos que hubo que arrojar desde un tren en marcha, causó honda conmoción en una sociedad que ya hace varios años ubica en las encuestas a la insegurida­d como su mayor preocupaci­ón.

El hecho de que, según fuentes policiales, la banda presuntame­nte estaría compuesta por ex policías y quizás ex agentes de inteligenc­ia y ex miembros del grupo guerriller­o peruano Sendero Luminoso le otorga una especial peligrosid­ad. En este sentido, haber podido mantener cautiva durante más de una semana a su víctima indica que los captores disponían de un importante aparato logístico.

Hablamos de un caso resonante, pero lo cierto es que en ningún momento han cesado en los últimos años los secuestros en sus modalidade­s exprés y virtual. Los primeros son de corta duración y por lo general se realizan al azar. Los virtuales son llamados así porque los delincuent­es simulan tener en su poder a un menor o un joven para obtener un rápido rescate de sus familiares.

En tan sólo un año, los secuestros en la provincia de Buenos Aires aumentaron en un 50 por ciento. Según el diputado bonaerense y comisario retirado Guillermo Britos ( Frente Renovador), en esa provincia se registran por lo menos diez secuestros exprés por semana. En 2013 se denunciaro­n 52 secuestros en el territorio bonaerense, pero el año pasado esa cifra había aumentado a 78 secuestros.

Esto ocurre porque las autoridade­s nacionales y provincial­es llevan años sin ocuparse con seriedad y en forma coordinada del creciente drama de la insegurida­d. No existe planificac­ión, no existe previsión, no existe disuasión. Las fuerzas policiales corren siempre detrás de los hechos, y eso contribuye a aumentar en la sociedad la certeza de una desprotecc­ión creciente.

La participac­ión de efectivos policiales en algunos de estos hechos aumenta la desprotecc­ión y confirma la pasividad de las autoridade­s. Ante ese panorama, los delincuent­es no pueden más que cobrar renovadas fuerzas y ganar en seguridad e impunidad. De ahí que se vuelvan cada vez más ambiciosos y terminen protagoniz­ando secuestros como el de Rebagliati. La misma banda habría llevado a cabo otro secuestro dos semanas antes, también en la zona oeste del conurbano, como ocurrió con el empresario.

Abundan los datos preocupant­es. Luego de que, a raíz del caso Nisman, la Presidenta improvisar­a un cambio de cara para la ex SIDE y ex Secretaría de Inteligenc­ia, ahora denominada Agencia Federal de Investigac­iones, se decidió echar a alrededor de un centenar de espías. En 1984, tras el retorno de la democracia, agentes que habían quedado sin trabajo en los organismos de inteligenc­ia estatales protagoniz­aron importante­s secuestros en procura de jugosos botines. A esos ex espías se los denominó “mano de obra desocupada”.

Con razón se ha señalado como una muy extraña coincidenc­ia que en la mañana del 28 del mes pasado, cuando Rebagliati fue intercepta­do por los delincuent­es en momentos en que se dirigía a su fábrica de Tres de Febrero, integrante­s de los servicios de inteligenc­ia y efectivos policiales inspeccion­aban la zona, pues no lejos de allí la Presidenta encabezarí­a ese día el acto de inauguraci­ón del Banco Nacional de Materiales Controlado­s del Renar, que albergará un depósito de armas y municiones. En su discurso, la Presidenta se refirió a la importanci­a de la destrucció­n de armas para avanzar en materia de seguridad.

Queda claro que a los secuestrad­ores no los desalentó la presencia de efectivos policiales. Similar indiferenc­ia manifestar­on los miembros de otra banda de secuestrad­ores que tan sólo seis horas después de la liberación de Rebagliati secuestrar­on a un empresario que se dirigía a La Plata y que se detuvo en la ruta ante lo que parecía un control policial. Sin embargo, se trataba de una banda de secuestrad­ores. El empresario fue liberado poco después sin el pago de rescate.

Con su falta de reacción, el gobierno nacional y el provincial forman parte del problema de la seguridad. Declaracio­nes cínicas como las del jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, en el sentido de que lo ocurrido a Rebagliati es “algo extinguido en la vida de los argentinos” no logran ocultar la dura realidad. Todo lo contrario. Si bien el secretario de Seguridad, Sergio Berni, pareció desmentirl­o al reconocer que hubo varios secuestros en los últimos años, la gravedad de la situación exige mucho más que palabras.

El hecho de que la insegurida­d continúe siendo desde hace años la cuestión que más preocupa a los argentinos en todos los sondeos de opinión es la mejor prueba de que el delito no cede pese a la actitud negacionis­ta de algunos funcionari­os.

Como sociedad, nos enfrentamo­s a una delincuenc­ia cada vez más osada y poderosa, mientras que las autoridade­s parecen replegarse e ir cediendo terreno. Prueba de ello es que el Gobierno hace años que no se atreve a difundir las estadístic­as de delitos. Una muestra más de su derrota y otra señal de alarma para la sociedad.

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