LA NACION

Sucesión agitada. El nuevo rey saudita se radicaliza

Enfrentado a un escenario adverso en varios frentes, Salman dio paso a una nueva generación de herederos, inició una guerra defensiva contra los chiitas en Yemen y de a poco se aleja de Estados Unidos, su aliado histórico

- Pablo Gaggero

las promesas del rey saudita Salman ben abdelaziz de continuar las políticas de su hermanastr­o y predecesor abdullah se esfumaron en apenas cuatro meses, el tiempo que lleva en el trono de la conservado­ra monarquía petrolera a la que pretende apuntalar como potencia regional pese a las viejas y nuevas amenazas que desafían al reino de los Saud.

Su avanzada edad (79 años) no le impide al monarca, ex ministro de Defensa y uno de los siete hijos del fundador del reino abdelaziz alSaud, mostrar ahora el sable tanto en el orden doméstico como internacio­nal: reorientó la linea de sucesión y cambió su equipo de seguridad, y lidera una coalición árabe que frenó el avance de las milicias chiitas en Yemen, el inestable patio trasero de arabia Saudita.

Días atrás, la corte emitió un decreto real en el que el monarca relevó como príncipe heredero a Muqrin ben abdelaziz, designado en 2014, y lo sustituyó por su sobrino, nieto del fundador y ministro del interior, Mohammed ben nayef, de 55 años, integrante de la rama más poderosa de la familia real. Detrás de Ben nayef en la línea de sucesión, el rey designó a su hijo Mohammed ben Salman, de 29 años y ministro de Defensa.

El círculo de sangre nueva se cerró con la renuncia del canciller Saud al-Faisal, príncipe al frente de la diplomacia durante cuatro décadas, por razones de salud. En su lugar fue nombrado el embajador en Washington adel al-Jubeir, el primer alto funcionari­o saudita que no pertenece a la familia real. Se trata del primer cambio generacion­al en el liderazgo del reino, que hasta 1932 subsistía con los ingresos que generaban los peregrinos a la Meca y Medina. Un año después, se descubrirí­an las colosales reservas de crudo. Por el momento, el único intocable es el ex comandante y ministro de la Guardia nacional, Mutaib al-Saud. El ministro del Petróleo, ali al-naimi, permanece en su puesto, pero fue destituido como cEo de aramco, la petrolera estatal.

Salman y ambos Mohammed son los arquitecto­s de la intervenci­ón militar saudita en su vecino del Sur, donde los chiitas hutíes controlan vastos territorio­s y empujaron al exilio al presidente abd Hadi, respaldado por Riad.

El nuevo papel militarist­a de la corona, antes volcada a una política de contención o al financiami­ento de milicias, fue cincelado por el retiro escalonado de la región de tropas de Estados Unidos –eterno aliado y protector del reino–, un vacío ahora explotado por irán, la potencia chiita que mantiene una guerra fría con Riad.

los esfuerzos de la casa Blanca por sellar un pacto con Teherán sobre su programa nuclear aceleraron el sentimient­o de abandono entre los líderes sauditas. En este escenario, la corona resiente también que Estados Unidos no haya hecho más para expulsar a Bashar al-assad del poder o para limitar la ya indiscutib­le influencia de irán en irak, país de mayoría chiita. además, un nuevo boom de crudo norteameri­cano liberó a Estados Unidos de su dependenci­a de Riad.

En las últimas horas, el rey desairó a obama al no asistir a una reunión de cooperació­n entre los Estados Unidos y los países del Golfo, inasistenc­ia que irritó a la casa Blanca

Pero Salman mantiene la participac­ión de su fuerza aérea dentro de la coalición que encabeza Washington en su campaña de bombardeos en irak contra las posiciones del grupo terrorista sunnita Estado islámico, operacione­s que fortalecen a los aliados chiitas de irán en Bagdad.

El rey también sostiene la coordinaci­ón con Turquía para armar y financiar a los rebeldes que en el norte de Siria combaten a las fuerzas de alassad, respaldada­s por irán.

“la retirada norteameri­cana, el colapso de Siria e irak y la influencia iraní tocando las fronteras sauditas, Riad y los Estados del Golfo llegaron a la conclusión de que deben dar un paso adelante para protegerse”, escribió en The new York Times Khalid alDakhil, experto analista saudita.

En el orden doméstico, Salman lidia con el alto desempleo juvenil –disparador de la extinta “primavera árabe”–; las tibias reformas que tuvieron su espacio con abdullah –muy resistidas por los nayef–, y el eterno tema tabú para los Saud: el financiami­ento por parte de miembros de la familia real –integrada por más de 6000 príncipes– a grupos radicales, entre ellos, las filiales de al-Qaeda en Yemen y en Paquistán.

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