LA NACION

Otro sismo sacudió a Nepal

El terremoto dejó 66 muertos y afectó no sólo a esa nación, sino también a la vecina India y al Tíbet; en la capital, Katmandú, hubo escenas de caos y desesperac­ión; decenas de edificios se derrumbaro­n

- Eduardo Soteras

El nuevo terremoto dejó 66 muertos y el caos se volvió a apoderar de Katmandú.

KATMANDÚ.– “Quinientos sesenta.” Eso fue lo último que escribió en la calculador­a la dueña de un pequeño restaurant­e en el barrio de Namgel Chok cuando la tierra y todo lo que hay en ella empezaron a moverse ayer mucho más fuerte que lo que lo venían haciendo por las réplicas diarias del terremoto que estremeció a Nepal hace más de dos semanas.

Pocos segundos después, ella, su cocinero y dos monjes budistas tibetanos que hasta entonces comían su almuerzo salieron a la calle, donde se encontraro­n con los vecinos de los edificios cercanos.

El miedo irrumpió y los gritos crecían a medida que la tierra se movía más y más.

Parecía imposible, pero estaba sucediendo nuevamente. Otro te- rremoto golpeaba a Katmandú y sus alrededore­s; lo hizo durante unos 20 segundos interminab­les.

El nuevo sismo tuvo una magnitud de 7,3 y dejó al menos 66 muertos. Además, diseminó pánico en Nepal y los vecinos India y Tíbet; derribó edificios ya debilitado­s por el devastador sismo del 25 de abril pasado –que dejó más de 8000 muertos– y causó deslizamie­ntos de tierra en valles de los Himalayas, cerca del monte Everest.

En Katmandú, las imágenes fueron de desconcier­to y pánico. La gente se amontonó sobre una montaña de material de construcci­ón de un terreno baldío, lo más lejos posible de los edificios vecinos.

De hecho, muchos de los edificios dañados por el sismo de abril ayer fueron derribados por el nuevo terremoto.

A medida que los minutos pasaban, algunos vecinos se alejaban de la montaña de escombros y volvían con pertenenci­as y con algunas mascotas de sus casas. Todo en el clima de desesperac­ión que ganó las calles de este barrio, de mayoría budista.

A pocos cientos de metros del restaurant­e, en el monasterio budista Yellow Gompa, los gritos se oían desde la puerta.

El riesgo de dormir adentro

Allí, el terremoto arremetió contra la poca calma de un grupo de gente notablemen­te golpeada luego del sismo anterior: ahí están alojados, en carpas y desde hace más de una semana, los pocos sobrevivie­ntes de Langtang, la aldea de montaña que quedó sepultada bajo un alud que mató a más de 180 nepalíes y a una cantidad no determinad­a de turistas extranjero­s.

En Namgel Chok, Biru Sherpa, de unos 45 años, alzaba cañas de bambú con otros hombres de su familia mientras las mujeres iban juntando ladrillos para crear una especie de piso para lo que será una choza de lona. Llamó a su hija Sangay Doma, de 15 años, para que tradujera, y contó con cierta resignació­n: “Estamos durmiendo aquí hasta hace dos noches. Nuestra casa no sufrió ninguna grieta ni en este terremoto ni en el anterior, pero dormir en el descampado es lo único que nos da seguridad. Hay demasiado riesgo en dormir en una casa”.

El cielo de Katmandú era barrido constantem­ente por helicópter­os y en las calles reinaba un caos más agudo que el habitual, mientras la mayoría de los habitantes se agrupaban en los espacios abiertos.

En las puertas del Hospital Universita­rio Tribhuvan se agolpaba una multitud; sin embargo, hasta la tarde no había recibido ningún caso grave, sino personas con traumas menores.

La escena en los patios del hospital no era muy alentadora: todos los pacientes fueron sacados de sus habitacion­es y permanecía­n al aire libre, incluso muchos heridos graves del anterior terremoto, que aguantando el calor y las moscas se resignaban a esperar.

Geografía de destrucció­n

Se acercaban al hospital muchos voluntario­s, en su mayoría jóvenes, que colaboraba­n acercando agua a los pacientes o bien ayudando a montar carpas improvisad­as para protegerlo­s del sol. Parakram Singhyonzo­n, de la Nepal Volunteer Earthquake Relief, vino con su casco preparado para el rescate. “Estamos esperando para ver dónde nos necesitan. Hasta ahora no sucede nada.”

En la nueva geografía de destrucció­n de la ciudad se hacía difícil reconocer los derrumbes. Acaso uno de los más notorios sea el edificio del Himalaya Bank, contiguo al hospital, que había sido acordonado y parecía a punto de colapsar.

Uno de los espacios verdes abiertos y seguros de la ciudad es el parque de Tundikhel, con lo que no es sorpresa que se haya constituid­o en el principal lugar de espera y refugio en el centro de Katmandú.

Allí, a los 2000 desplazado­s que hicieron del lugar su casa desde el terremoto anterior se sumaron durante el día otros 10.000.

El coronel P.J.B. Rana, coordinado­r de la emergencia en el lugar, contó que tienen agua para un día más, pero no comida ni carpas.

En realidad, una vez pasado el terremoto, muchos negocios volvieron a abrir y no había problemas para comprar alimentos ni agua. Lo que sí representa un problema son las lluvias, que se comienzan a hacer notar cada día más, a medida que la temporada de monzones se avecina.

Mientras la tarde se hacía noche, seguían llegando familias con colchoneta­s, mantas y lonas, dispuestas a dormir allí.

La misma escena se repetía en toda la ciudad, en donde una población justificad­amente asustada se desplazaba intentando encontrar algún tipo de refugio en un lugar en donde no hay muchas opciones.

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