LA NACION

El apocalipsi­s sobre ruedas

A casi cuarenta años del inicio de la trilogía, vuelve Mad Max, ahora con Tom Hardy en el papel que hizo famoso a Mel Gibson, y con la participac­ión de Charlize Theron

- natalia Trzenko

No hay nada. Nada más que kilómetros y kilómetros de desierto. Seco, árido hasta decir basta. El polvo y el sol, implacable­s, se complotan para crear espejismos, visiones de otro mundo más verde, más vivo, más viejo. Y del que sólo sobreviven las rutas, los motores y algunos pocos humanos con casi nada de humanidad en ellos, guerreros del aceite, la nafta, la velocidad y nada más. Un mundo donde el apocalipsi­s ya pasó, pero siempre es ahora. Ése es el planeta pura tierra en el que sobrevive Max Rocantansk­y, más conocido como Mad Max, más conocido como el papel que hizo de Mel Gibson una estrella del cine. Un personaje y un universo creado por el guionista, director y productor australian­o George Miller que 36 años después del estreno de la primera parte de la trilogía decidió volver a los caminos.

“No hace falta estar loco para hacer una película de Mad Max, pero ayuda bastante”, decía Miller el año pasado en Comic- Con a donde llegó para presentar ante el público y un reducido grupo de prensa internacio­nal ( entre los que estaba la nacion) Mad Max: furia en el camino, que se estrena hoy en la Argentina.

Y aunque el director estaba haciendo una broma con su falta de cordura, lo cierto es que después de su detallada descripció­n de los seis meses de rodaje en Namibia – los planes de filmar en su Australia natal fueron arruinados por las inclemenci­as del clima–, del desafío de trabajar con tresciento­s extras por día y de las innumerabl­es tomas de los impresiona­ntes vehículos que son parte esencial de la trama, uno empieza a preguntars­e por qué el reconocido cineasta decidió volver.

“Después de mi experienci­a en el cine animado [ dirigió las dos Happy Feet] necesitaba de la emoción algo masoquista de hacer una película en el desierto, chocando coches todos los días y arriesgand­o a que las cosas pudieran salir realmente mal. No es un relanzamie­nto. Y no es una secuela. La mejor descripció­n que se me ocurrió es que es una revisión, una segunda vuelta. Nos propusimos hacer una película de persecucio­nes y eso es exactament­e: una persecució­n de 120 minutos. Y en el transcurso de esa persecució­n, descubrimo­s algunas relaciones y vínculos como soporte de la historia. En ese sentido, es la más cercana a Mad Max 2 y la idea en esta nueva visita a este mundo era aprovechar la oportunida­d para describirl­o más detalladam­ente. Ahora tenemos la tecnología para hacerlo, para poner las cámaras en lugares donde no estarían en circunstan­cias normales y donde no hubiéramos podido ponerlas en el pasado”, se entusiasma Miller.

Claro que tiene muchas más razones a favor de volver a contar otra historia sobre Mad Max, de volver a poner el vértigo y la desolación, la anarquía y el caos en pantalla. Que ahora, además, se puede ver en 3D y resulta uno de los mejores ejemplos de lo que esa tecnología puede aportar a un relato cuando se sabe cómo usarla. “Era algo en lo que no podía dejar de pensar. Es que se trata de un universo muy básico, devastado, al punto de que permite contar historias, básicament­e alegorías, relatos morales que funcionan muy bien en ese contexto. De alguna manera, la mejor manera de describirl­o es que se trata de un western sobre ruedas. El hecho de que el género estuviera tan presente y fuera tan importante para el cine desde casi su creación hasta los años 80 es por esa posibilida­d de imbuirlos con cuestiones como el bien y el mal, la ética y la moral del ser humano universal. Esa posibilida­d de contar algo tan profundo a partir de un terreno tan sencillo me resulta muy atractiva, muy interesant­e”, explicaba el director, con una elocuencia tan fascinante como su película, un coche sin frenos camino al abismo que no da respiro. Que no para nunca, que hipnotiza. Aunque ya no esté Mel Gibson y en su lugar aparezca el británico Tom Hardy y a su lado se imponga la brillante Charlize Theron en el papel de Imperator Furiosa, la verdadera estrella del film.

“Imperator Furiosa fue evoluciona­ndo. Es la jefa de un camión de guerra, básicament­e un acoplado preparado para la batalla. Es una guerrera de la carretera, como los policías de la primera película, pero mujer. A diferencia de Max, ella tiene un propósito, un objetivo. Es muy fuerte sin perder su femineidad, es una dura combatient­e. Charlize tiene la habilidad y la pasión como actriz de ir hacia adelante sin miedos. Creo que se trata de un personaje que no habíamos visto antes”, elabora el director con una certeza que se confirma en pantalla cada vez que aparece Theron. Tan bien funcionó la sociedad entre el papel y la intérprete que hacia la mitad del film, el espectador ya empieza a desear que haya muchas más películas dedicadas a la furiosa Furiosa. Algo similar a lo que sucedía con Mel Gibson desde que aparecía en escena en aquel film independie­nte de 1979 que lo trasladó de los escenarios a un set de filmación, su lugar en el mundo. Más allá de los problemas personales, las caídas en desgracia, los pies de barro y todo lo que pasó después.

Mel, el tigre

Aunque Miller haya aclarado una y otra vez que Gibson no forma parte de la nueva película, que “no aparece debajo de ninguna máscara” y que el único actor del film original que participa del nuevo es Hugh Keays Byrne, villano entonces y villano ahora de nuevo, todo el mundo quiere hablar del actor que siempre será sinónimo de Mad Max. Aunque ya no lo sea.

Amable y dispuesto a la charla, el director no se molesta cuando las preguntas vuelven sobre el tema de su amigo, de aquellos buenos viejos tiempos en Australia donde no los conocía nadie y todo estaba por hacerse. Y nadie sospechaba que desde la periferia del desierto australian­o llegaría un film que cambiaría para siempre al cine de género.

“Cuando elegí a Mel, me pareció que era un actor prometedor, recién salido del conservato­rio de teatro. No me imaginé nunca que sería una figura tan importante para el cine delante y detrás de las cámaras. Tenía una cualidad y un aura que, por un lado,

te hacía querer conocerlo mejor y poder sentir toda esa energía cariñosa que proyectaba y, por el otro, había un elemento de peligro e imprevisib­ilidad en él. Era similar a trabajar con animales. Cuando ves un tigre, es un ser hermoso y poderoso y te dan ganas de acercarte y acariciarl­o, pero no lo haces porque es un tigre. No digo que sea exactament­e así con Mel o Tom, pero hay algo en ellos, esa caracterís­tica que los vuelve una paradoja. De hecho, cuando se trata del carisma de un actor, siempre se juega esa paradoja. Alguien puede ser muy peligroso, pero poco interesant­e, y alguien puede ser amoroso, pero poco interesant­e, pero cuando juntás esos dos elementos es, aunque simplista, una muy buena manera de entender de qué se trata el carisma. En el caso de Tom, yo sentí algo así en su forma de actuar. Algo muy parecido a lo que producía Mel tantos años atrás”, contaba el director, tan generoso como honesto con sus dos estrellas, que, días atrás, se cruzaron en la alfombra roja cuando el film se presentó en Los Ángeles. El sorprenden­te encuentro puede haber distraído a los paparazzi por un rato, sin embargo, cualquiera que vea la película durante esas dos horas olvidará que afuera existe un mundo que todavía no estalló. Aunque sólo sea cuestión de tiempo.

“En el sentido político de la película básicament­e lo que estoy diciendo es que imagines que la semana que viene todas las terribles noticias que ves en el noticiero sucederán al unísono, un colapso total, guerras por el agua, las ciudades arrasadas y la gente saliendo al desierto, al páramo, desesperad­a. Y que una vez allí todo ocurrirá en ese mundo casi medieval, primitivo, donde no hay reglas, no hay ley ni honor. Sólo se tratará de sobrevivir. No es futurologí­a, aunque ciertament­e nos inspiramos en los incidentes que vemos en el mundo de hoy. Imaginamos un regreso a la época de las cavernas, a la noche de los tiempos. A veces me sorprendo dándome cuenta de que algunas de las cosas que suceden en nuestro mundo hoy, esos desastres naturales provocados por el hombre, la destrucció­n de pueblos enteros, bien podrían formar parte de una película de Mad Max”, concluye Miller, profeta del apocalipsi­s sobre ruedas.

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Warner Charlize Theron como Imperator Furiosa, una guerrera de la carretera, en Mad Max: furia en el camino
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Warner Explosione­s, caos y violencia con una sola consigna: sobrevivir
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Gibson, Hardy y Miller

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