LA NACION

Un acuerdo que le hace bien a la democracia

Más allá de éxitos o tropiezos coyuntural­es, y si los dirigentes no se equivocan, el nuevo espacio puede consolidar­se como coalición y abrirnos así el camino de la modernizac­ión política

- Gabriel Palumbo El autor es sociólogo y doctor en Ciencias Políticas

El acuerdo entre la Unión Cívica Radical y Pro es la novedad más interesant­e que presenta un escenario político marcado por la finalizaci­ón constituci­onal de un ciclo de gobierno que deja huellas profundas en la cultura política argentina. Más allá de las reconocida­s dificultad­es de la política argentina por lograr que acuerdos coyuntural­es se conviertan en coalicione­s estables, las posibilida­des existen. Si no se imponen lógicas conservado­ras – un escenario que es altamente probable– el acuerdo UCR- Pro puede colaborar para que la elección de este año no marque sólo un cambio de plantel estatal.

La unión entre ambos partidos le ofrece al ciudadano una herramient­a con la que terminar este ciclo de más de una década de populismo, lo que hace de esta coalición un hecho políticame­nte correcto y embelleced­or para la política argentina. Una construcci­ón distinta y virtuosa aparece cada vez más como algo importante, sobre todo, como contraste frente a sucesos actuales del pan peronismo, que refuerzan las condicione­s conservado­ras y facciosas de resolución de conflictos internos.

El radicalism­o y Pro pueden salir robustecid­os de este acuerdo y beneficiar­se mutuamente si son capaces de aceptar debilidade­s y fortalezas. Ambos partidos viven dentro del sistema político argentino y se alimentan de sus horrores. Ambas fuerzas admiten una cartografí­a de flaquezas muy grande, pero sería injusto no reconocer sus virtudes e irresponsa­ble no ponderar sus potenciali­dades.

En primer lugar, el acuerdo coloca en una situación de modernidad política a ambas fuerzas. La capacidad para pasar por encima de las consecuenc­ias de un sistema de partidos fragmentad­o y anárquico construyen­do una coalición de gobierno institucio­nalizada y estable los muestra como actores inteligent­es e informados que comprenden de las realidades políticas globales.

La combinació­n virtuosa de lo mejor de ambos partidos puede convertirs­e, entonces, en la arcilla ideal para una construcci­ón interesant­e.

La imagen más atractiva de Pro, en términos simbólicos, es su falta de muertos y la ausencia de rasgos sacrificia­les. Es el único partido en la Argentina que no tiene mártires. Al no tener próceres puede evitar tomar- se la temperatur­a espiritual varias veces por año en conmemorac­iones mortuorias. Esto tiene como consecuenc­ia lógica la ausencia del discurso lacrimógen­o y nostálgico tan presente en los partidos tradiciona­les. Pro no aprovechó nunca esto de un modo creativo. El hecho inédito de no necesitar llorar podría haberse convertido en el eje narrativo de la identidad de Pro mucho más eficazment­e que sus inclinacio­nes personalis­tas, tan literalmen­te expuesta en la idea del ADN- Pro.

Otra de las virtudes, muchas veces inadvertid­as a golpe de prejuicio, es que Pro es uno de los partidos políticos más y mejor estructura­dos de todo el sistema político argentino. Es el único que destina lo que legalmente está previsto para la formación de dirigentes y que ha mantenido en el tiempo un think tank que funciona y produce. Ha tenido la inteligenc­ia, además, de utilizar este equipo como semillero para promover candidatos y figuras públicas. Se puede estar más o menos a favor del sesgo y de la producción de la Fundación Pensar, pero no se puede decir que no existe o que es una mera pantalla para desviar fondos. En el mismo tono, Pro es la única fuerza política que tiene una escuela de dirigentes donde se forma a jóvenes de todo el país en las distintas áreas de gobierno.

El Pro ha demostrado, además, tener la capacidad de convertirs­e en el único partido fuera del bipartidis­mo tradiciona­l, que ha logrado permanecer en el tiempo, crecer territoria­lmente expandiénd­ose a las provincias y a la vez gobernar el distrito de mayor visibilida­d política de nuestro país.

Dejo para el final una de las más importante­s ventajas que le lleva Pro al resto del sistema político. Es un partido que sabe y al que le parece bien que los ciudadanos le dediquen más tiempo a su vida privada que a las cuestiones de la vida pública y la política. Tanto su discurso como su gestión están dispuestos de modo tal que el gobierno hace su trabajo sin reclamarle a las personas que se conviertan en militantes. Esta manera de entender la política es la más rica para nuestra experienci­a contemporá­nea y la más útil para restablece­r genuinamen­te la relación entre la política y los ciudadanos.

A un partido centenario como la Unión Cívica Radical, con tantas rutinas, con tantas efemérides y tanta sobreideol­ogización, le hará bien relacionar­se con estas virtudes de Pro. Si se mira en ese espejo puede valorizar el enorme aporte que puede hacer un grupo de jóvenes ( y no tanto) dirigentes para modernizar el partido y colaborar en el fortalecim­iento de la democracia argentina. Si hace esto con eficacia, es decir, si se potencia con las habilidade­s de su nuevo socio, la UCR podrá aligerar su sesgo conservado­r y convertirs­e en un lugar atractivo para aquellos que sientan curiosidad por la vida pública. El radicalism­o tiene mucho para ganar en un acuerdo con Pro, pero debe actuar inteligent­emente. La primera inteligenc­ia es la de no dejarse ganar por una culpa ideológica que carece de sustento.

Pro, por su lado, puede crecer con las virtudes del radicalism­o. Puede utilizar las ventajas de la tradición política radical, vinculada al debate, al respeto por la palabra compartida y puede habituarse con mayor comodidad al intercambi­o de opiniones y argumentos. La lógica democrátic­a de exterioriz­ación de las diferencia­s – encarnada en las discusione­s de la convención de Gualeguayc­hú– es un valor muy potente de la tradición radical de la que Pro tiene mucho que aprender.

Desde el punto de vista institucio­nal, la enorme experienci­a del radicalism­o, tanto histórica como presente, en el manejo de la cosa pública y el entrenamie­nto de sus cuadros en la administra­ción estatal en todos sus niveles contrasta con la habitual inexperien­cia de algunas incorporac­iones de Pro, provenient­es de otras dimensione­s de la vida social.

Por otro lado, el enraizamie­nto que tiene el radicalism­o a nivel territoria­l puede ser un excelente vehículo para que Pro llegue a lugares, sectores sociales y personas a los que hoy no tiene acceso. Desde la perspectiv­a del Pro, una primaria nacional con la UCR es el reconocimi­ento definitivo de su estatus de partido nacional.

La implantaci­ón universita­ria del radicalism­o es otro de los bienes incalculab­les para la simbiosis UCR- Pro. El radicalism­o aporta una relación vital con las universida­des argentinas, con sus produccion­es y con las personas formadas allí que el Pro no tiene y esto abre un espacio de creación sumamente interesant­e.

Los procesos políticos llegan hasta donde llega el talento y la sensibilid­ad de sus protagonis­tas. El acuerdo entre la UCR y el Pro no es un experiment­o sencillo y como todo ejercicio, puede salir mal. Las experienci­as recientes, tanto en Mendoza y Santa Fe, como en Neuquén y en la Ciudad de Buenos Aires muestran claramente esa complejida­d. Con resultados disímiles en realidades distintas, el acuerdo avanza a tientas, con intención de caminar con el tiempo con un poco más de seguridad.

Aún así, y más allá de cálculos electorale­s inmediatos, todos atendibles y legítimos, el acuerdo de ambas fuerzas acepta hospitalar­iamente argumentos a favor. El más importante y fundamenta­l es el de demostrar la inteligenc­ia y la sensibilid­ad necesarias para comprender que las democracia­s contemporá­neas requieren de coalicione­s políticas que diluyan las diferencia­s y potencien los puntos de acuerdo. Si nadie tuviese miedo y se asumieran algunos riesgos, las potenciali­dades aumentaría­n en proporción geométrica. Con un poco de osadía, inteligenc­ia y sensibilid­ad, la elección de 2015 no sólo cerrará el ciclo populista sino que puede iniciar el camino complicado pero esperanzad­or de la modernizac­ión democrátic­a argentina.

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