LA NACION

Al patíbulo por $ 7100

- Alejandro Casar González

Los árbitros son el eslabón más débil de la cadena del fútbol. ¿La razón? No tienen hinchas. Nadie paga una entrada por verlos. Darío Herrera, el joven referí que dirigirá el decisivo superclási­co de mañana, cobrará “apenas” 800 dólares por el partido. Similar cifra percibirán sus colaborado­res. El importe se pesificará al instante. Por impartir justicia entre dos planteles multimillo­narios ante la mirada de miles en la cancha y millones por la TV, Herrera sumará $7113,6 a su cuenta bancaria, según el cambio oficial de ayer.

¿Por qué dedicamos tanto tiempo a hablar de él, si los millones y el fútbol están en otra parte? ¿Es justo que los árbitros, partícipes necesarios del espectácul­o, perciban tan poco dinero en la competenci­a continenta­l más relevante? ¿Cuánto más profesiona­les son los futbolista­s que los árbitros, algunos de los cuales tienen rutinas físicas para toda la semana? Si Teo Gutiérrez, uno de los futbolista­s mejor pagos del torneo argentino, erra un gol debajo del arco rival, la crítica no será tan despiadada como cuando un árbitro no muestra una tarjeta roja. O no sanciona un penal. Criticamos a los futbolista­s, que tienen varias jugadas durante un mismo partido para redimirse de sus errores; crucificam­os a los árbitros, que deben decidir en fracción de segundo, con la visión a veces tapada y sin ver la jugada dos veces. Una curiosa manera de examinar rendimient­os. De unos y de otros.

A los árbitros nadie los defiende y todos los atacamos. Para colmo, los obligan a callarse en la antesala de un partido trascenden­tal. El silencio, en algunos casos, es enfermedad. Y, para enfermedad­es..., la conjuntivi­tis de Patricio Loustau, que se transformó en cuestión nacional hace diez días, en la Bombonera. “A esta hora, la noticia es que al árbitro lo están revisando. Lo podría reemplazar Jorge Baliño”, se escuchó desde las entrañas del estadio. El hecho es que la presencia de Loustau en el partido nunca corrió peligro. Pero, claro, el morbo paga más que la informació­n.

Ese morbo es el que provoca que hoy queramos saber todo de Herrera. Desde sus señas personales hasta de qué equipo es hincha. Herrera, en definitiva, es un árbitro como tantos otros del fútbol argentino. Le tocó la dicha profesiona­l de dirigir uno de los partidos más importante­s de la última década, sobre todo para Boca. El peso (mediático, sobre todo) que soporta sobre sus hombros se mide en toneladas. Aunque semejante exigencia no se traslade a su cuenta bancaria. Sería bueno que lo dejemos dirigir en paz. Que señalemos los errores si se equivoca. Y que celebremos sus aciertos. Sin perder de vista que, siempre, los que ganan o pierden son los jugadores.

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