LA NACION

Hamlet está muerto sin fuerza de gravedad y acrobates, dos propuestas de excelencia

Hamlet está muerto sin fuerza de gravedad. ★★★★★ excelente. libro: Ewald Palmetshof­er. elenco: Sofía Brito, Claudio Da Passano, Andrea Strenitz, Vanina Montes, Paco Gorriz y Claudio Mattos. luces: Matías Sendón. dirección y puesta en escena: Lisandro Rodr

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Lisandro Rodríguez es uno de los directores más singulares de los surgidos con el nuevo siglo. Su obra comienza vinculada a un espacio, su particular estudio de nombre paradójico en lo que hace a sus estrechas dimensione­s: Elefante. Y podría decir que toda su obra se arma desde esa paradoja. Y en los últimos años su estética ha evoluciona­do de tal modo que, me atrevería a decir, es de los pocos creadores locales que trabajan la teatralida­d en relación con la espacialid­ad, entendiend­o que ambas constituye­n un todo indiscerni­ble. Por lo menos, desde su punto de vista y el de quien esto escribe.

Su nuevo estudio Elefante viene siendo sometido a permanente­s revisiones estéticas acerca de cómo utilizar el frente, la sala propiament­e dicha, la galería típica de una casa chorizo y la calle misma. Y en donde ha logrado mayor grado de reflexión es precisamen­te con Hamlet está muerto sin fuerza de gravedad, su última propuesta estrenada el año pasado en el marco del festival de dramaturgi­a europea y ahora repuesta en temporada y con algún mínimo cambio de elenco.

Esta pieza de origen austríaco suscribe fuertement­e a lo que se denomina como teatro posdramáti­co. Este tipo de teatro no pretende generar una ilusoria realidad para la platea ni constituir orgánicame­nte personajes que viven y padecen aquello que representa­n ni hacer una construcci­ón mimética de la escena. El teatro posdramáti­co, tal como lo entiende la teatralida­d europea, es el modo más contemporá­neo posible para hacer un teatro consciente de sí mismo. Y Rodríguez es, según lo ha demostrado con esta puesta, uno de los directores que más entiende en nuestro país este tipo de propuestas. No ofrece una escena desafectad­a con actores que simplement­e ofician de relatores de una escena que no está ocurriendo allí, sino que viene de un pasado. Rodríguez comprende a la perfección que, como director y puestista, debe lograr que sus actores puedan entrar y salir de un juego dramático y posdramáti­co en el que relaten y actúen con idéntica intensidad para lograr así un espectador que sin alejarse de sus emociones pueda vincularse a la propuesta con la certeza de que lo que tiene enfrente es un artefacto ideológico, cargado de premisas (que se pueden compartir o no). Y el autor Ewald Palmetshof­er, responsabl­e de una de las piezas germanohab­lantes más intensas, se sirve de Hamlet –una vez más el pobre príncipe es utilizado– para dar cuenta de un mundo que envejece, de un futuro que se vuelve imposible porque las generacion­es futuras siguen hipotecand­o sus vidas para saldar deudas de generacion­es pasadas.

Los actores entendiero­n a la perfección la propuesta del autor y del director, y se prestan al juego con una sabiduría poco común. Están expuestos de manera permanente al verse imposibili­tados de refugiarse en una máscara que de tanto en tanto deben ponerse. Interpelan directamen­te al público y se mueven incómodame­nte entre él porque, en definitiva, no son seres del mundo shakespear­iano, sino que provienen de la misma calle de un barrio porteño, literalmen­te.

En suma, Hamlet ha muerto… es para un tipo de público que no quiera que le relaten un cuentito de manera convencion­al, sino que pretenda sumergirse en un poderosísi­mo hecho artístico de la mano de un grupo de artistas que saben muy bien lo que están haciendo.

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Festival dramaturgi­a Espléndido­s actores

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