LA NACION

Comedia y romance

Con La chica del adiós regresa un género poco atendido por el teatro; se estrena pasado mañana, en el Metropolit­an Citi, con Paola Krum y Diego Peretti, dirigidos por Claudio Tolcachir

- alejandro cruz

La chica del adiós es un texto de Neil Simon ( en tren de asociacion­es un tanto exageradas, algo así como el Shakespear­e de las comedias livianas). En 1977 se estrenó su versión cinematogr­áfica, que protagoniz­aron Richard Dreyfuss y Marsha Mason. Por su trabajo, él obtuvo un Oscar y la película infinidad de premios y más elogios. Algunos medios la llegaron a definir como una de las mejores comedias puras desde la época dorada de Hollywood. Otros, afirmaron que era un agrio y, a la vez, jovial viaje al centro de las neurosis urbanas.

Comedia romántica en estado puro con Nueva York como marco escenográf­ico, la trama cuenta los sinsabores ( o los agrios y dulces sabores) de una madre y su hija adolescent­e que, de la noche a la mañana, se topan con una carta que les avisa que la pareja de ella se marchó de la casa en busca de algún futuro perfecto. De paso, de una mañana a una noche lluviosa, las dos tendrán que compartir el departamen­to con un actor desconocid­o. En la película, al final, sonaba una canción que, en su momento, se la escuchó por todas las radios. Se llamaba, lógicament­e, La chica del adiós. El combo marcó una época.

“Es un tipo de escritura sin pretension­es y con una estructura dramática perfecta”

Viene de tapa Con muchas aguas bajo aquel puente, esta historia de perdedores que no están dispuestos a tirar la toalla se estrenará pasado mañana en el Metropolit­an. Lo dirige Claudio Tolcachir y lo protagoniz­an Paola Krum y Diego Peretti, junto con Gipsy Bonafina y Lucía Palacios.

Cuando a Krum le propusiero­n el personaje, lo dudó. Antes de tomar una decisión, venciendo a su propia timidez, llamó por teléfono a Tolcachir, el padre de La omisión de la familia Coleman. Ni lo conocía más allá de los saludos de rigor en medio de un hall, pero le interesaba saber el motivo por el cual formaba parte de ese proyecto. Antes de discar tenía en claro dos cosas: quería trabajar con él y quería compartir escena con Diego Peretti, a quien tampoco conocía más allá de los típicos saludos de esos típicos eventos sociales que ella intenta evitar. Después de esa charla, ella se sumó al proyecto. En verdad, cuando lo llamaron a Tolcachir también se sorprendió. “Nunca me imaginé que podía dirigir una comedia romántica – reconoció en otra nota hace cosa de un mes–, pero va queriendo.”

Cuando Adrián Suar – uno de los tres productore­s del espectácul­o– llamó a Diego Peretti, inmediatam­ente aceptó. “Soy una fanático del cine yanqui de los años 60 y 70. Me gustaban mucho las películas de Di Palma, Scorsese o de Coppola. Las comedias románticas no me iban tanto, salvo dos excepcione­s que vi la misma cantidad de veces que Taxi driver: La chica del adiós y Permiso para amar hasta medianoche. Por eso no dudé apenas Adrián me lo propuso. La historia tiene una ternura simple, directa. Valores que son tan políticame­nte correctos que uno podría mirarlos con cierta desconfian­za, pero no.”

Peretti, que en estos momentos se ve en medio de los estrenos de las películas Showroom y Sin hijos, que también protagoniz­a, volvió a ver el film hace pocas semanas. “Ya no me sorprendió tanto”, reconoce sin dar muchas vueltas. Ella, que nunca lo había visto, se sacó las ganas antes de comenzar con los ensayos. “Lo noté un poco viejo...”, reconoce sin dar otras vueltas. Peretti, mientras se toma algo en un bar, sigue: “El trabajo de Marsha Mason en la película es muy light, hace algo muy glamorosam­ente hollywoode­nse, pero un tipo de glamour que ya quedó viejo. En cambio, Paola lo está haciendo mucho mejor. Dramáticam­ente el panorama de su personaje es muy desesperan­zador, tiene ese pesimismo típico de las personas que ya pasaron por otras historias de amor a las que les es muy difícil volver a entregarse. Claro que, cuando lo logra, se abre a la misma ilusión con la ansiedad de la primera vez”.

El personaje de Peretti es un militante del optimismo. Es un actor que llega a la Gran Manzana en medio de una noche de tormenta irrumpiend­o en el cotidiano de esa madre recién abandonada que vive con su hija adolescent­e. “La combinació­n de esos dos temperamen­tos funciona en un tipo de escritura sin pretension­es y con una estructura dramática perfecta sin renegar de la cosa romántica que está en la obra”, cuenta el gran simulador.

En ese aspecto, montar esta obra tiene algo de provocador frente a esa cantidad de obras de la escena comercial que parecen escritas para provocar a la clase media y confrontar­la con paradojas ( o supuestas paradojas) vinculadas con lo social, lo político y los conflictos de clase. Radicalmen­te, éste no es el ca-

so “Dentro del panorama teatral es interesant­e, porque, generalmen­te, las obras te invitan más al golpe, a la transgresi­ón, a pegar en lugares determinad­os – apunta Peretti–. Sin embargo, estoy convencido de que esta obra la tiene que pegar”. Parte de ese confianza los dos la depositan en el texto de Neil Simon, un autor tan clásico en lo suyo como cualquier clásico de clásicos.

Claro que la confianza en el texto de la que hablan forma parte de un todo en constante proceso desde el primer día de ensayo. A Paola Krum la mayor dificultad de este camino

fue su corto trayecto. La chica del adiós contó con seis semanas de ensayo, no más. ¿ Todo un síntoma de las condicione­s de producción en las que trabaja la escena comercial, aunque, como en este caso, la obra cuente con tres productore­s de peso? Puede ser. “Desde el principio tuve la sensación de que los ensayos estaban por terminar”, cuenta, casi en estado de vértigo. Pero, claro, son profesione­s. O más que eso: gente, actores que necesitan actuar, que necesitan probarse en otras aguas por fuera de terrenos ya transitado­s. En ese plan llegaron al primer ensayo con el texto aprendido. “Diego apareció y ya era un torbellino. Desde el primer día jugamos y eso estuvo bueno”, apunta Krum, una militante del perfil bajo, de hablar mirando a los ojos. Ese primer día llegó lidiando con su propia timidez de encarar un nuevo proyecto con gente con la que no había trabajado antes. “Es medio hinchapelo­tas eso de conocer gente nueva – apunta, desde la honestidad brutal y con cierta ironía, Diego Peretti–. Al principio eso me ponía nervioso, pero esta vez no. Si de algo me sirve la experienci­a es para tratar

de concentrar la energía en lo que siento que suma y tratar de pasarla bien con la profesión. Todo eso se dio, la dinámica creativa grupal funcionó y siempre tuve ganas de ir a los ensayos.”

Esa dinámica del trabajo hizo que en la historia de esta ya no tan chica ( el personaje de Krum ronda los 40) la música jugara un papel importante. “La música persiste e insiste durante toda la obra”, cuenta ella. En distintas escenas, los dos cantan (“lo mío, claramente, son ladridos”, apunta él) como si fuera una extensión dramática de los personajes. Igual, aclaremos, no se escuchará la canción “La chica del adiós”, ese famoso tema ( famoso para los que tenemos cierta edad) que cantaba David Gates. A lo sumo sonarán melodías de jazz y blues en formato casi íntimo para colarse en la intimidad de esta familia disfuncion­al definida por una abrupta partida y una abrupta llegada.

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Emiliano lasalvia La chica del adiós, un clásico de Neil Simon, con Diego Peretti y Paola Krum
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Prensa Peretti y Krum, los protagonis­tas de esta historia de encuentros y desencuent­ros

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