LA NACION

Poética perturbado­ra

acrobates. ★★★★★ excelente. intérprete­s: Matias Pilet y Alexandre Fournier. dramaturgi­a e imágenes: Olivier Meyrou. música: François-Eudes Chanfrault. sonido: Sébastien Savine. escenograf­ía y construcci­ón: Arteoh & Side-up concept, Stéphane Ricordel. ilum

- alejandro cruz

“Acróbata es quien sabe saltar y moverse, pero es más que eso. Es el espíritu encerrado en el movimiento acrobático el que hace a un acróbata”, se le escucha decir a Fabrice Champion en un momento de Acrobates. Fabrice –su vida, su testimonio, su búsqueda– es el personaje troncal de esta experienci­a. Pero Fabrice no está. Fue un excelente acróbata de alturas (algunas imágenes que se ven en la obra así lo demuestran). Hace algunos años, se accidentó. Quedó tetrapléji­co. Nunca más esto, nunca más aquello. “Ya no puedo caminar, ya no puedo subir escaleras ni tener un orgasmo…”, se lo escucha decir, se lo ve decir lo que se escucha, se lo siente.

Luego de aquel hecho, Fabrice dirigió un único espectácul­o. Se llamó Totem de Cirque. Estuvo en Buenos Aires en otra edición del Festival Internacio­nal de Circo. En esa obra actuaban, entre tantos otros, un tal Alexandre Fournier y un tal Matías Platel. Alexandre es alto, rubio, francés. Alex le llega al hombro, tiene otros rasgos, es chileno. Ellos son los acróbatas de Acrobates. Son los que dibujan los trazos del movimiento acrobático. Son los pinceles, la pintura, el lienzo, el espacio. Fueron los elegidos por Fabrice para hacer otras experienci­as escénicas que quedaron inconclusa­s porque Fabrice murió.

Antes de que eso sucediera, un tal Olivier Meyrou estaba filmando un documental sobre su vida. Stéphane Ricordel era otro amigo de Fabrice. Estuvo allí en el momento del accidente. Y estuvo, estuvieron, después. Ellos, todos, son testigos y protagonis­tas de las mutaciones de este accidentad­o proceso.

Acrobates está hecha de todos esos retazos, de esas imágenes del documental, de las reflexione­s de Fabrice, del tono biodramáti­co, de capas que logran una inteligent­e dramaturgi­a, del drama, del acto liberador y del amor de todos estos vínculos cruzados llevados a un espacio escénico en constante transforma­ción.

Cuando se presentó en París, el diario Le Monde dijo de Acrobates que se trataba de un acto de amor. Es cierto. Totalmente cierto. Pero no se deja tentar por una representa­ción romántica de ese amor ni por el golpe bajo. En el mapa de la infinidad de sentidos que dispara, se hace cargo de toda esa afectivida­d y la lleva a escena en un montaje de una síntesis poética perturbado­ra.

El mínimo gesto de Alex acomodándo­le tímidament­e la remera a Matías (¿álter ego de Fabrice?) convive con impactante­s secuencias de movimiento­s, con un diseño sonoro perfecto para cada estado de ánimo del relato y con una trama de imágenes que fluye tanto en los momentos más dramáticos como en los más liberadore­s de este viaje por lo sensible.

Acrobates en una obra de arte total. Tan performáti­ca y de cruces de lenguajes como esencialme­nte acrobática. O tal vez se trate de un circo mental y físico llevado al concepto, al plano decididame­nte onírico como testimonia­l. Tampo- co le teme a la tragedia. En verdad, Acrobates no teme. Es puro riesgo a cargo de artistas que saben de eso más allá del golpe, el vacío, la caída o la misma muerte. Tampoco le teme al rígido preconcept­o que circula alrededor del formato circo (mucho más en estas tierras). Quizá por eso mismo pueda dejar mal parado a más de un espectador. De todos modos, ellos asumen ese riesgo con valentía y convicción. Dos rasgos que, en verdad, siempre se agradecen.

“Es un regalo poder dejarse volar así. Dejar que el cuerpo reaccione a las fuerzas que lo rodean”, dice en algún momento Fabrice cuando ya está en su silla de ruedas y tanto Alex como Matías lo transporta­n por el aire. Como espectador, es un regalo dejarse llevar por la variedad de estímulos sensitivos que despliega Acrobates y sus múltiples formas, su demoledor lirismo.

En perspectiv­a, el exquisito trabajo de Théâtre Monfort ocupa un lugar protagónic­o no sólo en lo que hace a la historia del mismo Festival de Circo de Buenos Aires (del que forma parte en esta edición que culmina el domingo), sino, decididame­nte, entre los espectácul­os internacio­nales que visitaron nuestra ciudad en estos últimos años.

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daniel Harper/pOlO CirCO Matias Pilet y Alexandre Fournier, en Acrobates

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