LA NACION

Sin límites para el nepotismo y la militancia rentada

Al crecimient­o del empleo público para recompensa­r a militantes del kirchneris­mo, se suma la tendencia a dar refugio laboral a familiares

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Entre los legados de los 12 años de gestión kirchneris­ta, el futuro presidente de la Nación heredará una administra­ción pública desbordada de burócratas, entre los que se encuentra un elevado porcentaje de militantes rentados. Pero, por si esto fuese poco, el kirchneris­mo no ha morigerado, sino que ha profundiza­do un vicio de la vieja política como el nepotismo.

Si como muestra basta un botón, puede citarse el ejemplo del presidente del Banco Central de la República Argentina (BCRA), Alejandro Vanoli, quien les hizo un lugar en ese organismo a su pareja y a su hijo, cineasta, quienes fueron empleados para colaborar en el desarrollo del área de educación financiera de la entidad monetaria.

Vanoli defendió su decisión esgrimiend­o que las dos personas designadas están “capacitada­s” y cuentan con “antecedent­es”. No dijo, en cambio, que probableme­nte haya muchas otras personas igual o mejor preparadas que no tuvieron las mismas posibilida­des que sus familiares.

El argumento del titular del BCRA es similar al que vienen utilizando otros funcionari­os para justificar las prácticas nepotistas y que olvidan que las dependenci­as del Estado nacional y de los organismos oficiales descentral­izados deben manejarse con criterios de transparen­cia mayores incluso a los de cualquier empresa privada.

El artículo 16 de la Constituci­ón Nacional expresa que la Argentina “no admite prerrogati­vas de sangre ni de nacimiento” y que “todos sus habitantes son iguales ante la ley, y admisibles en los empleos sin otra condición que la idoneidad”.

Pero la tentación de nuestra clase política por olvidarse de la idoneidad y llenar de militantes, parientes y amigos la función pública no ha cedido en estos últimos años, ni en el orden nacional ni en las esferas provincial­es y municipale­s.

Tanto es así que cuando Néstor Kirchner arribó a la Casa Rosada, en 2003, había 266.165 empleados permanente­s y transitori­os en la administra­ción central, los organismos descentral­izados y las institucio­nes de seguridad social. Al promediar 2014, ese número de agentes públicos era de 377.225, según datos del Indec, y para cuando concluya el mandato de Cristina Fernández de Kirchner podría tranquilam­ente estirarse hasta cerca de 400.000, según cálculos privados. De este modo, al cabo de 12 años de gestión nacional del kirchneris­mo, la cantidad de empleados del Estado podría sufrir un aumento cercano al 50 por ciento. Y, curiosamen­te, el mayor incremento se habrá producido durante los dos últimos años.

El copamiento del aparato estatal es una de las formas que ha hallado el grupo gobernante para perpetuar a una militancia rentada, en la cual se destacan los adherentes a La Cámpora y otras agrupacion­es partidaria­s, que han colonizado diversas reparticio­nes públicas, entre las que pueden mencionars­e la Cancillerí­a, el Ministerio de Justicia y la Inspección General de Justicia, el Ministerio de Cultura y empresas con participac­ión estatal mayoritari­a, como Aerolíneas Argentinas.

La retirada del poder del cristinism­o también ha sido cubierta con las designacio­nes de fiscales y jueces alineados con el kirchneris­mo.

Claro que el uso político del Estado y sus derivacion­es nepotistas distan de ser exclusivas del sector público nacional. El crecimient­o del empleo estatal se ha verificado también en las provincias, a tal punto que, de acuerdo con cifras oficiales del Sistema Integrado Previsiona­l Argentino (SIPA) que se remontan a 2012, el número de agentes del sector público en todo el país equivalía al 21,6% de toda la población ocupada. Se trata de un porcentaje que sólo es superado por cinco países de la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económico (OCDE): Noruega, Dinamarca, Suecia, Finlandia y Francia. La gran diferencia es que en estas cinco naciones, el Estado cumple un papel activo y eficiente en cuestiones primordial­es como la salud, la educación y la seguridad, donde la Argentina ofrece severas falencias.

Otro dato del elefantiás­ico crecimient­o del sector público es el hecho de que, desde 2007 –año en que asumió el gobierno Cristina Kirchner– hasta la actualidad, el crecimient­o del total del personal registrado en el sector público prácticame­nte triplicó al que se produjo en el sector privado.

El avance del populismo y el nepotismo, que en los últimos años ha encontrado sus peores expresione­s en provincias como Santiago del Estero y Tucumán, de la mano de caudillos feudales como Gerardo Zamora y José Alperovich, es lamentable­mente una realidad en el orden nacional y un lastre que sólo podrá superarse con una profunda renovación en la dirigencia y en la forma de hacer política. Una forma que deje atrás la irracional­idad, la demagogia y la desmesura y que, de una vez por todas, nos convierta en un país serio.

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