LA NACION

Una historia zapateada

- Laura Chertkoff

Muchos pares de zapatos para tap, una casa, tres verbos, cuatro mujeres. Pero no se trata de otra obra más que reflexiona sobre el eterno femenino. ¿ Quién no se ha mudado alguna vez? ¿ Quién no se ha asustado cuando se corta la luz?

Chakatá, la Compañía Argentina de Tap, regresa a los escenarios con el reestreno de su primera obra argumental y el Galpón de Guevara es la casa perfecta para esa escenograf­ía que plantea cuatro ambientes a diversas alturas. Hay objetos voladores y pesadillas que se arrastran. También hay “batitubos” que permiten aterrizar desde las plataforma­s más elevadas. Y en el centro del espacio escénico: el piso desmontabl­e especial para zapatear, que las Chakatá construyer­on gracias a una plataforma de financiami­ento colectivo.

No es un espectácul­o de jazz ni de zapateo norteameri­cano. Cualquier ritmo bailarán, incluso en reversa. Son capaces de bailar al unísono, sin que se trate de la simetría visual de las Rockettes. Pero con la clara conciencia de que son una compañía de baile, cada una aporta una pieza al rompecabez­as del sonido y la coreografí­a.

Por eso el centro de la escena va rotando de lugar y de bailarina: Bárbara Gurevich gira un vals al abrigo del pasado; Micaela Pierani Méndez es la voz cantante y hablante; Rosario Ruete angustia en un homenaje a Julio Cortázar, y Luciana Castro Sampayo deja con las ganas de ver un solo que nunca llega.

Tal vez el público “chakatero” más ortodoxo no encuentre espacio en esta obra. Aquí no hay lugar para la improvisac­ión ni la participac­ión de la platea, tan habituales en otros shows de la compañía. En esta sinfonía, todo está precisamen­te calculado. El sonido que se produce con las chapas y la percusión corporal está sincroniza­do con la música de Pirato Mazza milimétric­amente. Se trata de una interpreta­ción en vivo de una guitarra y un conjunto de tecnología­s que suenan como una batería electrónic­a, pero también como frenadas, vidrios rotos y rebobinaci­ones.

Cincuenta minutos aptos para todo público, sintéticos y sin respiros. Aunque cabe aclarar que para disfrutarl­o plenamente es recomendab­le un cierto nivel de escolariza­ción, ya que los textos juegan con los tiempos verbales y alguien que nunca se haya asomado a la gramática podría quedarse fuera de las metáforas. El tiempo presente del modo subjuntivo del verbo zapatear está en sus cuerpos: que ellas bailen es una alegría. Y un aporte fundamenta­l a la escena porteña actual.

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gza. a. rovira Las virtuosas chicas de Chakatá, en apuestas cada vez más jugadas

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