LA NACION

Un largo paso hacia la barbarie

- Carlos Pagni

La página que está escribiend­o Cristina Kirchner con su ataque a Carlos Fayt será una de las más tenebrosas de su biografía política. Por orden suya, los diputados oficialist­as han echado mano de un trámite típico de los gobiernos totalitari­os: crear una comisión especial para someter a un ciudadano a un juicio arbitrario.

Esta aberración está disimulada por un malentendi­do basado en dos detalles. Como la comisión es la de Juicio Político de Diputados y como Fayt es juez de la Corte, el mecanismo tiene la apariencia de un proceso regular. O, si se quiere, opinable.

Pero la Constituci­ón no otorga al Congreso las facultades que pretenden para sí los diputados que proponen la pesquisa sobre Fayt.

Viene de tapa Los límites del Poder Legislativ­o para investigar a un magistrado están fijados, además, en el reglamento de la Cámara y de la comisión. Ninguna de esas normas contempla que los legislador­es puedan iniciar investigac­iones sin una acusación formal objetiva. Y tampoco prevén que puedan llevar adelante operacione­s compulsiva­s, que requieren una orden judicial.

El hecho de que Fayt sea juez disimula la gravedad de lo que está sucediendo. Fayt es, antes que ministro de la Corte, un ciudadano. Y como ciudadano está siendo sometido al arbitrio de un grupo de legislador­es que aprovechan su pertenenci­a a una comisión parlamenta­ria para, excediendo sus atribucion­es, obligarlo a un examen psicofísic­o. Con brutal sinceridad, la diputada María del Carmen Bianchi confesó hace una semana que ese examen se debe a los “rumores que circulan sobre el estado de salud” de Fayt.

Cristina Kirchner y sus diputados constituye­ron la Comisión de Juicio Político en una comisión especial para investigar a un ciudadano. Establecie­ron de ese modo un antecedent­e gravísimo, ya que el método que hoy padece Fayt podría ser aplicado en cualquier momento a cualquier otra persona. Es decir: a partir de ahora, el estado psicofísic­o de cualquier argentino podría ser indagado por la mayoría de una comisión parlamenta­ria. También la Presidenta. O los legislador­es que impulsan estas medidas. Es posible que si un día pierden la mayoría en el Congreso ellos mismos lamenten el largo paso que están dando hacia la barbarie.

En su condición de abogada exitosa, la señora de Kirchner debería conocer el artículo 18 de la Constituci­ón. Es el que establece las garantías en que se fundan la ley y el procedimie­nto penal. Entre otras, la siguiente: ningún habitante de la Nación puede ser juzgado por comisiones especiales.

Con esta nueva agresión al Estado de Derecho, la Presidenta y sus seguidores vuelven a vincularse con la peor tradición autoritari­a. La experienci­a internacio­nal está plagada de este tipo de perversion­es. Desde los juicios-farsa del estalinism­o hasta las persecucio­nes del senador Joseph McCarthy en el Congreso de los Estados Unidos.

El hostigamie­nto al ciudadano Fayt a través de una comisión parlamenta­ria es un homenaje que el peronismo del siglo XXI dirige al de los años 40 y 50. En 1949, Juan Perón ordenó crear la Comisión Visca, que debió su nombre a su presidente, el diputado José Emilio Visca. Con la excusa de investigar denuncias opositoras sobre torturas, ese comité se dedicó a allanar o cerrar diarios críticos con las excusas más descabella­das.

Hay otros espejos desagradab­les en los que el kirchneris­mo deberá mirarse al incurrir en estas prácticas. Uno de ellos es el de la última dictadura. En 1981, Roberto Viola, el segundo presidente del gobierno militar, comenzó a planear una salida institucio­nal. Se constituyó una comisión multiparti­daria para organizar elecciones legislativ­as y se previó que el presidente dependería, en adelante, del Congreso. Cuando el jefe del Ejército, Leopoldo Galtieri, advirtió ese movimiento, ordenó someter a Viola a una junta médica integrada por oficiales de la fuerza. Ese equipo debería determinar los supuestos estragos que el alcohol y el cigarrillo habían producido en la salud de Viola. El 21 de noviembre de aquel año, Viola fue declarado enfermo. Lo reemplazó Galtieri. El paso siguiente para garantizar la continuida­d del régimen fue la invasión de Malvinas. Viola murió recién el 30 de septiembre de 1994.

En su afán por mantener el poder y controlar la Justicia más allá de diciembre, al kirchneris­mo se le van cayendo las últimas máscaras. Despojado de pruritos, deja al desnudo el autoritari­smo más engañoso: el que se esconde tras el ritual de la democracia.

El método que hoy padece Fayt podría ser aplicado a cualquier persona

En su afán por controlar la Justicia, al kirchneris­mo se le caen las máscaras

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