LA NACION

Las campañas electorale­s, fuera de lo que dicta la ley

- Carlos José Laplacette El autor es abogado

En 2011, el Congreso de la Nación, con el suntuoso nombre de ley de democratiz­ación de la representa­ción política, la transparen­cia y la equidad electoral, llevó a cabo una profunda reforma del sistema electoral.

Entre los mecanismos a los cuales se acudió en procura de una declamada equidad y democratiz­ación, la ley impuso límites estrictos a la publicidad electoral, prohibiénd­ola fuera del período fijado para la campaña, que ha de extenderse, recordemos, entre 35 días y 48 horas antes de los comicios.

Ese límite resulta draconiano por la amplitud prodigiosa con la cual la ley define a la campaña electoral, entendida como un conjunto de actividade­s desarrolla­das por las agrupacion­es políticas, sus candidatos o terceros mediante actos de movilizaci­ón, difusión, publicidad, consultas de opinión y comunicado­s, presentaci­ón de planes y proyectos, debates, en fin, destinados a captar la voluntad política del electorado.

Si tomáramos al pie de la letra esa definición de la ley, los locales partidario­s deberían cerrar al público, y sus integrante­s, emulando a antiguos druidas, tendrían que mantener reuniones secretas durante la mayor parte del año.

Esa legislació­n, que intenta democratiz­ar silenciand­o a las agrupacion­es y a los candidatos, desde lo teórico auspicia la paridad de condicione­s en la competenci­a política. En la práctica, sin embargo, consagra la más asombrosa desigualda­d, porque deja la puerta abierta para que los oficialism­os, de cualquier signo, gasten ingentes sumas de dinero en una publicidad oficial cuya única finalidad es la de captar la voluntad de los votantes.

La dureza de las exigencias impuestas a los partidos políticos y en general a los particular­es contrasta con la ilimitada discrecion­alidad que se reservan quienes están enel poder. Fútbol para Todos, los colores amarillo y naranja, o la desvergonz­ada utilizació­n de nombres propios para identifica­r el accionar de los entes estatales son meros ejemplos de la promiscuid­ad en la que se confunden los anuncios oficiales y el marketing partidario.

La reforma electoral de 2011 estableció límites que muchos consideram­os absurdos e incompatib­les con la protección que nuestro régimen constituci­onal proporcion­a a la libertad de expresión. Pero eso no justifica el colosal espectácul­o de ilegalidad con el cual se regodea todo el sistema político argentino.

Aun cuando nos esforcemos, no encontrare­mos candidato o facción política que desde hace meses no integre la onerosa pegatina diaria que contamina la visual de las ciudades, o que se prive de intentar captar votos en debates televisivo­s que concluyen en previsible­s agresiones personales. Y no son pocos quienes recurren al difundido recurso de las coberturas pagas o la publicidad encubierta.

Entre semejante fandango de ilegalidad, sólo se ha escuchado la queja, tan solitaria como valiosa, que por estos días efectuó la Cámara Nacional Electoral. En un meritorio testimonio, sus integrante­s denuncian la desigualda­d que trasunta la publicidad electoral anticipada y el alto grado de opacidad que ella genera respecto de las fuentes de financiami­ento.

Quizás el camino por seguir consista en lograr objetivos realizable­s. Regular la publicidad oficial y limitarla a su mínima expresión los meses previos a los comicios, asegurar la visibilida­d de todos los candidatos y poner especial acento en el origen y la trasparenc­ia de todos los gastos de campaña. No es mucho, pero es elemental y hoy no lo tenemos. Mientras tanto, entre regulacion­es escandinav­as y prácticas caribeñas, naufragamo­s en un océano de ilegalidad.

La violación de la ley, en sí misma indeseable, adquiere una significac­ión mucho mayor cuando advertimos que con ella se afectan los pilares de la contienda democrátic­a, y que sus participan­tes, oficialist­as y opositores, transgrede­n de modo sistemátic­o la regulación que ellos mismos imponen. © LA NACION

Es necesario regular y limitar la publicidad oficial durante los meses previos a los comicios

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