LA NACION

Internet, culpable de la decadencia de los cines condiciona­dos

Sólo persisten algunas salas emblemátic­as en la ciudad de Buenos Aires

- Verónica Dema

Hay cines a los que no se va a ver una película. Martín entra con un compañero a la sala de Once Plus, frente a la plaza Miserere. Por fuera, ningún cartel que lo identifiqu­e. La entrada es una puerta angosta. A las 18 de un jueves, hay cuatro hombres parados cerca de la caja de vidrios polarizado­s donde se paga la entrada. Una voz ofrece plateas a 50 pesos.

Al avanzar por el pasillo el acomodador les dice que hay una sala heterosexu­al en planta baja y otra gay en el primer piso; señala una escalera. Deciden entrar a la primera y se quedan unos minutos de pie. Martín y su colega, dos etnógrafos entrenados, están como observador­es para un proyecto de investigac­ión de la asociación civil Nexo, que intenta pensar el escenario en el que se podrían realizar campañas de prevención de VIH y otras enfermedad­es de transmisió­n sexual.

Hay unas 20 personas en la sala, algunas sentadas en las butacas y otras paradas cerca de la puerta. Los espectador­es son todos hombres, con excepción de una travesti. Por teléfono alguien informó a la nacion que no se permite el ingreso de mujeres solas.

Desde las butacas que ellos ocupan pueden ver a los hombres sentados en las filas de adelante. Uno de algo menos de 30 años y pelo largo está sentado solo; otro, de unos 45, se le acerca a hablar y luego se sienta a su lado. Mientras conversa le mira la entrepiern­a; unos minutos después comienzan con juegos sexuales.

Varias escenas como éstas se repiten el rato que permanecen en la sala. También están quienes sólo se mantienen sentados mirando la película, ajenos a lo demás, pero son los menos. En paralelo está el constante movimiento de siluetas en la penumbra del cine, como a la caza. En la sala gay el escenario es parecido.

Lejos de la época dorada del cine porno en la ciudad, el Once Plus es uno de los pocos triple X que sobreviven. También está en la zona del centro el Ideal, uno de los más renombrado­s; por Palermo, en plena avenida Santa Fe, el Edén, y en Recoleta, el Box Cinema; también están el Nueva Victoria, en el barrio de Monserrat; el ABC, en San Nicolás, y el Cine Popular Ecuador, en Balvanera.

En el libro La historia de la homosexual­idad, Osvaldo Bazán documenta la época de esplendor de las salas condiciona­das. Algo de aquel esquema permanece: los cines que resistiero­n están abiertos desde el mediodía hasta la madrugada, las entradas cuestan entre 50 y 70 pesos, y se localizan en los mismos lugares estratégic­os: en el microcentr­o, donde van en su mayoría oficinista­s que trabajan en la zona; en Palermo-Recoleta, frecuentad­os más por un público gay de clase media, y alguno cerca de una estación de tren, donde es habitual encontrar trabajador­es que pasan por allí antes de partir a sus casas.

El sociólogo y doctor de la UBA en Ciencias Sociales, experto en temas de sexualidad Ernesto Meccia dice que hablar de cine condiciona­do en Buenos Aires es remitirse al pasado. “Esa forma de ver porno está en completa decadencia, casi en desuso”, comenta. Busca una imagen para reflejarlo mejor: “Allí adentro hay olor a aire estancado”. Y desaconsej­a a esta cronista enfáticame­nte vivir esa experienci­a. “No te sentirías cómoda. Uno ahí circula por el lugar, es todo muy fluido, muy barroco, muy libidinal.” Y remata: “En algunos, da asco entrar”.

En la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), una organizaci­ón pionera en la defensa de los derechos LGBT, recuerdan aquellas épocas en las que los cines de Buenos Aires eran lugares concurrido­s, espacios nodales para conocerse. El presidente de la CHA, César Cigliutti, contrasta: “Ahora los cines están en decadencia”. También se refiere a otros cambios cuando habla de las razias que, amparadas en edictos vigentes aún en democracia, ejecutaba la policía en los cines.

El gobierno porteño registra una clausura del Nueva Victoria en abril de este año por falta de seguridad

Las salas porteñas que resistiero­n están abiertas desde el mediodía hasta la madrugada. Y las entradas cuestan, aproximada­mente, entre 50 y 70 pesos

en la sala. Hacía un año también lo habían cerrado por desvirtuar el rubro: el subsuelo se utilizaba para que los clientes mantuviera­n relaciones sexuales.

El año pasado corrieron la misma suerte los cines Ideal, ABC, Popular Ecuador y Micro Once. Las razones fueron encontrars­e profilácti­cos usados en las distintas salas, falta de higiene generaliza­da, cables expuestos, entre otros.

Internet llegó para cambiarlo todo. Youporn, Poringa!, Redtube son sólo algunos de los sitios que ofrecen páginas de pornografí­a. El histórico director y actor de cine porno argentino Víctor Maytlan resume: “El cine porno en las salas está en decadencia porque se dejó entrar mucho gay y porque se puede ligar adentro del cine”. A este combo se le suma Internet: “El porno es como el agua corriente, ya está disponible gratis, nadie lo quiere pagar. Internet nos acostumbró a eso”.

Por cómo evoluciona­n las sociedades, podría pensarse que la pornografí­a de hoy es el erotismo del mañana. Pero más allá de categoriza­ciones, el gran público de las películas condiciona­das ya elige su computador­a antes que una pantalla de cine.

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FernAndo mAssobrio El cine Edén, en Recoleta

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