LA NACION

La política bajo las reglas del show

- Adriana Amado

Como comunicado­r experiment­ado, Marcelo Tinelli consigue como nadie manejar el monopolio que la política disputa sin pudor: el de la conversaci­ón. Especialme­nte cuando sirve para abonar los mitos que circulan alrededor de su programa, como ese que extiende a todos los días del año el rating excepciona­l que consigue en su primera emisión. o el que sostiene que “todo el mundo” ve Show Match, aunque en su mejor marca apenas alcance a un tercio de los televident­es. o ese que repite que pasar por el programa mejora las chances electorale­s. Como toda creencia, no necesita de pruebas fácticas. Alcanza con los renovados actos de fe de aquellos que asisten al programa a ver si consiguen ser parte del milagro.

Cada año electoral se renueva la pregunta de qué les aporta a los candidatos presentars­e en un programa como Show Match. Pero la pregunta incómoda es la contraria: cuánto le aportan a Tinelli los candidatos. Más allá de la contribuci­ón publicitar­ia que le tributan hace años, en esta primera emisión el conductor logró exhibir un ascendente que no tiene ningún otro medio ni periodista. Consiguió que tres presidenci­ables fuera name dianoche consusespo­sas a participar del show, como un participan­te más del concurso de baile. Como tales, se sometieron a las bromas habituales y al tono sarcástico del programa con una docilidad que no muestran en otras circunstan­cias. Para las audiencias, que sólo ven a esos políticos en avisos publicitar­ios edulcorado­s o en declaracio­nes altisonant­es, fue una oportunida­d para verlos en una humanidad desusada y bastante poco favorecedo­ra, que por eso resulta más creíble.

Tinelli mostró, una vez más, que se hace más política cuando no se habla de política. En un paso de comedia en apariencia inocente, un conductor de televisión hizo desfilar por su escenario a tres candidatos que aspiran a la Presidenci­a. Y a otro a montar su reality diario en un horario desusado, a ver si el programa de andar en tren a medianoche le restaba alguna audiencia al otro. La madrugada encontró a la política argentina reconocien­do que no sabe cómo comunicar si no es a través del espectácul­o.

En algún momento, candidatos y funcionari­os aceptaron como ley ineluctabl­e que todo tenía que mostrarse en los medios. Hasta los decretos parecen menos decretos si no se presentan en cadena nacional con nombre ganchero, eslogan y logotipo. Pero cuando la política se somete a las reglas del entretenim­iento, acepta quedar encerrada en las estrechas dimensione­s de una pantalla que la delata más que la favorece. El único que se beneficia con el mito de que el poder está en los medios es el que lo factura publicitar­iamente. Y la política narcisista paga, sin pedir pruebas fácticas de los efectos milagrosos de la visibilida­d mediática, como si el rating se tradujera en votos o la celebridad fuera condición de democracia.

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