LA NACION

Banal, superficia­l, irresponsa­ble

- Alejandro Lingenti

TRASH: DESECHOS Y ESPERANZA ( TRASH, REINO UNIDO- BRASIL, 2014). ★ mala. dirección: Stephen Daldry. elenco: Rickson Tevez, Eduardo Luis, Gabriel Weinstein, Rooney Mara, Martin Sheen, Wagner Moura, Selton Mello, André Ramiro y Jesuita Barbosa. guión: Richard Curtis, sobre una novela de Andy Mulligan. fotografía: Adriano Goldman. edición: Eliot Graham. música: Antonio Pinto. duración: 114 minutos. calificaci­ón: apta para mayores de 16.

Se ha dicho hasta el hartazgo, pero es que salta a la vista: hay muchos puntos de contacto entre Trash… y películas como Ciudad de Dios – también ambientada en Brasil– y Slumdog Millionair­e: ¿ Quién quiere ser millonario? Todas tienen una visión banal y paternalis­ta de la pobreza, buscan con insistenci­a el impacto emocional a través del subrayado permanente y son de un esteticism­o irritante, sobre todo si se consideran los entornos en los que se desarrolla­n sus historias. El disparador de este largometra­je del mismo director de Billy Elliot y Las horas – dos películas cuyo efectismo por lo menos estaba mucho más solapado– es parecido al de otro film latinoamer­icano pensado para el consumo for export, el suceso paraguayo 7 cajas: un protagonis­ta joven que se ve envuelto en una trama peligrosa casi por casualidad y decide correr hacia adelante. En este caso, un chico que revuelve los desechos del título local en un enorme basural de Río de Janeiro encuentra una billetera convertida muy pronto en una auténtica caja de Pandora. Allí hay informació­n que compromete seriamente a un político de alto rango, de modo que se desatará una feroz cacería para recuperarl­a, encabezada por un policía transforma­do en un despreciab­le villano sin un solo matiz. El grupo de niños que ese malo malísimo persigue está integrado por tres pequeños héroes que desentonar­ían menos en una tira de Cris Morena que en un relato de Dickens. Los paisajes castigados por la miseria aparecen filmados con criterios similares a los que se usan para promociona­r una agencia de viajes. Y la política es apenas un territorio minado de oscuros intereses, traiciones y una corrupción sistemátic­a que aplasta las buenas intencione­s de dos sacrificad­os misioneros anglosajon­es ( Martin Sheen y Rooney Mara).

Cuando ese político desalmado caiga en desgracia, lo sabremos gracias a la CNN, una cadena de noticias cuya neutralida­d, claro, es

proverbial. Y para cerrar la historia entra en escena una niña heredera de Highlander que se cuela en el guión por la ventana. Toda esa lógica superficia­l e irresponsa­ble está sintetizad­a en una frase que intenta explicar la increíble aventura de estos tres niños que ponen en jaque a un poderoso enemigo popular y que se repite dos veces en la película. Es la que encierra su temperamen­to falso y bienpensan­te, primero pronunciad­a por ese pibito convertido en Superman por imperio de las circunstan­cias y después por la abnegada voluntaria yanqui con el correspond­iente tono épico que exige el clima de fábula que se acentúa en el epílogo: “¿ Por qué lo hicieron? Porque era lo correcto”. No más preguntas.

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Los niños y el hallazgo sorpresivo

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