LA NACION

Los amores que no son

- Natalia Laube

Las historias de amor de las que suelen ocuparse el cine, la música y el teatro son aquellas que, no importa si fracasadas o exitosas, han logrado acceder a la categoría de “historias”: un concepto amplio que abarca demasiadas posibilida­des, pero que tiene cierto peso específico para designar, aunque más no sea, algo que “ha sido”. Nadie puede decir con precisión cuándo un coqueteo entre dos personas comienza a ser efectivame­nte una historia de amor: ¿ un chat o un primer beso alcanzan o hay que esperar días, semanas, meses para decir y sentir que se está viviendo algo que merece un rótulo? El mundo, sin embargo, también está lleno de historias que no fueron, y ésas, por lo general, nadie las cuenta. Los encuentros entre dos personas que comienzan y terminan en una primera cita, las miradas mutuas que no pasan nunca de miradas mutuas, los vínculos que quedan en amistad por falta de coraje, ¿ adónde va a parar todo eso? En Dios tenía algo guardado para nosotros, Maruja Bustamante cuenta un momento de la vida de Cristal ( Barbara Massó) y de Mateo ( Gonzalo Pastrana): el momento en que se cruzan, se gustan y hacen todo lo posible por boicotear la configurac­ión de una relación amorosa.

Además de ellos, hay un tercer intérprete en escena: el dios que decidió cruzarlos ( Gael Policano Rossi). Bustamante lo imagina como una deidad con vocación de Cupido, bienintenc­ionado, pero sin armas para torcer definitiva­mente el rumbo de las cosas. Porque, si bien tiene la potestad de trazar ciertos lineamient­os generales en la vida de hombres y mujeres, Dios necesita de la voluntad de los humanos para que sus planes se lleven a cabo. La indefinici­ón y la neurosis ( no casualment­e, dos grandes males de época) son sus peores enemigos a la hora de llevar a cabo sus objetivos. Y hay también un cuarto personaje que, en una acertada decisión de la directora, solamente aparece por evocación: Floriana Rossi, la chica sexy del circuito literario, la poeta con premios, la némesis de Cristal y la personific­ación de todo lo que ella podría ser si se animara a hacer.

Sobre un lienzo en blanco que, de la mano de los protagonis­tas, se va llenando de colores y sentidos ( y que en cada función, como una condensaci­ón gráfica del lenguaje teatral, vuelve a pintarse de cero, de una manera similar pero distinta), Massó y Pastrana construyen su tragicomed­ia generacion­al. Lo hacen mediante actuacione­s sencillas y francas, de la mano de una directora que desliza su mirada – cándida sólo en apariencia– sobre el amor, la amistad y la vocación en la posadolesc­encia de los treintis.

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Gza. Lau Castro Gael Policano Rossi es un particular dios

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